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Candado (La boina azul) [Spanish]

Sigue la historia de Candado Barret, un niño de doce años con la mentalidad de alguien de cuarenta, frio, serio y sarcástico. Quien ahora tiene que soportar una guerra fría entre los dos entes más poderosos del planeta Gremios y Circuitos. Y la llegada de una nueva cara Hammya Saillim, quien vivirá en su casa ¿Cómo y cuando terminara Candado en tirarla por la ventana?

OtaKomic · Fantasy
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34 Chs

LA AGENCIA TRICOLOR: VERDE, AMARILLO Y ROJO

Candado había salido de la casa frustrado y cada paso que daba aumentaba su indignación al saber que las lágrimas habían regresado. Lo que había considerado perdido y olvidado, ahora había resurgido, y esto le molestaba terriblemente. No podía tolerar que su antiguo yo, aquel que Candado se había esforzado en eliminar para dar paso a su nuevo yo, volviera a tomar control. Todo lo que había trabajado hasta ahora parecía irse por el desagüe. Para él, en medio de la amenaza de una guerra inminente que sacudía el mundo, no había lugar para la sensibilidad y la fragilidad. Este era el momento en el que los hombres debían dejar de lado sus sentimientos y ser fuertes y firmes en la toma de decisiones.

No podía permitirse despertar a su antiguo ser si quería proteger a todos los que lo rodeaban. Había una grave amenaza de guerra entre dos poderosos entes: la O.M.G.A.B. y el F.U.C.O.T. Había llegado el momento de encontrar el veneno que amenazaba con desatar este conflicto y erradicarlo. Candado comprendía que debía hablar con todas las personas posibles para evitar una guerra con su enemigo ideológico. Lo que había sucedido años atrás no era un buen recuerdo y ahora, con el temor de que se repitiera, era hora de actuar.

La manera más factible de hacerlo era dirigirse al Semáforo y buscar una audiencia con Julekha Chandra, la líder de los Semáforos y la única persona que podría adelantar su sentencia, ya que ella había sido la encargada de imponerle ese castigo.

Candado se dirigió a la casa de Nelson y golpeó la puerta con fuerza. En un abrir y cerrar de ojos, la puerta se abrió y apareció un Nelson muy aseado y prolijo.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarte?

—Necesito que me lleves a la ciudad de Resistencia, por favor.

—Esto se pone interesante. Espera un momento —respondió Nelson mientras cerraba la puerta.

En ese instante, Tínbari apareció detrás de Nelson con una jarra de cerveza en la mano.

—Tanto tiempo, parece que estás en medio de algún lío.

—Oh, Tínbari, nunca pensé que volverías después de ese grito que te di —dijo Candado mientras consultaba su reloj.

—Estuve reflexionando sobre lo que me dijiste, y tenías razón. Actué sin pensar y lamento eso.

—Parece que todo lo que me dijiste fue una mentira, pero haré el esfuerzo y te creeré.

—Gracias, después de todo, no tenía nada de qué preocuparme.

—Deja de hacer eso. Me da escalofríos cada vez que dices eso de esa manera.

—¿Por qué?

—Tú no eres así, y él solo hecho de saber que has cambiado un poco me da un mal sabor de boca, así que no intentes cambiar.

—Eh, si tú lo dices entonces... Bien, no lo haré más, por ahora.

—Eso me gusta.

Pocos minutos después, el garaje se abrió y salió el automóvil justicialista, limpio y brillante.

—Guau, parece que le diste un buen lavado, Nelson. Casi quedo cegado con tanto brillo.

Nelson, que estaba dentro del auto, bajó la ventanilla y asomó la cabeza. Con una voz ligeramente arrogante, respondió:

—¿Listo para ir, pibe?

—Por algo pedí tu ayuda, gil.

Candado se dirigió al automóvil, colocó su mochila en el asiento trasero y luego entró en el asiento delantero.

—Tranquilo con la puerta, amigo.

—Perdón, no estoy acostumbrado a viajar en auto.

—¿Hace cuánto que no lo haces?

—Hace dos años.

Nelson levantó las cejas y esbozó una ligera sonrisa.

Luego, sacó las llaves y encendió el motor. Miró hacia atrás, retrocedió lentamente y, una vez en el asfalto, aceleró como si estuviera en una carrera, haciendo que Candado se hundiera en el asiento de cuero sin posibilidad de moverse.

—¡Relájate un poco, loco!

