1 Prólogo

El pesado manto rojo del rey se arrastraba por el suelo de mármol del Salón Sagrado del Templo. Los pliegues de su frente albergaban pequeñas gotas de sudor que desaparecieron cuando su majestad se limpió la frente con el costado de la mano. Acomodó su gran corona dorada de ocho puntas y suspiró de alivio. Aún quedaban dos sillas vacías en la Mesa Sagrada, una para él y otra para otro rey que llegaba tarde a la Reunión de Reyes. El escribano anotó su llegada al salón. Llegar tarde a esa reunión era casi una ofensa a las creencias sagradas. Era una tradición única que inspiraba respeto a los demás monarcas. El Rey Marshall Lensleth caminó con la cabeza en alto a pesar de que conocía las tradiciones, mirando a los ojos a cada uno de los reyes presentes para recordarles que él era el rey del reino más poderoso de Xantis. Su guardia, Ser Lukes Tomber le seguía los pasos agarrando el pomo dorado de su gran espada, y su sirviente, a pesar de ser nuevo, preparó su asiento. Se sentó haciendo a un lado su grueso manto. Odiaba ese manto, pero la ocasión requería ciertas formalidades.

El Rey Fredryck Ray, que estaba a su lado, asintió con la cabeza a modo de saludo. La corona de Fredryck era dorada como la de Marshall, pero llena de piedras de ónice, todas unidas, de tal manera que parecía una corona de silicio. Una pequeña piedra de jade brillaba en la punta delantera. Aquella parecía la corona de uno de los señores del foso del Valle Hostil. Marshall miró la mesa. Era una mesa grande de roble en forma de V, con una superficie tan lisa que parecía pulida por los dioses, tanto así que su Majestad el rey en su curiosidad, juró encontrar a los carpinteros que la hicieron.

Un garraspeo proveniente del otro lado de la mesa interrumpió el silencio de varios minutos.

-- ¿Cómo está la Reina Alleeson ? -- preguntó Romeo Rovenyache , rey de Freess -- Escuché que pronto dará a luz .

-- Esperemos que sea otro varón, aunque una niña no estaría nada mal -- sonrió El Gran Sabio de los Husser con la mirada perdida. ¿Quién sabría lo que pasaba por su mente en aquel momento? Era el hombre más inteligente del continente, y también el más amado.

- Alleeson está bien. Está más feliz que nunca - Al rey se le iluminaron los ojos al recordar la sonrisa de su amada. Estaba deseando terminar esa reunión para volver a sus brazos, pero esta ni había empezado.

- ¿Se puede saber dónde está Arolf? - protestó en voz alta el Rey Lucio III, de Sirah. Este rey era impaciente. Movía sus piernas de tal manera que la parte superior de su cuerpo le seguía el ritmo, y era un ritmo no muy agradable para el resto de los miembros presentes.

La luz multicolor que pasaba a través de los vitrales le otorgaba a la mesa pequeños matices similares a los de un arcoiris y hacía brillar las coronas de los reyes presentes, como si estuvieran todos en un mundo distinto bajo una influencia religiosa. Los vitrales se extendían de varios pies de altura hasta llegar al techo abovedado bajo el arco tallado. Representaban el mapa de Xantis y la Telaraña que unía a los ocho reinos con Thorne. El castillo real de cada reino estaba decorado con traerías bañadas en oro con forma de estrella, y el mar era representado con un vidrio azul tan hermoso como las piedras preciosas. La obra de arte era llamada La Joya del Tiempo, pues el sol salía todas las mañanas paralelo a ella; muchos creían que cuando el vitral cayera, el sol no volvería a salir más y la luna reinaría eternamente sobre la oscuridad.

Marshall lo había escuchado en varias canciones. Incluso varios adivinos creían que su reinado era similar al de las creencias. Todos decían que el rey era brillante y grande como el sol durante el día, pero que en la noche su reina Alleeson se convertía en la mismísima luna y que las estrellas del cielo eran los diamantes con los que esta seducía al rey.

<< Los artistas divulgan lo que los sabios ocultan... >> pensó el rey.

Las puertas del Salón Sagrado fueron abiertas bruscamente por un hombre de tamaño mediano, quien estaba acompañado solamente por una mujer vestida de cuero, con pantalones ajustados y una espada en sus caderas. El nombre de este rey era Arolf Burie, y el de la mujer era Lady Jo - aunque de Lady no tenía un cabello -. El rey, que destacaba por no llevar capa ni corona, se sentó en la silla vacía y la extraña dama se colocó tras él. Arolf gobernaba en El Holocausto, el territorio más oscuro de Xantis.

La mirada de nuestro rey se topó con la mirada del temido hombre. Ambos tenían cuarenta años y habían participado en crueles batallas juntos, como amigos; pero mucho había pasado desde entonces. Ambos habían quebrado esa amistad hace años cuando decidieron amar a la misma mujer, pero esta terminó aceptando a Marshall y ahora se encontraban a la espera de un hijo. Nuestro rey desvió la mirada hacia un lado por respeto a la antigua amistad y Arolf le imitó. El asunto se volvió a cerrar de momento.

De un pasillo salieron varios hombres vestidos con batas de lana de color negro, sin mangas; ajustadas en la cintura con un cinturón lleno de puntas doradas, unidas por un medallón circular dorado que traía grabada una araña con las patas delanteras levantadas, a modo de advertencia ante la no conocida amenaza. Sus cabezas estaban cubiertas por un gorro puntiagudo que ocultaba sus orejas y bajaba hasta el suelo en forma de capa. Tras esos hombres entró al Salón Sagrado la figura de Griventer, la Araña del Credo Sagrado y todos los reyes se pusieron de pie. El anciano de casi mil años era el hombre más importante de todo el mundo, y quien le faltara al respeto iba en contra de la justicia divina. Ni siquiera los reyes tenían ese poder.

Hasta que el anciano no se sentó en el extremo de la mesa, ningún rey lo hizo. Un mozo llamó la atención de los reyes y las campanas del templo sonaron. Su gorro puntiagudo estaba visiblemente jorobado y una de sus orejas estaba al descubierto. Uno de los creyentes le hizo una seña y el joven cubrió su oreja algo avergonzado. El nombre del mozo era Niho.

-- En esta Reunión de Reyes -- el joven habló enérgicamente y un escribano se apresuró a escribir todo algo sorprendido -- contamos con la presencia de los ocho reyes de Xantis , y su santidad , La Araña del Credo Sagrado , Formador de la Telaraña , Creador de reinos justos y Destructor de dinastías paganas , el Padre del siguiente Rey de diez patas : Griventer.

>> Los reyes presentes son: Marshall Lensleth, rey de Thorne , la capital de Xantis ; Fredryck Ray , rey de Venm ; Arolf Burie , rey del Holocausto ; Lucio Zelda III , rey de Sirah . Meldrokh, rey de ...

