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Todo comenzó cuando el rey, tras querer cumplir con una extraña tradición familiar, tomó bajo su tutoría a un plebeyo…

Hasta ahí la costumbre se respetaba, pero había algo que inquietaba a los ciudadanos…

-Desde hoy, declaro a esta niña, como futura compañera imperial de mi heredero.- dijo el rey, enseñando a una niña de cabello morado y mirada codiciosa.

Muy codiciosa en verdad. Cualquiera que no conociera los detalles, pensaría que el rey quería hacer una especie de movimiento revolucionario integrando un ente femenino al legado de los compañeros imperiales. Pero, era otra cosa lo que los inquietaba.

La niña fue hallada por unos caballeros, robando comida, el rey transitaba junto a esos caballeros, por lo cual, decidió convertir a la niña en compañera imperial.

Según la tradición de la familia real, los compañeros imperiales, son elegidos para justamente eso, para ser compañeros. Estos compañeros suelen tomar el puesto de consejeros, algunos deciden convertirse en caballeros del rey, etc. Son como un miembro más de la familia, pero sin serlo realmente. Tal vez suene como si los compañeros imperiales fueran adoptados, pero es algo distinto. Los compañeros imperiales siguen manteniendo su apellido, y en caso de que el heredero muera, los compañeros imperiales toman el lugar, ya que a pesar de no llevar la sangre real, llevan los principios de la familia y son criados como parte de esta. Los compañeros imperiales, son los suplentes y ayudantes de la familia real, criados para serle fiel al reino aún si les costase la vida.

Así es como son los compañeros imperiales… Pero claro, esos compañeros, suelen buscarse en los orfanatos, cuidados por monjas. Suelen ser niños puros y con un gran corazón. Y el rey debe seleccionar al caballero con mucho cuidado…

Y este no fue el caso así que fue todo un revuelo.

-¡Esa niña es una ladrona!, ¿en que está pensando el Rey?- se escuchaba repetidamente.

Eso mismo se preguntaba, pero en silencio, el compeñero imperial del rey. Estaba sumamente inquieto, algo que el rey notó.

-Gilbert, si tienes algo que decirme, sabes que puedes. -le dijo el rey.

-Oh!, claro… pues, tengo una duda.

El rey asintió, mientras ponía rectas las hojas para cartas dentro de un cajón.

-¿Por qué eligió a la niña?

El rey rió de forma sonora.

-¡Si hubieras visto como se robaba esos duraznos!, ¡Va a ser muy hábil en el futuro! Quiero que mi hijo tenga a alguien que lo proteja, sabes que la bruja dijo que no vendrían buenos tiempos. Por eso, quiero que ella sea el escudo y la espada, y mi hijo el cerebro.

-Entiendo… pero… me pregunto si será capaz de educarse correctamente. Los guardias dijeron que su comportamiento es algo salvaje.

-Porque tiene hambre, Gilbert. La niña fue abandonada a su suerte y era su única manera de sobrevivir. En este mundo, si no eres fuerte, te mueres, así de simple.

Gilbert asintió.

-¿Estará bien dejar a Alan con la niña? -volvió a preguntar el compañero.

-Mi hijo es inteligente, no habrá problema con ello.

La actitud despreocupada del rey, ponía nervioso a Gilbert. Así que decidió visitar a Alan.

Los ciudadanos desestimaban a Alan por su aspecto, su contextura física y su cara era igual a la de su madre. No parecía un niño muy fuerte. Alto, delgado, cabello y ojos negros, con mirada ausente y párpados pesados. Pálido como un muerto, aún si trabajara horas bajo el sol, seguiría igual de blanco. No hablaba con nadie, y evitaba a toda costa conocer gente nueva.

Gilbert entró a la habitación del niño, este se hallaba sentado en la alfombra, rodeado de libros.

-Hola Alan, ¿Te encuentras bien?

El niño asintió, sin despegar los ojos del libro que estaba leyendo.

-Supongo que ya habrás oído que tu padre trajo una niña, ella será tu compañera imperial.

Alan, luego de oír eso, trató de evitar a toda costa reunirse con su padre, no porque estuviera enojado, solo que sabía bien que su padre le presentaría a la niña si hacía el mínimo acto de presencia.

Llegó el momento en el que el rey dejó de tener paciencia con la actitud de su hijo. Así que lo llamó por parte de Gilbert.

Alan fue, de mala gana, pero fue. Con paso lento hasta el despacho de su padre.

Tocó la puerta una vez y su padre la abrió de un tirón.

-¡Alan, al fin sales de tu cuarto!, supongo que ya sabes para que te cité.

Su padre lo arrastro hasta dentro del despacho.

Sobre un sofá, plegada, con las rodillas cubriendo parte de su rostro mientras escrutaba un libro con interés. Se hallaba la niña.

-Alan, ella es Luissiana.

Luissiana, al oír su nombre, levanto los sus dorados ojos. Al ver la cara pálida y fría de Alan, la niña retrocedió un poco, le parecía extraño.

-Luissiana, este es mi hijo Alan, es tu deber cuidarlo, si crees que eres capaz.

La niña bajó sus piernas y lo miró de pies a cabeza.

-Claro que puedo… pero no me gusta.

El rey estaba visiblemente confundido.

-No me gusta la idea de cuidar a alguien que no conozco, y él se ve sospechoso.-aclaró.

Gilbert entró en el despacho, trayendo consigo a una criada que estaba muy agitada.

-Mi señor, tiene visitas.-dijo la chica, entre jadeos.

El rey se puso tenso, frunció sus rubias cejas y dio unas nerviosas miradas desde la puerta hacia los niños.

Alan lo vio y asintió, como diciendo que estaría bien. Entonces el rey se fue, junto a la criada y Gilbert. Dejando a los niños solos.

El silencio reinaba en la habitación.

A los ojos de Luissiana, Alan era como un gato arisco que con un solo movimiento, ya se alejaba.

-Oye, eres de la realeza, se supone que deberías estar alardeando tus bienes en mi cara.-dijo ella, mirándolo fijamente.

-No hay necesidad, ya eres parte de la familia.-murmuró este.

-Al menos podrías hacer el esfuerzo de enseñarme este inmenso castillo.

-Investigar a ciegas es aún más emocionante que ir con guía.

Luissiana suspiró.

-Te gusta leer, ¿verdad?

Alan, por primera vez, volteó a verla

-… Así es.

Luissiana, achicó lo ojos frunciendo los labios.

-Eres realmente extraño…

Alan la miró mal.

-¿Alguien te hizo algo para que seas tan reacio a socializar?

-No.-dijo rápidamente.

-Tsk.

Ella bajó del sofá y caminó hacia la puerta.

-Me iré ahora si no te importa, suerte con tu vida antisocial.-dijo y cerró la puerta.

Ahora Alan volvía a estar solo.

Jamás lograría entender porque las personas insistían tanto en dialogar y compartir gustos.

Luissiana le parecía una niña molesta, altanera e irritante.

Alan jamás juzgaba las decisiones de su padre, pero si él tuviera que elegir, jamás habría querido un compañero imperial.

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