—No te escucho —dijo Nelson burlonamente mientras mantenía el pie en el acelerador.

Recorrieron las calles del pueblo a toda velocidad, sorprendentemente sin encontrar a ningún policía cerca para detenerlos.

—Vas a causar un accidente, viejo loco —exclamó Candado con voz exaltada pero sin alterar su expresión fría.

—Relájate, no pasará nada malo.

—¿Cómo quieres que me relaje? Conduces como una imitación barata de Manuel Fangio.

—Relájate, a esta velocidad llegaremos más rápido a Resistencia.

Una vez que salieron de la isla, Nelson redujo la velocidad y continuó el viaje de manera más tranquila.

—Un poco más y destrozas el asfalto —comentó Candado mientras ajustaba su corbata.

Nelson rió entre dientes.

—¿Destrozar el asfalto? Eso sería una exageración, Chapuza. Je.

—Espero que solo sea una exageración y no una ley.

—¿Ley? Eres bastante peculiar, muchacho.

Candado bajó la ventanilla y apoyó el brazo en ella.

—Dime, Nelson, ¿qué hacían ustedes cuando tenían mi edad?

Nelson reflexionó por un momento antes de responder.

—Verás, muchacho, tu abuelo y yo éramos los mejores en Resistencia, aunque la sede siempre ha estado allí.

—¿Todavía está allí?

—Claro, pero ya nadie se reúne ahí. Solo se trasladaron los documentos al lugar donde estás ahora. Pero eso no responde tu pregunta. A diferencia de ti, teníamos más conflictos con el Circuito que con cualquier otra cosa. Todo el día era guerra, guerra, guerra, guerra, guerra y más guerra.

—Pero, ¿cómo era mi abuelo? La verdad es que había muchas cosas que no me contaba, como el incidente del noventa y nueve, así como su niñez.

—Tu abuelo era una persona extremadamente reservada. Nunca hablaba de su vida privada y jamás mencionaba a su familia. La razón de esto, quién sabe.

—Guau, suena como yo.

—Sí, en cierto sentido, pero tu abuelo nunca fue una mala persona. Simplemente ocultaba información importante para proteger a su familia. Uno de los motivos era que él era hijo del gran Jack Barret, uno de los héroes de la Montaña del Tíbet. Por eso se mudó al Chaco y mantuvo en secreto su verdadera identidad. Aunque eso no duró mucho, como puedes ver, todo el mundo te conoce.

—Me pregunto por qué.

—Eso se debe a un incidente con un sujeto extraño llamado Pullbarey. Se enfrentó a tu abuelo cuando tenía tu edad. Fue la primera vez que escuché la palabra "Cotorium". Yo pensaba que era el nombre de alguna agencia, pero cuando Alfred me contó toda la historia, quedé perplejo. Recuerdo que cuando me lo confesó, me reí, me reí como un loco que entra en un manicomio por primera vez, mientras tu abuela miraba a un taradito como yo riéndose de tu abuelo.

—Vaya, sería extraño si no te hubieras reído.

—¿Por qué dices eso?

—Porque mi abuelo seguramente habría pensado que tú eras el extraño en esa situación, no él. Lo conociendo, probablemente esperaba una reacción diferente, en lugar de la calma con la que lo tomaste.

—¿Y por qué crees eso?

—Porque en mi familia no toleramos la hipocresía. Hemos lidiado con personas así durante tantos años que casi nos hemos convertido en máquinas detectoras de hipócritas. Estoy seguro de que si hubieras dicho o hecho algo hipócrita, mi abuelo te habría echado a patadas.

—Vaya, eres bastante observador.

—Más bien, diría que es un pasatiempo.

—Interesante. Además, me parece admirable que te vistas de esta manera. Tu abuelo tenía un gran sentido de la elegancia, aunque no siempre estaba al tanto de las últimas tendencias de moda. Veo que tú tampoco te preocupas demasiado por eso.

—La verdad, no me interesa. La gente tiende a enfocarse demasiado en las apariencias en lugar de conocer a la persona detrás de la ropa. Estoy seguro de que si fuera negro y me vistiera de esta manera en Estados Unidos, la gente pensarían que he robado algo y me enviarían directo a la silla eléctrica o algo por el estilo. Es el país de la libertad sin libertad y una democracia que no es realmente democrática.

—No mucha gente piensa en eso. Parece que disfrutas involucrarte en temas bastante profundos para tu edad.