-- En las Tierras salvajes no tenemos rey -- protestó Meldrokh con voz ronca. Su voz era tan fuerte que resonaba y estremecía cada rincón del salón -- Mi nombre es Meldrokh el Grande, Líder de la Ciudad de los Bárbaros. Es la tercera vez que te equivocas- El bárbaro miró con rudeza a Niho y este miró al Líder de la Telaraña, quien asintió con una mirada serena.

-- Tenemos a Meldrokh el Grande -- continuó Niho algo titubeante --, líder de la Ciudad de los Bárbaros; al Gran Sabio Nero Husserl, líder de Elle; Tugor Hastoh, rey de Arjem, y a Romeo Rovenyache, rey de Freess. El asunto pendiente de hoy será: el botín de las Tierras Blancas - diciendo esto, se retiró del salón sin mirar a nadie. Tras su salida hubo un largo silencio.

-- Los Mundell fueron la primera dinastía que creé -- el anciano habló y en sus palabras se percibió el peso de los años --. Juraron servir al dios de las diez patas en este templo, y en este mismo templo lo traicionaron... Me traicionaron. Culparon a la telaraña de todos los males que ocurrían al continente y utilizaron creencias paganas para husmear en el orden de los hechos y ... rompieron el equilibrio de la armonía... -El anciano dejó pasar un instante su mirada por todos los presentes-... Por todo esto pagaron con sus vidas y las de sus seres queridos. Ellos servirán de ejemplo para todo el que desee traicionar al Credo Sagrado.

<< O para todo el que piense de una manera diferente>> pensó Marshall, pero corrigió sus pensamientos << No. Yo soy un aliado de las Sagradas Leyes. No puedo pensar así >>- se regañó a sí mismo-. << La traición comienza en la mente, en los pensamientos>>

-- Por ahora tenemos ocho reinos -- continuó el anciano --. El botín de los Mundell ha estado guardado durante más de sesenta años y hace días fue encontrado en las cavernas de las Tierras Blancas. A pesar de los años de soledad el castillo se ha conservado intacto todo este tiempo... ¿Alguien lo desea? -Todos los reyes presentes se miraron, pero nadie se atrevió a mover un dedo ni a decir una palabra. Desear el castillo de un pecador podría no ser tomado de una manera alegre por el anciano -¿Nadie? Entonces lo dejaré para la próxima dinastía- Bromeo en serio el anciano- ¿Quién sabe si alguno de ustedes seguirá el camino de los Mundell?... siendo así las riquezas serán divididas en ocho partes luego de que tomemos lo que le pertenece a La Telaraña. Hay mucho oro en ese botín, aunque es un misterio para mí el origen de tal riqueza.

-- Los libros dicen que la mayoría del oro se encuentra en sus suelos congelados -- el Gran Sabio se apoyó completamente en el respaldo de su asiento - ... pero sólo tendrán el verano para extraerlo, porque ya en el otoño el suelo se cubre de hielo. Es un clima muy difícil el de las Tierras Blancas del norte.

-- Los del centro no saben lo que son los inviernos -- Meldrokh apoyó sus gruesos antebrazos sobre la mesa de roble y miró a todos los reyes del centro. Estaban llenos numerosas cicatrices de combate y líneas de color rojo. Su cabeza estaba rapada a los lados, en el centro el cabello crecía en grandes cantidades hasta la mitad de su ancha espalda, sujetado en la nuca con aros blancos. La barba del salvaje era áspera y rubia como su cabello. Su rostro infundía respeto y sus facciones daban por anticipado los rasgos de su carácter --. Sólo los sureños y los norteños conocemos ese clima. Sus inviernos son más débiles que nuestros veranos, y sus nevadas como el agua de nuestros arroyos al sentir los rayos del sol. Si lo que quieren son hombres capaces ofrezco mil quinientos de los míos para la extracción del oro; pero necesitaré instrumentos y alimentos para el trabajo. No quiero que mis hombres trabajen con el estómago vacío.

- Puedo proporcionarle los alimentos, a cambio de más barcos - se apresuró en contestar el rey Lucio III. El desagradable hombre giraba uno de sus anillos dorados una y otra vez y el sudor bajaba por sus sienes. Lucio deseaba volver a su reino. Sabía que pronto llegaría un barco de esclavos desde los continentes lejanos -. Este año, tras las lluvias, nuestras cosechas han sido fructíferas y ha sobrado el alimento.

-- El alimento no les sobraría si se lo entregaran a todos los esclavos que mueren de hambre día a día en tu reino -- protestó el bondadoso Romeo Rovenyache, rey de Freess, -- ¿Cuándo piensas terminar con la esclavitud?

- Mis esclavos son la base de mi reino - Lucio III hizo girar el grueso medallón de su cadena de oro-. Cada día, decenas de obras son construidas en Sirah. La ciudad es la más hermosa de Xantis, superando a la capital, que no es más que una aglomeración de pobres- Marshall arqueó una ceja-. Los esclavos de Galee son los más fuertes que hay, a diferencia de los esclavos de Xantis. Explotar ese continente es lo mejor que hemos hecho- Miró a Griventer con orgullo.

- Los reinos de Himeria fueron los primeros en descubrir el continente- siguió Romeo, molesto-. Provocaremos una guerra que puede ser evitada. Una guerra entre continentes es lo último que necesitamos. Me opongo a la esclavitud.- declaró con firmeza.

- Es por eso que estás en ese lado de la mesa- dijo Lucio, señalando el otro extremo de la mesa en forma de V.- Meldrokh el Grande, Tugor Hastoh, Arolf Burie y tú, están en contra de las leyes de la Araña; pero, Marshall Lensleth, Fredryck Ray, El Gran Sabio Nero Husserl y yo, estamos a favor de ellas, y Ser Griventer no toma partido. Es decir que estamos equilibrados. No habrá cambios.

- No es momento de vanas discusiones...- habló Ser Griventer antes de que Romeo protestara otra vez. El Rey Romeo guardó silencio exacerbado- Marshall -- Griventer se dirigió a nuestro rey -- Seguro esta noche tu mujer dará a luz a tu tercer hijo. Como es costumbre, enviaré a las Crías de la Araña para que estén presentes en el palacio para asegurarnos que todo esté bien.

-- Muchas gracias Ser Griventer, aprecio su preocupación. - Luego de esto asintió con una suave reverencia.

-- Si no hay otro asunto creo que la Reunión de Reyes ha terminado. -- Griventer se levantó y los reyes también lo hicieron -- Majestades, ha sido un placer.

El anciano se retiró en silencio y todos sus hombres vestidos de negro le siguieron. Había sido una reunión más breve que de costumbre. El anciano era conocido por ser un gran orador y sin embargo esta vez parecía como si una inexplicable prisa se apoderaba de él. Muchos reyes presentes notaron esta novedad y compartieron miradas de perplejidad. Otros, en cambio lanzaron gestos de alivio al poder regresar a sus asuntos. Al retirarse definitivamente se cerró la enorme puerta llenando de ecos aquel lugar.

