1 Capítulo único

El pequeño observa curioso al ciervo sin vida, cuya cabeza cuelga en la pared y que con sus ojos bien abiertos pareciera que lo observa.

Al no entender el porqué se encontraba eso ahí, le fue a preguntar a su madre y el no podría haber estado más en desacuerdo con la respuesta que le dio.

Pero aún así, aquel ciervo llamó tanto su atención como para dedicar su vida a que otros animales terminaran igual. Pero el no disecaba ciervos, prefería disecar animales que ante sus ojos fueran hermosos y que para el si valiera la pena conservar su belleza.

Y eso era lo más importante para el, conservar la belleza de aquellos animales era lo que le gustaba, ahora no podía decir que estaba del todo desacuerdo con su madre pero había algo en lo que ella seguía equivocada. No valía la pena conservar la supuesta belleza de cosas que simplemente no lo eran y el conocía algo cuya belleza no era eterna.

Eso era el humano, el cual al envejecer pierde la bella gracia de la juventud y para el eso era triste, ver como la belleza de esa niña se desperdiciaba en su crecimiento era triste.

Esta niña crecía con rapidez, cada día estaba más alta y cuando el menos se lo esperaba su hija ya le llegaba a la cintura. Apenas y tenia unos diez años pero ciertas partes de su cuerpo habían empezado a desarrollarse y incluso aumento un poco de pesó. Pero había algo que para el todavía se mantenía bello y era la cara.

Aunque mejo dicho era la cabeza, pues fue esta la que eligió como adorno principal para la sala.

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