—¿Sabes?, no eres de los que creen en eso de que solo usamos el 5% de nuestro cerebro, ¿verdad?

—No, claro que no. Después de todo, soy un científico.

—Así que eso explica la bata, ¿no? No la usarías para otra cosa.

—Bueno, estoy retirado ahora, pero mi cerebro sigue funcionando. Seguiré así hasta que, como dice la expresión, Dios diga: "Hermano, aquí termina tu viaje en ese mundo lleno de mierda y pecado, y es hora de unirte a este otro mundo igualmente lleno de mierda y sobrepoblado".

—¿Tu pasatiempo es descifrar a las personas, verdad? Entonces, ¿por qué no intentas descifrarme?

—No gracias, creo que te dejaré con el beneficio de la duda.

Nelson estalló en carcajadas mientras Candado lo observaba y se preguntaba: "¿Realmente vale la pena intentar entender esto?" El anciano era extremadamente carismático, y su faceta como científico parecía no encajar en absoluto. ¿Qué había contribuido en el laboratorio del C.I.C.E.T.A. o Centro de Investigación Científica Especializada en Tecnología Avanzada? Candado no era alguien que juzgara a los demás sin conocerlos, pero Nelson parecía estar más interesado en mostrar su apariencia que en revelar su verdadero ser. Aunque lo viera como un hombre mayor que vivía el momento, Candado sabía que en realidad era una persona muy inteligente. No cualquiera diseñaba un televisor de tres caras ni mantenía un antiguo justicialista y además fabricaba repuestos para un auto prácticamente extinto y olvidado en la sociedad argentina.

Después de treinta minutos de conversación sobre temas del pasado, Nelson tocó el tema de la situación y el motivo de la visita de Candado.

—Dime, ¿qué asunto tienes con los Semáforos?

—Quiero una audiencia con la presidenta Chandra para que reconsidere mi sentencia.

—¿Sentencia? ¿Qué hiciste?

—Golpeé a un compañero gremial debido a una diferencia ideológica.

—¿Ideológica? ¿En qué sentido?

Candado suspiró y respondió:

—Por calificar a Perón como un dictador.

—¿En serio dijo eso?

—Sí, y lo merecía. Hablar así del General Perón, ¿Quién se cree que es?

—Entiendo, pero lamentablemente, mi reacción no fue la adecuada y me suspendieron. Sin embargo, argumenté que, si querían que continuara en el tribunal, debían respetar mis ideales. Así que no solo yo fui castigado, sino también el tonto que se metió con el General Perón y la señorita Eva Perón.

—La verdad, me hubiera gustado saber qué le sucedió al chico.

—Él, bueno, su castigo fue mucho más duro que el mío. Lo sentenciaron a cargar una piedra en la espalda y llevarla hasta el Monte Fuji.

—¿Realmente lo logró?

—Sí, pero le tomó dos meses hacerlo a pie.

—Vaya, parece que los castigos de la O.M.G.A.B. son bastante severos.

—Pero esos son solo los castigos menores.

Nelson sonrió al escuchar el relato de la astucia y tenacidad del joven con la boina azul, pero luego cambió su expresión y se puso serio.

—Candado, dime una cosa.

—¿Qué?

—¿Eres consciente de lo que está sucediendo, verdad?

—Claro, el simple hecho de saber que algo no funciona bien me mantiene en alerta.

—Vaya, no me refería tanto a la situación en sí, sino más bien a la enfermedad que estás experimentando.

—Bueno, la verdad es que al principio me incomoda que toquen el tema de mi enfermedad, y más aún cuando insinúan que soy inútil.

—No quise decir eso, solo estaba interesado en saber sobre tu salud.

—No hay nada nuevo que informar, aunque necesitaré más de ese frasco —Candado metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó un frasco medio vacío—. El mío se está agotando.

Nelson tomó el frasco y lo examinó detenidamente mientras conducía.

—Hijo, te di esto para que te durara dos semanas, no para que te durara cinco días.

—Bueno, anciano, verás, no soy precisamente una persona que se podría describir como "tranquila". Soy bastante ansioso y nervioso por naturaleza.

—Bien, veré qué puedo hacer —Nelson le entregó a Candado el frasco y sacó otro idéntico del bolsillo de su bata, pero este estaba más lleno—. Aquí tienes, esto debería durarte más. Pero ten cuidado, no te lo bebas todo de golpe, podrías volverte demasiado impulsivo. Úsalo con sabiduría y solo en situaciones de peligro, cuando necesites energía extra para defenderte.