El Rey Marshall siguió al anciano con la vista mientras caminaba por los pasillos del templo. A su derecha, decenas de puertas escondían los misterios del Credo Sagrado y a la izquierda, las ventanas de vidrio melado con tracerías adornaban los rayos del sol que se colaban. La luz cálida chocaba con los adornos de oro y se reflejaba en sus rostros de una manera agradable. El guardia del rey, Ser Lukes Tomber captó su curiosidad y sujetó firmemente la empuñadura de su espada. A veces los Hijos de la Araña eran imprudentes y reaccionaban con violencia ante cualquier situación. Una de las puertas se abrió al final del pasillo y la figura sagrada entró en la habitación oscura tras ella. Su Majestad quería comprender cual era el motivo que llevó al anciano a terminar con la reunión, pero solo vió sombras. Nada más. Finalmente se dio por vencido.

-- ¿En serio he estado un mes entero de camino a Thorne sólo para oír al anciano hablar de una familia desaparecida hace casi setenta años? -- se preguntó Fredryck mientras salía del Templo Sagrado junto a nuestro rey.

El aspecto del Rey Fredryck era uno de los más comentados del continente. Los Ray eran de pieles pálidas, labios rosados y cabellos largos y muy negros, como una noche sin estrellas. Pero lo más atrayente de los Ray eran sus ojos de color rojo vino, casi negros.

-- Marshall, estoy dispuesto a romper la tradición familiar por nuestra amistad.

-- ¿De qué hablas? -- nuestro rey se preocupó.

-- Si Alleeson tiene una hija, la casaré con Gideon, mi hijo menor. Tiene nueve años, pero ya es todo un guerrero. ¿Qué dices?- se detuvieron frente a la puerta principal del Templo Sagrado.- La chica sería la reina de Venm.

-- Tengo que hablar con Alleeson... ella sabrá lo que es mejor para nuestro hijo. Pero me encanta la idea.

-- ¿Desde cuándo el Rey Marshall depende de una mujer para tomar decisiones?

-- Desde que espero un hijo con ella, Rey Fredryck -- sonrió educadamente Marshall mientras bajaba la escalinata del templo camino a su carruaje.

Fredryck se rascó la mandíbula recién afeitada en modo de protesta y se metió en su carruaje algo contrariado con esa respuesta. Ambos reyes se adentraron en los carruajes y se abrieron paso por las calles de la ciudad.

Por la pequeña ventana del carruaje miraban al vulgo, y el vulgo los miraba a ellos. La mayoría de las personas estaban desnutridas y sucias. Algunos niños corrían sobre los charcos de lodo y orina de caballos, persiguiéndose unos a otros; mientras que otros estaban sentados en el suelo, con la mano extendida, pidiendo limosna. El aroma de las calles era húmedo a pesar de que el sol estaba en su punto máximo, desde adentro del carruaje se podía sentir el hedor de los hombres enfermos. También se sentía el olor de los perros mojados tras la lluvia, el pescado podrido, los excrementos de las gallinas, los puercos, los caballos y los de las personas enfermas. El vapor que se elevaba de los charcos de lodo, provocó que nuestro rey sudara de tal manera que tuvo que desabotonarse su traje real. Esa primavera era muy cálida para su gusto.

Y cada vez el carruaje avanzaba más lento...

-- ¿Qué pasa? Vamos muy lento -- nuestro rey le preguntó a uno de los sirvientes que iba de pie abriendo una de las ventanitas del carruaje. Era el sirviente nuevo. Un joven visiblemente saludable.

-- Lo siento, Su Majestad, es que las calles están algo concurridas por la llegada de los reyes. La plebe se reúne para ver a la realeza y a su Santidad. El paso será un poco lento.

-- Maldito anciano -- gruñó el Rey Marshall. Fuera del templo ya podía expresarse como todo el rey que era, sin tener que callar sus pensamientos --. Y tú joven, cuéntame algo para entretenerme, el viaje será largo ... No querrás que tu rey se agobie, ¿verdad?

-- Por supuesto que no Su Majestad -- se apresuró en responder el joven -- ¿Le haré una anécdota que sucedió hace días en la ciudad?

-- Lo que sea. Necesito pasar el tiempo -- el rey tomó directamente de la jarra de vino.

-- Hace días entró en una taberna ...

El rey pensó en la propuesta de Fredryck y lo que significaba para este la tradición. Fredryck tuvo que casarse con su prima para mantener la pureza de su familia, renunciando a la mujer que amaba. La vida de un rey no siempre estaba completa como todos creían. Marshall miró a su sirviente, que no superaba los veinte años, alto y de buen porte, y se le ocurrió una idea algo inusual. A menudo se dejaba guiar por una corazonada.

-- ¿Cuál es tu nombre muchacho? -- el joven interrumpido se quedó algo intrigado

-- Bren, Su Majestad -- Sus labios formaron una línea recta y su ceño se frunció con determinación-- ¿No le gusta el relato?

-- ¿De dónde, Bren?

-- De Elle...

-- A partir de hoy serás Ser Bren de Elle. Estarás a cargo de la seguridad de mi hijo cuando crezca.

-- Mi Señor, estoy... -- el joven empezó a temblar y los ojos se le iluminaron, pero su rostro se volvió triste en un segundo -- muy agradecido... pero... yo no sé pelear.

-- Para eso tendrás cuatro años de aprendizaje con el mejor maestro del continente. ¡Alégrate joven! No todos los días se reciben ese tipo de tratos de un rey- espetó Marshall.

-- Muchísimas gracias mi rey -- el joven emanaba felicidad --. Juro que daré mi vida por su futuro hijo o hija, lo juro por la mismísima Araña.

Marshall se sentía un rey generoso. Ese día de primavera era el más feliz de su vida. El fruto de su amor con Alleeson nacería esa noche según las predicciones de Las Crías de la Araña y se encargaría de que fuera inolvidable. Se acordó del día en que Lohan nació. Lohan Lensleth era el chico más curioso que el rey había conocido, era aún más orgulloso que su padre. El nacimiento de Darles fue diferente. Este era muy retraído mientras Lohan llenaba de carisma cada sitio que pisaba. Los dos niños portaban la belleza de los Lensleth. El rey se preguntaba que le esperaba... ¿Sería rubio como él o de cabellos negros como su madre? Eran muchas preguntas que iban a tener respuesta esa noche. Solo debía tener paciencia.

Miró hacia afuera y se relajó un poco. Estaban en la Plaza Roja, cerca del castillo. A lo lejos se veía la isla donde este reposaba. La brisa del mar que bañaba aquel pedazo de tierra, elevada unas cuantas varas sobre el agua, movió sus rubios rizos y provocó que Marshall cerrara los ojos. Desde el carruaje se podía contemplar su fortaleza, situada en el Mar de Thorne, uno de los mares más importantes de Xantis. Su hogar conectaba la capital con los reinos de Freess y Sirah. El castillo era uno de los más emblemáticos del continente. Fue construido hace más de mil años con las rocas de Elle. Las ellitas, eran las rocas más resistentes de Xantis y solo podían ser tratadas por Los Constructores; seres que habitaban en armonía con los humanos hace mucho tiempo, y que desaparecieron tras la tragedia.

