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Artimaña

Esta mañana ayudo a vestirse a Shi. La pomada es milagrosa, casi no le duele. Pero es mejor que la ropa le roce lo menos posible, que la pomada que le he puesto esta mañana no se desplace. Su cuerpo desnudo es seductor, sus cicatrices no disminuyen el atractivo de sus curvas perfectas. Pero no es momento ni situación para nada más que apresurarnos al comedor.

La mañana ha sido como siempre, copiando símbolos. He tenido que esforzarme más de lo normal en mantener la concentración. Estoy nervioso, no puedo evitarlo. Y más cuando veo las tareas de mañana. El estudiante Fen ha reservado mi tiempo para la tarde, está claro que trama. Me apresuro para reservar la mañana en el laboratorio. Y para traer leña antes del momento crucial. Entre medio, escojo transporte.

Ya no hay vuelta atrás, apenas consigo evitar que me tiemblen las piernas. Estoy más asustado de lo que creía, pero también excitado. Estoy deseando que llegue mañana y temo que llegue. No sé si soy más valiente de lo que creía o más cobarde de lo que había imaginado.

Por ahora, me toca ayudar el la construcción de un nuevo edificio. Creo que es algún tipo de almacén de una planta, aunque no lo sé muy bien. Tampoco es que me importe, me limito a hacer lo que me dicen. No dejo en ningún momento de pensar en mañana.

Cuando vuelvo a dormir, me encuentro con que Shi ya ha vuelto.

–Hola. ¿Cómo está la espalda?– le pregunto, sentándome junto a ella.

–Mejor– me dice con una extraña expresión. Parece preocupada.

–¿Ocurre algo?

–¿Estás bien?– me pregunta ella.

Entiendo, ha visto mis tareas para mañana. No es muy difícil para ella imaginarse lo que me espera.

–Estaré bien– le aseguro.

Ella se acerca y me besa. No suele hacerlo. Está realmente preocupada. Me obliga a recostarme y se quita la ropa. Es realmente extraño que tome la iniciativa. Parece que me aprecia más de lo que quiere reconocer. Por una parte me alegra. Por otra me preocupa. Si no sale bien, podría acabar muy mal para mí. Podría incluso morir. Sería un golpe para ella. Vaya, parece que yo también la aprecio más de lo que quiero reconocer.

Por un momento me siento culpable. Me pregunto si no sería mejor asumir el sufrimiento y no arriesgarme. Pero es un poco tarde. Ya no es posible echarse atrás. Me acabarían descubriendo. No es fácil deshacer lo que ya he hecho.

Ella se agacha y mete mi miembro en la boca, chupándolo, succionándolo con suavidad, mientras se da placer a sí misma. El placer es intenso, es experta en ello. No ha tenido otro remedio que aprender. Además, como dice ella, si consigue que se corran en su boca casi nunca la penetran después, no tienen la energía suficiente. Es triste, pero es lo menos malo para ella.

Pero esta vez se detiene cuando mi miembro está totalmente erecto. Se incorpora para colocarse sobre mí, y baja poco a poco, haciendo que penetre su húmeda vagina.

–Ah– gime cuando llega hasta el fondo.

Sus caderas se mueven despacio, besando mi pecho, mi cuello, mis mejillas, finalmente mis labios de nuevo. Yo me dejo llevar, acariciando su culo, su espalda. Es agradable el calor de su piel en mis manos, incluso el tacto a veces áspero de una piel no cuidada, la consistencia de un cuerpo con poca grasa, y mucho músculo, pero aun así con curvas perfectas.

Gimo casi sin darme cuenta, sintiendo el placer en cada uno de sus movimientos. Su fragancia es estimulante. A pesar de no haber perfume, de que es solo el aroma de su cuerpo. O quizás por ello. Huele a ella. Sus pechos balanceándose son hipnóticos. El sudor deslizándose por ellos, tentador.

–Ah, aah, aaaaah– gime ella. Gimo yo.

Mi miembro entra y sale de ella. Sus pechos suben y bajan con suavidad, pues no está siendo nada brusca. Ella se vuelve a acercar, a besarme. Aprovecho para acariciar su pecho, para estrujarlo con una mano y pellizcarle un pezón con la otra, pero sin apretar demasiado.

–Mmmh– vuelve a gemir, sin para de moverse –. Ah, aaah, aaaah, aaaah.

No tardo en eyacular, llenando su vagina de un líquido blanco que no podrá cumplir su cometido. Sé que ella no ha llegado al orgasmo, pero no puedo evitarlo, es demasiada estimulación. Ella no se queja. Nunca lo hace. Me mira con ternura y me sonríe. Nunca me había sonreído así. Creo que está asustada por mí. No puedo evitar un estremecimiento desde lo más profundo de mi alma. Se preocupa más por mí que por ella. Creo que es la primera vez que alguien lo hace.