—Ah, entiendo.

—Ahora, ¿me hablarás sobre esa tal Hammya?

—La niña, claro, no tengo secretos en cuanto a eso.

—Vaya, parece que no ocultas nada.

—Así es, como dije hace un momento.

—Muy bien, cuéntame, ¿qué tipo de poderes tiene?

—La verdad, no tengo ni idea.

—¿Cómo es posible? ¿No ha mostrado ninguna habilidad? —preguntó el anciano, sorprendido.

—Para ser honesto, no tengo ni idea de por qué tiene el cabello verde ni por qué es más fuerte que yo.

—Sin embargo, está viviendo contigo.

—¿Y qué importa eso?

—Es una chica guapa, me sorprende que no sientas nada por ella.

—Me recuerdas a alguien que conozco, un verdadero tonto. No, vive conmigo porque el último deseo de Miranda era que su hija no terminara en un orfanato.

—Eres bastante aburrido, la verdad. Te pareces mucho a tu madre.

—¿A dónde quieres llegar con esta conversación?

—Oh, nada en particular, solo estaba alargando un poco la conversación, eso es todo.

Después de ese incidente, Candado y Nelson permanecieron en silencio hasta llegar a la ciudad de Resistencia. Sin embargo, hicieron una parada en una estación de servicio para cargar gasolina, ya que Nelson había gastado mucho en el pueblo, tanto para demostrar la potencia de su coche como para fastidiar un poco a Candado. Nelson estacionó el coche y le permitió a Candado bajar para estirar las piernas y respirar aire fresco, ya que el anciano había estado fumando durante todo el trayecto, algo que Candado detestaba. Mientras Nelson iba a comprar algo de comer, Candado se sentó en un banco y observó la calle. En Resistencia, había más tráfico que en su pueblo.

—La ciudad es un lugar bastante agitado, muy diferente de donde vivo —comentó irónicamente.

Candado se recostó en el respaldo del asiento y miró al cielo.

—Aunque las cosas aquí siguen siendo las mismas —añadió en voz baja.

Luego cerró los ojos para descansar un poco. No había podido dormir bien últimamente y, cuando tenía la oportunidad de hacerlo, siempre soñaba con ella. Cada recuerdo era doloroso, pero se sentía insensible, incapaz de llorar. Sentía vergüenza por no haber derramado ni una sola lágrima en el funeral de su abuelo. ¿En qué se había convertido? Eran las preguntas que lo atormentaban día y noche. Candado era consciente de que había cambiado, y mucho, pero nunca había deseado ser esa persona. Sin embargo, las circunstancias lo habían llevado a forjar una mente fuerte e insensible para protegerse de herirse emocionalmente. El pasado podía destruir a un hombre si no sabía cómo lidiar con él, pero el futuro era la esperanza de cambiar su pasado y ser una mejor persona. Por lo tanto, Candado vivía el presente y se enfocaba en sus objetivos, sin pensar demasiado en el futuro, solo en cómo alcanzar sus ambiciones.

Mientras Candado estaba inmerso en sus pensamientos, escuchó un llanto. Abrió los ojos lentamente y vio a un niño siendo maltratado por un hombre en un local de comida al otro lado de la calle. El niño, de unos ocho años, estaba siendo insultado y golpeado por el hombre, quien aparentemente era su padrastro.

—Vaya, parece que esta ciudad tiene su cuota de insensibles —murmuró Candado mientras se ponía de pie.

Candado cruzó la calle y comenzó a caminar lentamente hacia el lugar del incidente, con las manos en los bolsillos y su característica actitud fría. Los autos lo esquivaban y algunos conductores lo insultaban, pero a él no le importaba. Sabía que ninguno de esos automóviles representaba una amenaza real, especialmente cuando notaban su presencia.

Cuando finalmente llegó al lugar, el hombre, un individuo gordo y desaliñado con un rostro que solo una madre podría amar, estaba a punto de golpear al niño nuevamente. Candado lo detuvo agarrando su muñeca con dos dedos, el pulgar e índice.

—Un hombre de su edad que levanta la mano a un niño es una vergüenza para la humanidad.

El hombre intentó liberarse sacudiendo su brazo y luego se volvió hacia Candado.

—¿Es acaso este maldito chico tu pariente? Dile que me pague lo que me debe, me ha robado.

Candado se inclinó hacia la izquierda para mirar al niño, quien solo sostenía una bolsa de pan.