La isla era de unas dos leguas. La fortaleza de ellitas rojizass estaba situada sobre una alta colina, protegida con murallas de casi doce pies de espesor. Nueve grandes torres cuadradas se alzaban dentro de las murallas, rodeando la torre del homenaje; otras quince estaban exentas a todo lo largo de ella; y once albarranas la protegían. Los carruajes de los reyes pasaron lentamente bajo la inmensa barracana.

Marshall sacó la cabeza y percibió que uno de ellos vomitaba sobre su puente de hierro. Era el rey Lucio III. La brisa del mar esparció el olor, y a Marshall le dieron arqueadas. Todos los vasallos y sirvientes rodeaban aquel charco amarillo hediondo, pero los hombres de los Burie lo pisaban como si fuera agua. Uno de ellos se ensució el zapato de cuero con el líquido; miró su suela, sacudió su pie y terminó limpiándose con el dedo. Ser Bren lo miró asqueado, y Marshall volvió a meter su cabeza lentamente en el carruaje.

El trayecto de la subida a la colina fue algo lento, como de costumbre pues era media legua de subida. En la entrada principal, el símbolo de los Lensleth adornaba el rastrillo de hierro. Era el más joven de todos los reinos. Una corona de ocho puntas que reposaba sobre el terciopelo rojo; que, juntos simbolizaban la prosperidad de los ocho reinos de Xantis.

Una vez dentro, los carruajes al fin se detuvieron. Ser Bren de Elle ayudó al rey a bajar del habitáculo y a quitarse la odiosa capa. El Rey Fredryck se acercó a él pero Marshall no lo esperó. Rodeó a cada una de las personas y carretas que se movían en todas direcciones, de tal manera que Ser Lukes Tomber y los guardias lo perdieron de vista por un momento. Fredryck se vió obligado a correr para alcanzarlo y llegó a su lado jadeando.

-- ¿Vas a ver a tu reina? -- preguntó Fredryck --. La última vez que la ví ni se le notaba el embarazo. Imagino que sus tetas ahora son más grandes...

-- Ya sabes cual es tu torre, Fredryck-- espetó Marshall -- Es una pena que tu reina no haya superado la pubertad.

El patio de armas estaba lleno de caballeros y aprendices de los ocho reinos. Algunos de ellos entrenaban con espadas de palo, y otros con espadas de acero sin filo. Los sonidos de la madera y el acero eran para los oídos del rey como las carretas para un pueblerino pobre. El olor del sudor y del metal mezclado provocaba cambios de humor en Marshall.

-- Zeen es una mujer muy madura; pero no es encantadora como Alleeson -- entraron al interior del palacio --. Aunque hay putas que son tan hermosas como ella...

-- ¡Ya deja de molestarme, hombre! -- le interrumpió Marshall --. Estoy enamorado de Alleeson. No voy a acostarme con ninguna puta.

-- Esa no es la actitud de un rey -- Marshall se detuvo frente a los escalones y suspiró --. ¿Hace cuánto que no la ves?¿Unas horas? Tú mismo me dijiste que nadie en Xantis tuvo un cuidado semejante al de ella. Estará bien. No tienes de que preocuparte.

-- Eres mi amigo Fredryck, pero no me obligues a hacer lo que no quiero.

-- Estás obsecionado con ella. Tienes miedo de que se vaya con Arolf ahora que está aquí en Thorne -- Fredryck señaló la ciudad con el brazo. Hacía muchos años que no discutía de esa manera. Ambos reyes estaban acostumbrados a que se hiciera su voluntad, y encontrar a alguien que la desafiara era un verdadero disgusto.

-- Soy el rey de Thorne, el más poderoso de los ocho reinos -- dijo Marshall orgulloso --. Alleeson me ama y no se irá con el Burie cuando espera un hijo mío.

-- Ser el rey de Thorne no salvó a Immeth. Nunca me contaste por qué se suicidó.

-- Porque estaba loca y yo la detestaba. No la soportaba. Su madre le llenaba la cabeza con ideas absurdas sobre mitos de la araña. Le decía que tenía que matarnos a todos para salvar el continente, hasta que ella misma fue quien se quitó la vida. Si hubieras visto su cuerpo en el mar después de la caída...

Marshall buscó apoyo en una columna cercana. Se sentía agotado. Había perdido a Immeth hace un año, y se había casado con Alleeson hace solo nueve meses; y ahora, esperaba un hijo suyo. Ser Lukes Tomber y dos guardias observaban a su rey atentamente. Velando por él. Immeth era la madre de Lohan y Darles. Era una mujer muy bonita, de ojos verdes y cabellos rubios; pero su salud mental era frágil. Era la hija de Lord Elton Igborn, uno de los vasallos de los Lensleth que era dueño de las Minas de Oro de Thorne. En una de las visitas del Rey Alber Lensleth, el padre de Marshall, al castillo de los Igborn; Marshall conoció a Immeth. Tiempo después se casaron gracias a un trato entre Lord Elton Igborn y el Rey Alber.

-- La última vez que la toqué nació Darles... Antes de tirarse al mar, me dejó una carta pidiéndome que cuidara de Alleeson, y eso es lo que estoy haciendo. Se lo debo.

-- No le debes nada. Immeth estaba muy mal desde que nació Lohan, y Darles terminó con la poca humanidad que le quedaba. El dios de diez patas fue duro con ella.

-- Pero Alleeson no tiene la culpa. El dios de diez patas no será capaz de hacerle daño. No mientras yo esté en el trono. Soy el responsable de todo lo malo que le pase -- dió media vuelta.

-- Terminarás loco como Immeth... ¿Eso es lo que quieres?¿Acabar con la felicidad de tus hijos y entristecer a Alleeson?

- Tema zanjado, Fredryck. -- Marshall se retiró molesto.

Abandonó a su amigo y subió por las escaleras de camino a los aposentos reales, donde debería estar Alleeson. Se sintió mal por dejar a su mejor amigo con la palabra en la boca, pero su bella esposa lo esperaba. El guardia de la puerta, de armadura roja; se hizo a un lado y el rey entró. Buscó con la mirada a su reina, pero no la encontró. No estaba en su cama.

Las cortinas de seda del balcón se movieron suavemente y Marshall la encontró allí con su dama. La risa de Alleeson era inconfundible. Era una de las más tiernas que había oído en su vida. Caminó sigilosamente y abrió las cortinas. La cabellera negra de su reina era larga y sedosa, y llegaba hasta su cadera en forma de rizos. Portaba un vestido de seda azul como el cielo; que sólo estaba sujetado por los hombros, y que caía elegantemente sobre su cuerpo adornando la gran curva en su vientre.

-- Retírate -- le ordenó Marshall a la dama. La reina asintió y en pocos segundos estaban solos. Marshall besó con pasión a Alleeson mientras acariciaba su vientre.

-- Hoy has llegado pronto... -- la voz de la reina calmó al rey ¿Cómo podría considerarse locura amar a su mujer? Ella lo merecía todo.

