1 La mudanza.

RACHEL:

No se como comenzar a redactar mi historia. No paso mucho tiempo desde lo sucedido. Todavía no puedo entender cómo y por qué paso. ¿Me tomo de sorpresa?, si. Y mucho. Me cuesta demasiado explicar lo que sentí y lo que pensé, creía que me estaba volviendo loca. Mis pensamientos eran extraños y perturbadores, cómo si algo más estuviera metiéndose en mi cabeza. Algunos días escuchaba voces, otros días sentía como algo me seguía, o incluso rosaba mi cuerpo con sus aterradoramente largas garras. Al dormir lo único que sentía eran manos sobre mi cuerpo. Manos que se apoderaban de mi, dejándome totalmente quieta, como una estatua con la capacidad de observar a su alrededor.

Si le explicara esto a alguien, creería que perdí la cabeza. Por eso siempre me quedo callada. Las voces me rogaban que se lo contara a alguien, pero me mantuve firme con mi decisión. Aunque me despertara escuchando gritos agudamente desesperantes nombrando mi nombre o sintiendo como garras se clavan en mi delicada piel, intentaría ser más fuerte que nunca. Cueste lo que cueste. Siempre supe que, en algún momento, tendría que serlo.

Todo comenzó aquella fría mañana del 23 de marzo de 1987. Papá y mamá estaban sentados en los asientos delanteros de la vieja vagoneta Ford de Papá. Mientras que Max y yo estábamos sentados en el asiento trasero. Llevaba una mueca de disgusto porque no quería mudarme a un pueblo en donde hay más desaparecidos que personas. No me daba muy buena espina. Las ultimas semanas había leído decenas de diarios y libros viejos que redactaban el oscuro y perturbador pasado de derry. Max y yo nos habíamos quedado despiertos investigando, hasta que el brillante Sol se asomo por la ventanilla de mi cuarto.

Lo único que me daba esperanzas era que, al parecer, según mamá, en derry, había una biblioteca publica. Siempre me ha encantado investigar cosas misteriosas que nadie más se anima a investigar. Era muy probable que me la pase más tiempo en la biblioteca que en la escuela, incluso más que en mi propia casa. Ya quería leer libros viejos repletos de polvo y telarañas. Era mi mayor sueño averiguar la razón de las desapariciones múltiples. Me intrigaba demasiado la verdad.

Otras de las cosas que quería hacer era conocer el pueblo. Buscar y adoptar a un lindo gatito, o perrito, sin autoridad de mi mamá o mi papá. Ir a la secundaria para conocer a los hijos de los ex amigos de papá, ya que, según él, era muy probable que se convirtieron en bravucones. Ir a los Barrens para crear mi lugar secreto cerca del arroyo. Necesitaba estar lista para cualquier cosa que se me presente. En este pueblo hay un montón de matones y chicas irritantes que podrían molestarme.

Pero una de las cosas más importantes que tenía que hacer; era proteger a Max de las personas que querían hacerle daño. Max es un chico demasiado... asustadizo y débil, y no lo digo para insultar su forma de ser. Lo digo porque soy su hermana mayor y evidentemente me preocupo por el y por su seguridad. Si alguien llegara a hacerle algo, o a decirle algo, lo mataría con mis propias manos. A sangre fría. Y luego lo/a enterraría en medio del bosque para que nadie logre encontrarlo.

—Todavía no comprendo por qué nos mudamos. —pregunto Max de brazos cruzados. Tan ignorante como siempre es. Mamá solo miro de reojo a papá y volvió a colocar su mirada en el camino. —Derry es una mierda. No importa que época sea.

—¡¡Será mejor que cuides tu vocabulario, jovencito!! —respondió mamá con una mueca de enojo. Estaba cansada de la actitud tan intolerable de Max. —¡Ya sabes la razón de que nos mudemos a derry! Es por tu hermana. Ella estará mejor lejos de esos insoportables muchachos de preparatoria. —mamá no pudo tolerar como me trataban en nuestro viejo pueblo. Así que decidió que nos mudaríamos.

—¡Siempre arruinas todo Rachel! ¡Todo esto es culpa de tu inmenso culo gordo, que solo atrae miles de criticas! —reprocho. Su inmadura actitud, de niño pequeño, no hacía más que darme gracia.

—¡Max! —grito papá enojado.

—Que tierno eres Max. Lo que pasa es que, mis antiguos compañeros, no podían entender que soy una chica inteligente que no necesita inspirarse de princesas absurdas de cuentos de hadas. Y que tampoco necesito abrir las piernas para que me noten. Lo importante en una mujer no es el cuerpo, es la cabeza. —respondí inteligente mente al absurdo intento de ataque de Max.

El resto del viaje prosiguió en silencio. Lo único que escuchaba eran mis propias ideas. Ideas que formaban una mueca de emoción en mi rostro. Me mordía las uñas mientras miraba por la ventana el hermoso paisaje. Un montón de árboles que, los demás, creían inservibles, para mi eran realmente útiles. Podía subirme a uno de ellos y, con cuidado y destreza, podría sentarme en una de las ramas para poder leer a la luz de Sol. En mi antigua casa siempre me gustaba hacer eso. Lastima que, cuando los bravucones de la escuela me seguían hasta mi casa, me lanzaban decenas de huevos. Era asqueroso.

Gire mi cabeza solo para observar al camión de mudanza que llevaba nuestras pertenencias. El hombre que lo conducía era un tipo gordo y peludo. Antes de empezar el viaje, cuando cargábamos nuestras cosas para llevarlas al camión, me había lanzado una mirada inquietante. Sus ojos no paraban de mirarme de pies a cabeza. Cuando se lo dije a mamá ella pensó que solo eran los nervios que me estaban jugando una mala pasada. Pero estaba segura de que no era así. Había algo más en esa penetrante mirada. Algo me decía que era un pedo filo.

—Tal vez no es nada... —pensé. —Tal vez es solo mi imaginación que quedo traumatizada gracias a fragmentos que he leído. Los cuales relatan como mujeres inocentes sufren abusos o son acosadas. ¿Era una posibilidad? Sin dudas. ¿Podría estar muy equivocada? Tal vez. Solo tal vez...

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