—Usted está exagerando más que mi abuela. Dudo que este joven haya robado algo.

—Si no lo conoces, mejor no te metas, o llamaré a la policía.

Entre susurros, Candado habló en tono confidencial:

—Aquí entre nosotros, si la 'cana' apareciera y viera al niño con moretones, estoy seguro de que usted terminaría en prisión en lugar de él."

El hombre enfurecido, con un tono lleno de ira, le espetó: "¡Rata inmunda, ¿sabes quién soy yo?!"

Candado respondió con calma:

—"Sí, un experimento fallido de su madre."

El hombre, ahora desbordando furia, vociferó:

—¡MALDITO HIJO DE PUTA! Soy amigo de la policía, yo te puedo hacer cagar a vos y a este niño mugriento y vago, que solo sabe robar."

Candado inhaló y exhaló profundamente, tratando de mantener la compostura. "Usted es solo uno más de los miles de soberbios que hay en este vasto mundo, solo que usted no tiene cara para decírmelo de esa forma."

Con gesto decidido, Candado guardó sus manos en los bolsillos y entró descalzo al local, respondiendo a las miradas curiosas de los presentes: "Me daría vergüenza que mis zapatos finos pisaran ese suelo inmundo y podrido, a lo que usted llama 'local'."

Una vez dentro del local, Candado tomó una canastilla y comenzó a recorrer los estantes, seleccionando varios artículos, incluyendo agua, gaseosa, carne, aceite, arroz, chorizo, manzanas, naranjas, papas, galletas y unas golosinas para él. Luego, salió del local, se puso sus zapatos y se acercó al niño, tomando el pan del muchacho y colocándolo en su canasta. Luego puso la canasta en el suelo frente al niño y se dirigió hacia el señor.

—¿Cuánto es el total de la compra? —preguntó, manteniendo su actitud fría.

—El señor examinó la canasta y contó los artículos uno por uno antes de responder: "Son 864 pesos con 57 centavos."

Candado sacó novecientos pesos de su bolsillo y se los entregó al señor.

—También me llevo la canasta."

El señor guardó el dinero en su bolsillo y entró en el local. Luego, se volvió hacia el niño y le preguntó:

—¿Dónde vives? mientras mantenía su actitud fría e imperturbable.

—Cerca de aquí.

 Respondió el niño tímidamente:"

—Candado continuó: "A todo esto, ¿cómo te llamas?"

El niño se presentó:

—Mi nombre es Thomas, Thomas Domingo."

Candado se inclinó a la altura del niño y estrechó su mano derecha.

—Mucho gusto, Thomas Domingo. Mi nombre es Candado Barret.

—El niño preguntó con curiosidad: "¿Como los que se usan para trabar las puertas?"

Candado asintió y se puso de pie, tomando nuevamente la canasta llena de alimentos. Sin embargo, no se había dado cuenta de que Nelson lo estaba observando desde el auto mientras comía una factura y murmuraba: "Diablos, esa bondad no coincide con su apariencia."

Candado caminó con el niño por casi diez minutos, hasta que por fin habían llegado a la casa de Thomas. Era una casa normal, pero sus condiciones no eran buenas; el muchacho tenía una remera usada, no tenía zapatos y su pantalón estaba roto en sus rodillas, utilizando estos rasgos. Candado pudo intuir que tenía una madre frustrada y con problemas para concentrarse, tal vez por el hecho de que son pobres; pudo notarlo ya que bajo la remera del muchacho hay un hilo mal cortado y con una gota insignificante de sangre, por lo cual, la madre fue quien lo cosió ya que en las manos del niño no hay heridas. También pudo notar que el niño es extremadamente inocente y que su pobreza es reciente; es debido a que el muchacho no huyó cuando lo golpearon y tiene modales, como dar su nombre y apellido apropiadamente. Candado no pudo sentir el mal olor del niño, por lo cual significa que todavía se baña. La razón por las ropas desgastadas, seguro debieron ser para vender para poder comer; Candado pudo percibir que tiene un padre y dos hermanos, debido a cómo estaba estructurada la casa; podía notar tres habitaciones de más.

Después de quedarse por un momento parado, viendo e intuyendo la casa, el niño tiró de manera suave su mano.

—Creo que debí traer más provisiones.

—¿Qué?

—Oh, nada, solo hablaba para mí mismo.

Candado caminó hasta la entrada y tocó la puerta.

—Espero que te agrade mi familia.