-- Han encontrado el lugar donde los Mundell guardaban sus riquezas. La Araña será la primera en tomar su parte y luego la repartirá entre las dinastías. Todo fue muy rápido... Ser Griventer estaba muy raro -- Marshall se quitó su corona y se rascó la cabeza. La corona había dejado una marca roja en su frente y Alleeson la tocó con sus finos dedos --. Traté de averiguar de que se trataba, pero fue inútil. El viejo siempre está acompañado de las Crías de la Araña.

Los rizos de la reina retozaban con el viento y se posaban en su rostro. Alleeson era del reino de Venm. Sus familiares, al igual que los de Immeth, eran vasallos de los Lensleth y su belleza era comparable a la de los Ray; de piel blanca, cabellos negros y labios rosados. Sin embargo, su familia era de ojos tan oscuros como la tinta. Alleeson tenía sólo treinta años de edad.

-- El anciano tiene la misma edad que nuestro castillo, Marshall. Estaba cansado y no quería que los reyes lo percibieran.

-- Eres muy ingenua, mi reina. Griventer es el hombre más astuto de Xantis. Fue capaz de sobrevivir a la tragedia de hace mil años y aún es tan fuerte como mi padre. Si nadie lo mata, vivirá otros dos siglos controlándolo todo. Cada día, cientos de inocentes mueren por el simple hecho de matar una araña y otros miles mueren de hambre mientras dinastías como la nuestra se convierten en cerdos gordos...

-- Eres bueno, mi rey... -- la reina puso sus manos sobre el pecho del rey -- Es una pena que seas un simple mortal cuya vida depende de un anciano. Estoy orgullosa de ser tu esposa.

-- Las crías vienen esta noche, querida. Estarán velando por tú salud y por la salud del niño.

-- Creo que es una niña -- miró el vientre sonriendo --. La siento dentro de mí. Es delicada como una flor. Será una hermosa princesa -- Marshall se acordó de la propuesta de su amigo.

-- Por cierto... Fredryck me ha propuesto romper la tradición familiar si tenemos una niña.

-- Pero los hijos del Rey Fredryck son mayores que Lohan...

-- Hay otro de nueve años. Y según entendí, Fredryck desea que sea el próximo rey de Venm. Espero que sea un niño fuerte de labios rosados como su padre. Piénsalo bien, mi amor -- alzó su barbilla con delicadeza --. La niña podría ser la reina de Venm. Sería la tercera reina más poderosa de Xantis y tendría todos los privilegios que quisiera.

-- Está bien...-- Alleeson sonrió y besó a Marshall -- Se lo diré esta noche en el banquete real. -- abandonó el balcón.

-- ¿Irás al banquete? -- Marshall la siguió --. Esta noche darás a luz; no puedes ir al banquete.

-- Estoy bien, mi rey-- se sentó en la cama --. Puedo estar en el banquete sin correr ningún riesgo. Los reyes partirán mañana y quiero ver a mis conocidos. Mi familia estará con la corte de los Ray.

-- Alleeson, te estás poniendo en peligro... -- Las palabras de Fredryck volvieron a sus recuerdos y se calmó -- No quiero que te pase nada... -- se arrodilló frente a ella y sujetó sus manos -- Nada.

-- No me pasará nada, Marshall -- acarició sus dedos --. Estaré sentada junto a tí todo el tiempo y luego saludaré a mi familia. Te lo prometo...

Marshall besó sus manos y su vientre preocupado. El banquete solo duraría un día debido a que los reyes tenían asuntos pendientes en sus respectivos reinos. Habían estado viajando casi un mes entero solo para asistir a la Reunión de Reyes; y la mayoría de los reyes lo hacían en contra de su voluntad. Meldrokh El Grande había protestado una vez, pidiendo que la reunión fuera una vez al año, pero Ser Griventer rechazó su propuesta y acercó las fechas de las reuniones aún más.

Para el rey Marshall era muy sencillo. El Templo de la Araña estaba solo a varias horas de camino de su palacio. Su único deber era preparar el banquete real y de eso se ocupaban sus criados. Esa tarde, se vistió con una indumentaria de terciopelo; roja, con un manto de seda dorado. En su chaqueta roja, tenía bordado el estandarte de los Lensleth con hilos de oro y lucía una gruesa cadena de oro con varias piedras preciosas como los rubíes y las amatistas, que colgaban de dos broches redondos. El rojo y el dorado eran los colores de la joven dinastía. La Araña lo había escogido especialmente para ellos hace más de cincuenta años por ser la que representaría la capital. Los colores de los Ray eran el negro y el dorado; para los Burie, el gris y el negro. Rojo y bronce para los Rovenyache, verde para los Hastoh. Los Husser lucían el verde claro y el anaranjado, al igual que los Zelda; y tanto los bárbaros como los Mundell gozaban del azul y el blanco. Los colores representaban las costumbres e ideales de cada reino, y representaban a los seres que las habitaban antes de la tragedia.

La sala principal del palacio estaba repleta de todo tipo de personas. Habían príncipes, princesas, grandes señores y lores de renombre; damas y caballeros; vasallos, monjes, eunucos y prostitutas. En la mesa principal estaban sentados los Lensleth junto a Ser Griventer. El rey y la reina estaban sentados en el centro, rodeados de sus familiares y Ser Griventer estaba sentado en la izquierda, observándolo todo con una mirada serena; mirando al resto de los reyes y sus familias, que estaban en las primeras mesas. Ser Lukes Tomber estaba detrás de ellos, como una muralla dorada.

El festín era una delicia. Desde pastelitos de piñones y almendras con azúcar, hasta cordero asado con salsa de cerezas. Los barriles de vino y cerveza se vaciaban cada un cuarto de hora; y esto, hacía contentos a los hombres y mujeres presentes. Era uno de los banquetes más fastuosos de la época. La música proveniente de instrumentos como la cítara excitaba a los presentes de tal manera que algunos hombres abandonaban la sala con mujeres desconocidas. Marshall podría estar restregándose con alguna de ellas como lo hacía su amigo Fredryck y el regordete de Lucio, pero solo tenía ojos para Alleeson, su amada esposa.

Su reina era tan bella como la de Romeo Rovenyache. La reina Dovenne tenía la fama de ser la mujer más hermosa de Xantis, pero esa noche Alleeson estaba radiante. Vestida de seda roja con finos brocados en lugares poco visibles, que le daban un aspecto elegante. No portaba ninguna joya como Dovenne, que llevaba pendientes de perlas traídas de otros continentes y una gran corona de bronce. Solo portaba una diadema dorada tan delgada como los anillos de su esposo; pero su blanca sonrisa era tan brillante como las joyas. Todos los hombres quedaban embobados al oírla reír. Marshall era uno de ellos.