Pero no podemos dejarnos llevar. El cariño es aceptable. El amor no. No en nuestro mundo, en el que ni siquiera podemos tener hijos, si no es la voluntad de nuestros dueños. Lo ponen en la comida.

Ella sigue encima de mí, recuperando el aliento al igual que yo. Cuando nos recuperamos, ella se aparta un poco, pero se queda a mi lado, abrazada a mí. Me besa en la mejilla y se acomoda en mi pecho. No tarda en quedarse dormida. Es la primera vez que lo hace abrazada a mí.

La miro con ternura. Me gustaría prometer que haré algo por ella. Pero la realidad es la que es. Ambos somos esclavos.

Me duermo sintiendo más calidez de la que nunca haya sentido. Me permito olvidar los planes de mañana. La abrazo y la beso en la cabeza. Me duermo poco después. Mañana volveremos a la cruda realidad.

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Casi no me mira por la mañana. Nunca la había visto tan tímida. Lo entiendo, tampoco yo me atrevo a casi a mirarla. No estamos acostumbrados a dejarnos llevar por nuestros sentimientos. Es un lujo que no podemos permitirnos.

–Ten cuidado. Te espero luego, pase lo que pase– me susurra ella.

Le preocupa que me hunda, es consciente de que no hay escapatoria. No puede saber que está equivocada. Que en realidad voy a correr mucho más peligro del que se imagina.

Entro en el laboratorio de alquimia. Hoy somos muchos aquí, es el día semanal de reparto de píldoras y hay mucho trabajo.

Voy trayendo paquetes y limpiando mientras observo alrededor, esperando. A media mañana aparece el estudiante Fen con sus amigos. Tienen dinero, así que compraran píldoras a quienes quieran vender. Hoy no les toca a ellos en el reparto. Mi corazón late con fuerza, parece que se me va a salir del pecho, pero debo de parecer calmado.

Sin que me vean, me coloco detrás de él y consigo que un trozo de una planta se pegue en la suela de su calzado. Es extremadamente resbaladiza. Cae al suelo de cara, gracias a una pequeña ayuda mía. Rápidamente desaparezco entre estudiantes y esclavos.

No me han visto y él está sangrando. La primera parte del plan ha salido bien. Es un alivio. El plan B era más peligroso.

Como era de esperar, lo llevan a la enfermería del laboratorio. Me aseguro de que le dejan solo durante un rato. Si no, tendría que haber llamado a quien estuviera con él con alguna excusa. Me escondo cuando sale. Es todo lo que necesito. Que se sepa que ha tenido la oportunidad.

Vuelvo al almacén. Disimulo hasta que la esclava que está recogiendo material sale. Cojo una de las cajas. Como todas, contiene varios saquitos con diez píldoras. Cada una de ellas se le da a un alumno cuando pasa de la tercera etapa del cuerpo, para ayudar en su cultivación. También al cabo de unos meses, no sé cuántos. Es la etapa del estudiante Fen. Pero esa caja es especial, es la que he ido quitando una píldora cada día, durante diez días. Las escondía en la boca, protegidas por un trozo de tela impermeable.

Cojo una de las bolsas llenas y distribuyo las píldoras en las que faltaba una. Luego agujereo la bolsa y la tiro en la zona de desechos. No es la única bolsa desechada, así que no hay problema. Cierro la caja y la pongo en la pila, asegurándome que saldrá hoy, pero más tarde. Solo queda esperar.

Más de una hora después hay una conmoción entre los responsables del laboratorio. Hacía cinco años que no pasaba algo así. Lo recuerdo muy bien. Cogieron al estudiante que robó las píldoras. Le dieron una paliza y desapareció. Se cree que fue expulsado. Los esclavos sabemos que murió.

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Estoy algo preocupado. Bueno, muy preocupado. Ya casi he terminado mi turno de transporte. Solo queda el de leña antes de ir a la habitación del estudiante Fen. Sé que en la ocasión anterior llamaron a los esclavos que tenían que limpiar habitaciones de los sospechosos. Aún no han contactado conmigo.

Si esperan a mañana será demasiado tarde. Quizás consiga igualmente mi objetivo, pero pasaría por algo que no quiero volver a pasar. Sé que hay hombres que les gusta que les penetren por detrás, pero para mí es un trauma e niñez que creía haber olvidado. Estos días he descubierto que no era así.

Algunos de los esclavos lo asumen, como si fuera otra paliza más. Otros como un calvario y humillación que va más allá de lo soportable. Me temo que podría ser de los segundos. Un sudor frío vuelve a recorrer mi espalda.