Candado mostró una leve sonrisa como respuesta y siguió mirando la puerta. Luego de unos segundos, esta se abrió y salió un hombre, muy bien vestido con una maleta y gafas, saliendo a toda prisa, atropellando al muchacho. Y Candado, quien quiso mostrar sus modales, le hizo una zancadilla, haciendo que éste se tropezara y callera de cara al suelo.

—Mocoso de mierda, me alegra saber que estarán en situación de calle en muy poco tiempo—dijo el sujeto mientras salía del lugar.

—Je, sí que es extraño ver a estos tarados aquí.

Luego Candado puso su mano detrás de la cabeza del chico y juntos entraron a la casa. Una vez que entraron, Candado pudo apreciar cómo era su casa. No tenían casi nada, tenían un sillón, una mesa y dos sillas, no tenían televisor, las ventanas estaban sucias, el techo tenía moho, entre muchas otras cosas.

Candado caminó por la cocina y vio a una pareja llorando, mientras que el señor la consolaba en sus brazos, pero él, quien no tenía la intención de escuchar sus problemas, manifestó su presencia aclarando su garganta.

—Buenos días señores, permítanme presentarme soy…

—¡NO QUIERO NADIE AQUÍ! ¡LARGO DE MI CASA!—gritó la señora con lágrimas en su rostro Candado mostró su disgusto rápidamente y encendió sus ojos con la característica flama violeta y su personalidad temeraria.

—¡ESTOY HABLANDO YO! Este grito logró que la mujer se callara. Luego se acomodó la corbata, su boina y continúo.

—Como decía, mi nombre es Candado Barret y he venido hasta aquí para daros esto—dijo Candado mientras ponía la canasta en la mesa.

—¿Cuál es el truco? No tenemos dinero—dijo el señor.

—No hay truco y es completamente gratis.

—¿Por qué? ¿Por qué aparecer de la nada y entregar una canasta de comida?

—Mire señora, me encontré a su hijo metido en problemas, así que decidí ayudarle.

—No necesitamos eso, podemos apañarnos solos. Candado llevó su mano derecha a su cara y con su dedo índice y pulgar, se tocaba los lagrimales de los ojos, en señal de irritación.

—Vaya, usted es más cabezota que una mula, se está muriendo de hambre y no quiere aceptar lo que un extraño le dio, es lo bastante estúpida y orgullosa.

—¿Vienes hasta aquí, entras en mi casa y me insultas de esa forma?

—No, solo vine a darles un obsequio, nada más.

—Pues no lo quere….

Candado golpeó la mesa con su puño flameante y dijo:

—¡DEJE DE SER ORGULLOSA! ¿¡NO VE QUE SE ESTÁ MURIENDO DE HAMBRE, USTED Y SU FAMILIA? ¿DE QUÉ LE SIRVE SU MALDITO ORGULLO SI ESTÁ MUERTA? ¡AHORA CÁLLESE Y ACEPTE ESTA CANASTA!

La señora se calmó y aceptó la canasta.

—Gracias —dijo mientras guardaba un mechón de cabello que había salido debajo de su boina.

Luego, la señora miró a Candado y con una voz suave y gentil preguntó:

—¿Por qué?

—Porque sentí simpatía, por eso.

—Pensé que eras otra persona, la verdad… La señora empezó a llorar nuevamente, y su llanto fue apaciguado por su marido, quien trataba de calmarla.

Mientras tanto, Candado observaba la escena.

—¿Quisieras quedarte con nosotros a comer?

—Su amabilidad es muy buena, señora, pero tengo que irme.

—No, insisto, quédese con nosotros. Será una comida exquisita.

—Bueno, yo…

En ese instante, Candado sintió unos dedos delgados en su mano y, al sentirlos, bajó la vista y vio los ojos suplicantes del niño.

—Está bien, me quedaré a comer.

—Bien, mientras esperas a que esté lista, puedes recorrer la casa. No tenemos muchas cosas, pero es para que puedas pasar el rato.

—Bien, lo haré.