Lohan estaba jugando con el príncipe Gahred, el hijo de Fredryck. Ambos tenían doce años y eran amigos desde pequeños. Los dos príncipes eran orgullosos, y tenían fama de ser los futuros galanes de las respectivas cortes. Marshall miró al hijo menor del Rey Fredryck. Estaba apartado de sus hermanos y no comía nada. El chico era delgado y tenía ojeras oscuras y profundas bajo sus ojos rojos como el vino. <<¿Por qué Fredryck querría que semejante debilucho reinara en Venm?>>- pensó Marshall. <<No quiero un yerno débil. Quiero un Ray saludable>>

--Reina Alleeson... -- El Rey Fredryck caminó hacia ellos completamente ebrio - Está más hermosa que nunca - dejó de tamabalearse como si de un momento para otro la embriaguez desapareciera y se inclinó hacia delante--. Espero que Marshall te haya contado mi apremiante idea... - se giró hacia la mesa de sus hijos - Gideon Ray - el flacucho levantó la vista confundido. Al parecer su padre no lo llamaba muy a menudo --, ven aquí - El niño se levantó y caminó lentamente, como si no quisiera llegar a donde le esperaban --. Este será el futuro rey de Venm. El chico es inteligente y está totalmente sano. Cuando crezca será como su padre y si tienen una hija, esta podría ser la futura reina.

-- Yo no lo veo muy sano... -- Marshall lo escudriñó con la vista. La mejor definición del niño sería "un saco de huesos"-Lo siento, Fredryck pero...

-- Acepto - Le interrumpió la reina, dejándolo atónito - Si es una niña, será la futura reina de Venm.

-- Pero mi reina, será el hombre más débil que hayamos visto - Ante el comentario de Marshall, Fredryck frunció el seño --. Mira sus brazos. Son brazos de niña.

-- Parece que se te olvida que yo era así cuando tenía su edad - protestó su amigo --. Solo tiene nueve años, hay que darle tiempo. Un Ray es un verdadero hombre cuando es capaz de terminar con la vida de otro.

Marshall estaba de acuerdo con él. Las costumbres de los Ray eran especiales. Un Ray se convertía en hombre cuando mataba por primera vez. Mientras más temprano mataran, más respetados eran. El rey Fredryck cuando niño era debilucho y ojeroso. No era respetado hasta que, a la edad de once años mató a uno de sus compañeros y su padre lo consideró digno del trono. A partir de entonces, fue volviéndose más y más fuerte. Marshall se preguntaba si el pequeño Gideon sería como su padre. Si sería como el Hijo del Veneno.

--¿Cuándo crees que se convertirá en un hombre? - le preguntó Marshall tras beber de su copa dorada.

-- Ya lo es - respondió orgulloso mientras le restregaba la corta melena al niño. Marshall y Alleeson lo miraron atónitos.

-- Imposible - Dijo la reina mientras lo examinaba --. Apenas tiene nueve años. Los Ray se convierten en hombres después de los diez años. Gastonne y Garryon lo hicieron a los doce.

-- Por eso es que deseo que Gideon sea el próximo rey - sonrió Fredryck --. En toda la historia de los Ray no ha habido ninguno como él. Merece ser recordado por todos. Y su hija merece un esposo como él.

-- Estaré orgullosa de que mi hija se case con su hijo - La reina sonrió cortésmente, haciendo una breve reverencia. Fredryck le besó la mano con gesto de galantería y se retiró con su hijo.

-- Los Ray son brutales, mi reina...-- comentó el rey cuando su amigo se encontraba a una distancia segura - Podrían hacerle daño. Están acostumbrados a hacerle daño a los débiles. Estoy seguro que el niño asesinó a otro niño más pequeño que él. Imagina lo que podría hacer con nuestra hija. He visto a Fredryck golpear a su esposa estando borracho.

- El niño no fue entrenado por un Ray, sino por un Burie.

- ¿Cómo lo sabes? - Marshall siguió la mirada de la reina, que lo llevó a uno de los bancos de los reyes. Allí se encontraba el Rey Arolf Burie, con la mirada perdida. Su vestimenta gris, casi negra, solo estaba adornada con una cadena de plata tan gruesa como los tachones que la sujetaban. - Conoces muy bien sus costumbres.

- Deberíamos saludarlo. Presentarle nuestros respetos - la propuesta de la reina lo exasperó -. Hace un año que no se dirigen la palabra. Deberíamos llamarlo en la mañana.

-No hace falta. Ya viene...

El Rey Arolf se habría paso entre los nobles borrachos y las camareras con la mirada posada en Marshall. Arolf era de buen porte, a pesar de su mediana estatura. Sus cabellos eran castaños, pero llenos de canas plateadas. En su rostro no habían casi arrugas, solo había una cicatriz bajo su pómulo izquierdo que resaltaba el color azul de sus ojos. Hizo una breve reverencia frente al rey y la reina y ellos la devolvieron. El momento fue más incómodo que como Marshall lo había imaginado. Ser Lukes Tomber observaba todo con una mano en la empuñadura.

-- Rey Marshall, Reina Alleeson... -- La voz de Arolf era lo suficientemente grave como para ser completamente audible, a pesar de la música y las carcajadas de la gente -Os quería felicitar por el futuro bebé y darles mis respetos. Quisiera ofrecerles algo - Marshall lo miró con recelo.-- . Si es un niño, quisiera entrenarlo yo personalmente en El Holocausto.

Alleeson no dijo nada. Esa decisión si le pertenecía al rey y ella no podía hacer nada al respecto. El conflicto de los Lensleth y los Burie era cosa de hombres. Solo los hombres conocían el motivo de sus pugnas.

- No es beneficioso para un Lensleth el estar en El Holocausto. Las tierras negras son hostiles con los visitantes.

- He de reconocer que la fama de mi reino es única. No hay otro similar en todo el mundo. Pero, los Burie tenemos honor. Si juramos defender algo cumplimos el juramento a muerte.

- Los thornienses no creen en valores morales, Rey Burie.

- Espero que su rey sea la excepción.

- Lo siento, pero no puedo aceptar tu propuesta, Rey Arolf... --Marshall tomó otra vez de su copa de vino, como si nada le importara.

-- ¿Está seguro de que quiere rechazar mi propuesta? Su hijo sería uno de los mejores hombres en el campo de batalla.

-- No es nada personal. Puede estar seguro.

- Vale- Arolf hizo una mueca de desilusión-. Al menos quisiera conocerlo. Espero que aceptes esa petición...

- Tengo curiosidad- Marshall ladeó la cabeza-¿Por qué el deseo?

- Porque si tu reina se hubiera casado conmigo, ese sería mi hijo.

Marshall dejó caer su cubierto y Ser Lukes Tomber agarró con firmeza el pomo de su empuñadura. La joven Lady Jo se colocó tras su rey con una mirada hostil. Todo indicaba el comienzo de una pugna.

- Voy a tener el bebé...

Alleeson los sorprendió a ambos. En cuestiones de segundos el rey se olvidó de sus problemas y solo tuvo ojos y oídos para su esposa. Del espacio entre las piernas de la reina salía un líquido transparente abundante. Marshall la ayudó a caminar hasta sus aposentos con al ayuda del Rey Fredryck y Ser Lukes, pero Arolf se quedó en el mismo lugar donde lo dejaron. Todos gritaron alegres, celebrando los actuales acontencimientos. Nada más salieron del salón; el anciano se puso de pie con una copa llena de vino en su mano.

