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Ebrias de amor

El recorrido por el oscuro pasillo que conducía a la oficina de la Directora fue eterno para Yuzu… como si estuviese recorriendo la milla de los condenados a muerte.

Quiso tocar la puerta, pero ésta se abrió al primer contacto.

-Mei, ¿estás ahí?

-Pasa por favor…

El espacio se encontraba en penumbra, iluminado solamente por las llamas que, recién encendidas, ardían en la chimenea. El aroma de las finas maderas de conífera impregnaba todo.

En medio de ese ambiente sombrío, casi místico, brilló un fulgor violeta en la silla principal.

-¿Acaso te comió la lengua el ratón Yuzu?

-No… es que no sé qué decir.

-Qué te parece si comienzas por un "Hola hermanita".

Yuzu agradeció la semioscuridad en la que se encontraba, pues ocultó su cara de niña enamorada. Pero pronto, la niña enamorada quiso jugar.

-¿Y por qué no mejor tu vienes y me dices cuánto extrañaste a tu Onee-chan?

Siempre habían sido una sola alma en dos cuerpos separados, pero ahora era más evidente. Ambas se mordieron el labio inferior y corrieron al encuentro, haladas por una fuerza que ni aún Newton podría haber deducido.

Ninguna de las lenguas humanas, en uso o muertas, puede aproximarse a lo que fue para ellas aquel beso. Al entrar en contacto sus labios, se desató una reacción en cadena que las llevó a sumergirse en la novela que era su relación.

Del verde al violeta viajaron las imágenes del primer día de escuela, el beso robado en la primera noche como hermanas y la carrera en bicicleta al aeropuerto.

En sentido opuesto viajó el recuerdo del encuentro en la ducha, la charla en el hospital tras la enfermedad del abuelo, la noche de navidad y el beso por medio de Ansoniko en el templo de Kyoto.

Ambas llevaron sus manos al anillo en el pecho de la otra.

Se negaban a respirar, pues sabían que eso significaba separarse. Cuando al fin lo hicieron, sus rostros ardían de deseo, sus miradas eran de pura intensidad.

-Has sido traviesa hermanita…

-¿Y qué harás al respecto Onee-chan?

La rubia tomó ventaja, con firmeza sujetó con una mano la cintura de Mei, y con la otra tomó la cabeza de la pelinegra para iniciar el delicioso castigo a los labios que tanto codiciaba.

Era una guerra sin cuartel, las lenguas se arremolinaban luchando por el control de la boca ajena y las manos de ambas mujeres se multiplicaron, tomándose por asalto, mientras se dejaban caer en la alfombra junto a la chimenea.