Candado salió de la habitación para recorrer un poco la casa. Caminó por la sala y empezó a observar la situación que estaban viviendo. Al menos, lo único sucio que vio fue el moho en el techo y las ventanas, pero no era muy extenso. El pequeño Thomas salió disparado y subió al segundo piso a una velocidad increíble, como si le hubieran dicho que era hora de ponerse una vacuna. Pero no llamó mucho la atención de Candado; las cosas que hacen los niños hoy en día son un verdadero misterio. Al menos, el muchacho le había dado indirectamente un lugar por donde empezar a explorar, que era el primer piso. Candado subió las escaleras y recorrió los pasillos. Había una habitación que parecía ser una sala de juegos. Estaba casi vacía, solo había unos cuantos juguetes rotos. Había dos grandes ventanas que se asemejaban a una puerta por su tamaño, por donde entraba la luz. Pero solo había una persona ahí, o mejor dicho, una personita. Era una niña que parecía tener unos cinco años. Llevaba un vestidito amarillo, estaba descalza y tenía el cabello largo y rubio, con un lunar en la mejilla derecha. Jugaba con una muñeca que le faltaba un brazo. Esto le dio cierta ternura a Candado, aunque no llegó a mostrar una sonrisa. La niña tiraba de un cinturón que estaba atascado en un ropero detrás de ella, tiraba con fuerza hasta que provocó que el mueble se tambaleara, con el peligro de caer y aplastarla.

—Oh, la puta madre… —dijo Candado mientras corría y detenía el mueble con su espalda. En la posición en la que estaba, provocó que ciertos artículos cayeran al suelo, y más de uno estaba a punto de golpear a la niña. Sin embargo, con la agilidad y habilidad de Candado, pudo detener y, en otros casos, alejar los objetos contundentes con su pierna izquierda, mientras con la otra hacía palanca para evitar que el mueble se cayera.

—Por poco —dijo Candado mientras se deshacía del último objeto, que parecía ser un frasco de cerámica, y lo ponía a un lado. Luego comenzó a inhalar y exhalar con normalidad, ya que para evitar que los objetos le cayeran en la cabeza tuvo que contener la respiración. Después de un rato haciendo los mismos ejercicios varias veces, la niña se le acercó y le ofreció una cajita de jugo de manzana.

—¿Jugo?

—No, gracias. ¿Podrías moverte?

—¿Jugo?

—No, ya te dije que no. Ahora, ¿podrías hacerte a un lado?

—¿Jugo?

—Nena, ¿podrías irte, por favor?

—¿Jugo?

—No... a ver, hazte a un lado.

—¿Jugo?

—No, no quiero jugo.

—¿JUGO!?

—¡ESTÁ BIEN! Dame un trago de ese jugo.

La niña levantó la cajita, y Candado inclinó la cabeza para poder llegar a la pajita y beber. Cuando finalmente pudo llegar, sintió un crujido en su espalda y una expresión de dolor que se mezcló con su expresión fría.

—Esto me va a doler mañana.

Candado bebió un poco del jugo de la niña y luego levantó la cabeza para mirarla.

—Ahora, por favor, hazte a un lado.

La niña caminó seis pasos a la izquierda cuando él dijo eso, luego lo miró y comenzó a beber su jugo. Con el obstáculo eliminado, Candado dio un fuerte pisotón en el suelo y aplicó toda su fuerza para volver a poner el mueble en su lugar.

—La que me parió…

Candado murmuró mientras hacía fuerza hacia atrás, inflando sus cachetes y entrecerrando los ojos. Finalmente, logró poner el mueble en su lugar. Cuando completó su tarea, se deslizó cajón por cajón hasta llegar al suelo, sentado y jadeando exhausto. Miró a la niña con una leve sonrisa en su rostro, aunque aún mantenía su actitud fría.

—¿Cómo te llamas, pequeña?

—Me llamo Verónica.

—¿Verónica? Lindo nombre.

—¿Y tú, cómo te llamas? —preguntó Verónica mientras se acercaba a él.

—Soy Candado Ernést Catriel Barret.

—¡Vaya, qué nombre más largo!

—Es mi nombre y apellido, aunque la gente comúnmente me llama Candado. Puedes hacerlo si quieres.

—Bien, Candado.

En ese momento, una persona extraña corrió a toda velocidad desde el pasillo hasta la sala. Era una niña extraña con el cabello hecho de serpientes, parecía una especie de Medusa de la mitología griega, aunque estas serpientes eran rojas y tenían nueve cabezas.

—Oh, rayos, no pensé que vería a otro demonio —dijo Candado en tono de burla.

—¿Y tú quién eres y qué haces en mi casa?

Candado se puso de pie, sacudió el polvo de sus ropas y respondió:

—Relájate, solo estoy paseando hasta que esté lista la comida.

—¿Comida?

—Oye, aléjate un poco. No quiero que tus amigos me muerdan.