-- Quiero hacer un brindis... -- levantó la copa. -

Marshall y los sirvientes caminaban lo más rápido que podían por los pasillos reales. El grupo que llevaba a la reina se adelantó pero el rey se quedó atrás. En uno de los salones reales estaban las Crías de la Araña. Era un grupo de más de cien fanáticos que se iniciaron hace pocos años en el credo. Todos estaban con sus vestimentas negras y a diferencia de los que diariamente veía en su palacio, todos los fanáticos eran de ojos blancos. Como si estuvieran ciegos, pero sus pupilas estaban sanas. El rey alertó a Ser Lukes, y este prometió vigilarles.

La reina, adolorida; llegó a su aposento y la ayudaron a acostarse en su cama. La partera de la familia y su hija llegaron con las pócimas y con los recipientes de agua caliente. Ambas eran miembros del credo. El rey lo supo porque tenían un colgante con un medallón de la telaraña. La partera le dio una pócima de cilandro para calmar el dolor, mientras que la hija humedecía los paños que iba utilizar. Aplicó un ungüento sobre el vientre de la reina y el otro en el interior de sus piernas. La reina estaba muy dilatada. Estaba lista para dar a luz.

-- Necesito que puje varias veces su majestad - le dijo la señora mayor. Alleeson comenzaba a ponerse pálida. Ya estaba perdiendo toda la belleza que portaba hace solo varios minutos. --. Denle un paño para que lo muerda - Marshall le dio uno de algodón tan gordo que casi no entraba en su boca. - A la de tres...

-- Vamos Marshall - Fredryck empujó al rey, quien estaba congelado al lado de su reina. Salieron en el mismo momento en que Alleeson luchaba por tener a su bebé. Marshall estaba sudando y sus rizos rubios estaban pegados a su frente, enredados con su corona. - Caminemos un poco, necesitas respirar...

Oyeron gritos en el banquete, regresaron a él y se encontraron al anciano haciendo un brindis:

- Esta noche, el Rey Marshall Lensleth recibirá un regalo de nuestra Araña, por ser el representante de Thorne en la Sagrada Telaraña de Xantis... El dios de diez patas es justo con todos nosotros. Lo demostró en la tragedia de hace mil años... Cuando los seres no humanos desaparecieron delante de mis ojos... Los humanos y los animales fuimos los únicos supervivientes...Se perdieron siglos de convivencia y tradiciones. Solo pocos de los descendientes de esos seres con los hombres quedaron vivos... y todo fue gracias a La Telaraña... ¡Por el Rey Marshall Lensleth y la Reina Alleeson!¡Larga vida a la dinastía de la Araña!

-- ¡Larga vida a la dinastía de la Araña!-Todos gritaron al unísono y bebieron contentos.

Los guardias de Fredryck llegaron a su lado. La reprimenda del rey se volvió una amenaza de cortarles la cabeza si volvían a dejarlo desprotegido. Ordenó a varios caballeros que vigilaran el salón donde estaban las crías y se sentó en su mesa a vigilar él mismo al anciano mientras Marshall se relajaba con un jarrón de vino. Se encontró a la mayoría de las mujeres agrupadas en uno de los gigantescos bancos; hablando de asuntos personales y anécdotas de noches de bodas. Los niños y las niñas estaban en cada extremo del salón, metidos en cuentos de críos con sus nanas y sus maestros eunucos. El resto de los hombres estaban borrachos en los bancos del centro, rodeados de prostitutas desnudas de la cintura para arriba. El rey lo consideraría normal si en su castillo no hubieran fanáticos desconocidos.

<< No debería estar aquí...>> Volvieron a su mente. << ¿Quiénes son ellos? Nunca he visto semejantes ojos... No pertenecen al oro... Son un peligro>>

Tras un tiempo de espera corrió ansioso hacia el aposento de su reina y la vio. La reina estaba pujando con todas sus fuerzas mientras el sudor la cubría completamente. Su cabello estaba desordenado y esparcido sobre los almohadones de plumas y su rostro había perdido completamente el color. El rey se colocó a su lado susurrándole palabras alentadoras al oído mientras que ella apretaba su antebrazo con toda su fuerza. La comadrona la animaba y le pedía que se siguiera esforzando. Ya llevaban más de una hora cuando la partera sonrió.

-- Ya está saliendo la cabeza...

La reina sonrió y se le escapó una lágrima. Pujó casi sin fuerzas y el bebé salió poco a poco de su vientre. En el último esfuerzo se sintió el llanto de la nueva criatura. Ambos miraron a la señora. Querían saber sobre el sexo del bebé. Si era una niña, sería la futura reina de Venm; y si era un niño, sería un futuro dueño de uno de los castillos de Thorne, gobernando en varios territorios. La partera cortó el condón umbilical y envolvió a la criatura en seda púrpura.

-- Es un niño - sonrió y sus ojos blancos se achicaron bajo las arrugas de sus párpados. La reina estaba confundida, pero alegre. La partera le entregó el niño a su madre y esta lo rodeó con sus brazos y le besó la pequeña frente húmeda.

El pequeño era la viva imagen de su madre. El pecho del Rey Marshall se encogió de la emoción. Mirar a su hijo era como mirar a su esposa. Se preguntaba que nombre tendría pensado Alleeson. Ella le había dicho que solo lo llegaría a saber el día en que su pequeño naciera.

-- Kedeon Lensleth... Así se llamará-- le dijo su esposa como si hubiera leído su mente.

-- Kedeon Lensleth...-- Marshall saboreó su nombre. - Me gusta como suena.

La sonrisa de Alleeson se convirtió en una mueca de dolor. De entre sus piernas salió más sangre que la que debería salir. La hija de la comadrona le quitó el bebé para limpiarlo, mientras que la señora volvió a revisar a la reina.

-¡Viene otro bebé!- dijo emocionada, como si los bebés fueran sus nietos.

Marshall se puso de pie de un tirón y besó a su mujer. Iba a tener gemelos. Aquella era una maravillosa noticia para ambos. La reina empezó a llorar de la alegría, con la respiración alterada; y la partera la animaba a seguir pujando con fuerza. El rey se preguntó que sucedía en el salón, y por qué su amigo no llegaba. Dejó la seguridad de su esposa en las manos expertas de las parteras asignadas de la familia real para encontrarse a un Ray totalmente borracho rodeado de prostitutas tan jóvenes como sus hijos. Justo cuando iba a darle una reprimenda llegó Ser Griventer.

- Su Majestad - Se acercó a él - Es un niño, ¿no es así?

-- Lo es - respondió con cautela. Aún no diría nada del segundo.

-- Escuchen todos... -- Ser Griventer llamó la atención de los presentes y todos volvieron a hacer silencio - ¡La reina... ha tenido un niño!

- ¡La Cría de la Araña!-gritaron todos y volvieron a beber. Al rey no le pareció nada agradable el anuncio.

-- Deberías estar feliz, Marshall - le dijo el anciano.