Se me vienen a la cabeza ideas absurdas como intentar huir. Tampoco puedo autolesionarme. Puedo intentar hacer algo peligroso, pero lesionarme queriendo es imposible bajo nuestra restricción. No quiero reconocerlo, pero estoy aterrado.

Voy a buscar el hacha, el talismán y la plataforma para llevar la madera. No sé si podré traerla. Siento que no tengo fuerza en las piernas.

–¿Eres el esclavo Kong?– pregunta de repente una voz.

Me giro para encontrarme con una mujer vestida de negro. No sé si la he visto alguna vez, su rostro está completamente oculto. No sé de dónde ha salido, no había nadie hace un momento.

–Sí, soy yo– respondo con una reverencia, como siempre. Estoy temblando.

–Esto es un detector. Se vuelve más oscuro a medida que te acercas al objetivo– me dice ella, dándome un brazalete blanco –. Colócalo bajo la ropa, que no se vea. Intenta que se vuelva negro en casa del estudiante Fen.

Asiento y hago lo que me dice. No es que tenga otra opción.

–Este es un dispositivo de aviso. Guárdalo en el otro brazo. Si el primer brazalete se vuelve negro, o lo más oscuro posible, ponlo encima. Si no encuentras nada, hazlo también, para que desaparezcan. No deben ser descubiertos. Nunca hables a nadie de esto. Ahora sigue con tu trabajo

Su tono es firme y amenazante. Asiento, trago saliva y me doy la vuelta. No miró hacia atrás, pero apostaría que ha desaparecido.

No sé como me siento. Por una parte aterrado por esa mujer. Si meto la pata y descubren los brazaletes, podría estar en serios problemas. Si falla mi plan también. Por otra, emocionado. El plan ha salido bien hasta ahora.

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Voy a la pequeña cabaña del estudiante Fen. Todos los estudiantes tienen una. Toco la campana y aparece uno de sus amigos. Deben estar todos. Me hace entrar. Veo que le ha dado permiso a su amigo para levantar el escudo que protege a los estudiantes. Trago saliva. ¡Hay tantas cosas que pueden salir mal!

–Huele a estiércol– se queja el que me ha hecho entrar.

–Siempre huelen mal. Esclavo, lávate. Luego vuelve. No te pongas la ropa.

Los demás sonríen ante sus palabras. Yo trago saliva de nuevo y voy hacia el donde está tonel que hace de bañera.

Los oigo hablar de que hubieran sido mejor traer un par de esclavas, pero que un reto es un reto. Los maldigo por dentro.

De debajo de mi ropa, saco la bolsa que tenía escondida en la cueva de la leña. Busco rápidamente un sitio para esconderla, no demasiado obvio ni demasiado escondido. Dentro están las diez píldoras que he ido acumulando. El brazalete está negro. Lleva negro desde que la desenterré. Es sorprendente, se puso de color gris oscuro antes de ello. Puede detectarlas incluso bajo tierra. Realmente he corrido más peligro del que creía, podrían haberme descubierto.

Levanto una madera suelta y pongo la bolsa debajo. Siempre hay algunas en estas cabañas. Pongo el brazalete de aviso sobre el negro y, ante mi asombro, los dos desaparecen.

Avanzo hacia el tonel. El agua no es limpia, supongo que él o alguno de sus amigos se ha bañado antes. No es que me importe, lo que me preocupa es lo de después. Comienzo a lavarme mientras me pregunto si habré hecho algo mal. Estoy más inquieto por cada minuto que pasa. Creo que no podré evitar lo peor.

Alargo todo lo que puedo, hasta que me llaman.

–Eh, no tardes tanto, no tenemos todo el día. Ven como estés.

No puedo negarme. Estoy temblando, pero me seco y voy para allá. Desnudo.

De repente se oyen exclamaciones, y luego silencio. Un hombre viene en mi dirección. Lo conozco. Es un maestro de alquimia. Me hace una señal para que me esté quieto. Por lo demás, me ignora.

No sé como lo hace, pero va directo a donde he escondido la bolsa. Levanta la madera, la coge y comprueba el contenido. Su rostro es muy serio.

–Vístete y vete al dormitorio– me ordena.

Creo que nunca he estado tan feliz de cumplir una orden. Cuando paso por la habitación, los estudiantes está quietos, en silencio y rodeados por cuatro guardias. Con uno sería suficiente, pero no seré yo quien diga nada. Se les ve asustados.

Cuando salgo me siento exultante. Gritaría si pudiera. Sé que aún pueden salir cosas mal, que podría quedar expuesto. Pero no hay vuelta atrás. No me voy a preocupar por la que ya no puedo controlar. Lo que tenga que ser será. Me tiembla todo el cuerpo. Nunca había hecho algo tan aterrador. Tan emocionante.

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