- Eso Marshall- Fredryck soltó una carcajada aguda-. Deberías estar totalmente ebrio manoseando a todas tus jovencitas thornienses mientras tu esposa descansa.

- Estás borracho, Fredryck- el rey de Thorne lo ignoró -- No puedo estar completamente feliz cuando tengo a más de cien fanáticos extraños en mi palacio diciendo cosas incoherentes mientras mi esposa está de parto.

--¿Por qué está en contra de la tradición, mi rey?- Ser Griventer hizo un gesto de tristeza-. Las crías están aquí para velar por su seguridad y la de su familia.

- No ha visto a sus crías de cerca, Griventer... - El anciano siguió a los reyes acompañado de varios de sus creyentes de gran tamaño.

Llegaron al salón donde estos estaban y se quedó varios minutos sin palabras. Los creyentes que lo acompañaban fruncieron el seño al ver a los fanáticos que yacían sentados a horcajadas en el suelo y uno de ellos salió de manera apremiante.

-- Estos no son mis crías...

La confesión del anciano hizo dudar por un instante a ambos reyes. El Rey Marshall estudió el rostro del anciano y descubrió algo que nunca había visto en toda su vida. Por primera vez en cuarenta años el anciano había abandonado su expresión de serenidad y seguridad, para adoptar la de preocupación; y eso, le hizo saber que algo andaba muy mal. Era un asunto muy siniestro. Al salón llegaron más de veinte seguidores del anciano armados con sables. Detrás de ellos entraron varios mercenarios guiados por el Rey Arolf Burie.

-- Acaban de encontrar muertos a más de cien seguidores de La Araña en un callejón cercano al Templo Sagrado... -- un mensajero entró con la respiración agitada.-Los asesinos les han robado las ropas, los han dejado desnudos y han huido. Nadie sabe quiénes son...

-- Nosotros sabemos quienes son los asesinos-respondió Fredryck desenvainando su espada.

Uno de los creyentes del anciano agarró a uno de los falsos fanáticos por el brazo y este soltó un grito agudo, como si fuese un cerdo al que le acabaran de dar una puñalada. El grito fue tan fuerte e inesperado que el creyente del anciano cayó sentado en el suelo, con miedo. El resto de los extraños fanáticos comenzaron a repetir una frase repetidas veces, con la mirada perdida. Ser Griventer palideció al oír aquellas palabras tan extrañas. No pertenecía a ningún idioma existente en Xantis, pero él parecía saber su significado.

-- Mátenlos a todos...-- ordenó el anciano y se retiró en silencio. Desapareciendo como un fantasma. Nadie le notó irse. Todos estaban centrados en matar a los fanáticos que chillaban como cerdos al ser tocados, momento que aprovechó Marshall para abandonar el salón. Justo cuando uno de los creyentes iba a dar su primer corte con su sable, el fanático subió la cabeza y los miró a todos con sus ojos blancos bien abiertos.

- Xantis estará maldita a partir de hoy. No son de oro como su dinastías y su falso dios. El oro pertenece a los humanos. Pertenece a sus falsas creencias, a sus más oscuros anhelos, y... provoca que ustedes mismos se eliminen como las crías de las arañas devoran a sus madres al nacer... Los dioses no mostrarán piedad...

Los hombres presentes se miraron unos a otros. Ninguno sabía a que se refería el extraño fanático. Este, tras terminar de hablar comenzó lagrimar un líquido rojo como la sangre. El líquido oscuro recorría todo su rostro, bajaba por su cuello y caía en el suelo. La luz de la luna que entraba por las ventanas, junto al de las velas provocó cambios en todos ellos. El resto de los fanáticos sacaron dagas y comenzaron a mutilarse a sí mismos. Algunos se hacían cortes en la piel; otros se degollaban a sí mismos y el resto se hacían heridas mortales y caían al suelo soltando una espuma blanca por la boca. Los creyentes no esperaron más y empezaron a matarlos uno a uno. Algunos de los fanáticos arremetieron contra ellos con furia. Todo era un caos.

Marshall había encontrado a Alleeson cargando a sus dos hijos . El primero era el niño, estaba cubierto con la seda púrpura que estaba en su brazo derecho, y el otro yacía llorando en su brazo izquierdo, envuelto con seda azul.

-- Parece que tendremos a una futura reina de Venm... Es una niña -- susurró la reina débilmente. En las sábanas, bajo su vientre había un gran charco de sangre que se extendía casi por todo lo ancho de la cama.

El olor a sangre era fuerte, y estaba mezclado con el aroma del perfume de rosas de la reina. Sus brazos estaban muy débiles y apenas podía sostener a la criatura. La partera cogió a la niña y su hija al niño y los colocaron juntos en una cuna de cedro. Ambas se retiraron.

-- La niña se va a llamar Khara Lensleth -dijo Alleeson casi sin voz.

-- Es perfecto, mi reina. Será tan hermosa como tú. Estoy seguro...- tomó su mano. Estaba fría y sin color. Bajo su piel se notaban las venas y sus ojos estaban ojerosos como los del hijo de Fredryck. La reina había perdido mucha sangre.

-- ¿Recuerdas el día de nuestra boda? - eso es, sigue hablando - Esa noche fue la noche más emocionante de mi vida...-- cerró los ojos-Mi padre me repetía que había escogido al mejor hombre del continente mientras estábamos en el banquete. ¿Sabes que pasó después?

-- Sé lo que pasó... -- Marshall cambió de parecer en un segundo -- Decidí olvidarlo. Lo siento. Si no hubiera estado ebrio...

- Ambos somos culpables- Hablaba cada vez más bajo-. Y ahora vemos las consecuencias. Siempre tendremos esa duda...

- Es el pasado -giró su rostro para evitar su mirada. Esos recuerdos le provocaban un fuerte dolor en el pecho.

-- Si me perdonas estaré en paz - movió su mano para que el rey la mirara, pero no lo logró. Empezó a llorar, pero su rey no se movía. - Mi rey...

Soltó su mano lentamente. Marshall no soportaba los recuerdos de su noche de bodas. Cometió muchos errores, y el primero fue embriagarse como un idiota. El día de la boda, Alleeson estaba radiante. Su vestido blanco con brocados dorados de los pies hasta el cuello le daban un aspecto angelical que ninguna otra novia podría haber superado. Marshall recordó la mirada que Alleeson le dio cuando hicieron sus votos matrimoniales. Fue hace nueve meses solamente. Ahora era la madre de sus hijos. Cuando su majestad se viró, decidido a perdonarla la encontró con la mirada perdida.

- ¿Alleeson?-la tocó, pero esta no reaccionaba. La agarró por los hombros y la sacudió suavemente, pero ella no reaccionaba.

Los niños empezaron a llorar al unísono; como si se percataran de lo que sucedía. Marshall los cargó a ambos y los colocó al lado del cuerpo de su madre e hicieron silencio. El rey se acostó junto a su reina y en voz baja, mirando hacia el balcón; repitió toda la noche las palabras que le dedicó a su amada el día se su boda, mientras las lágrimas calientes bajaban por sus mejillas.

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