—¿Quién te crees que eres? Aquí no eres bienvenido, extraño.

—Vaya, qué vocabulario pobre.

Cuando Candado dijo eso, las serpientes del cabello de la niña comenzaron a ponerse en posición de ataque mientras sacaban la lengua.

—Ahora lo veo, sacaste el carácter de tu madre.

—¿Mi madre? ¿Y qué hace ella aquí?

—Tonta niña, fue tu madre quien me invitó a comer aquí.

—Estás mintiendo.

Candado se inclinó y tocó su frente con la de la niña.

—¿Crees que miento? —preguntó con una actitud fría y una gran intención de golpearla.

En ese instante, durante la ardiente discusión, una de las serpientes rodeó el cuello de Candado en dos vueltas y mostró sus dientes bien abiertos, preparándose para morderle la mejilla. Mientras tanto, las otras serpientes se preparaban para atacar, mostrando sus grandes y filosos colmillos, chorreando veneno.

—¿Esto supuestamente va a intimidarme? —dijo Candado con desdén.

—Si no lo hace, entonces tendré que liquidarte —respondió la niña con determinación.

—No me asustas. He enfrentado innumerables peligros, cada uno más peligroso que el anterior. ¿Todavía piensas que estas serpientes pueden hacer algo? Lamento decirte que estás equivocada —afirmó Candado, manteniendo su actitud fría.

—Eso lo veremos.

Cuando Candado se preparaba para lanzar su golpe flameante en su pecho, Verónica, quien había estado observando toda la confrontación, decidió intervenir. Se posicionó en el medio de los dos, siendo tan pequeña que pasó desapercibida hasta ese momento, y puso sus manos en las piernas de cada uno.

—Alto, por favor, Candado es mi amigo.

—¿Candado? —dijo la niña con sorpresa.

—Sí, ese es mi nombre. ¿Algún problema?

—Santo cielo, discúlpame —respondió la niña mientras retiraba las serpientes de la cara y el cuello de Candado.

—¿Qué sucede? No entiendo nada.

Verónica se llevó la mano izquierda al pecho y levantó el mentón.

—Discúlpeme, su excelencia. No ha sido mi intención tratarlo de esa forma.

Confundido, Candado decidió seguirle el juego y asumir el papel de alguien importante.

—Deme su nombre y apellido.

—Sí, señor. Mi nombre es Carolina Coatlicue, y soy parte de la agencia Tricolor, los Semáforos.

—¿Rango?

—Rango rojo, señor.

—Ya veo, eres una novata. ¿Quién es tu jefe de departamento?

—Cabaña Nicolás, señor.

—Ya veo. Descanse, soldado.

—Sí, señor —respondió Carolina mientras relajaba los brazos.

—Bien, señorita. ¿A qué se debe ese comportamiento tan hostil conmigo?

—Fue un accidente. Pensé que era otra persona.

—¿Otra persona?

—Sí, señor. Últimamente hemos tenido Circuistas rondando en mi casa, así que pensé que usted era parte de... ya sabe, los Borradores.

—Está bien, está bien. Me gusta la gente que sospecha de todo, ya que tienen más posibilidades de sobrevivir.

—Me siento halagada, señor. Será un privilegio para mí que coma con nosotros.

—A propósito, ¿Por qué están en estas condiciones?

—La verdad es que mis padres están desempleados y una compañía quiere demoler nuestra casa para construir un supermercado. Hemos intentado de todo, pero parece que no vamos a durar mucho.

—¿Pediste ayuda al gremio o a los Semáforos?

—Sí, pero no pudieron hacer nada, ya que mi mamá firmó un contrato con la empresa cuando necesitábamos dinero. Ahora quieren desalojarnos y solo tenemos cinco días antes de terminar en la calle.

—¿Deuda? —inquirió Candado con sorpresa.

—Sí, 953.993 pesos, más los intereses, suman 3.597.202 millones de pesos.

—Vaya, esa deuda es exorbitante —comentó Candado.

Luego, Carolina inclinó la cabeza y miró a su hermana, quien estaba abrazando su pierna. Con ternura, Carolina la alzó y luego dirigió su mirada a Candado.

—No tenemos dinero para pagar esas deudas. Parece que no tenemos otra opción que irnos de aquí —luego comenzó a soltar lágrimas, aunque trató de contenerlas—. Lo siento, soy un Semáforo, se supone que no debo verme en este estado.

Candado, con su actitud insensible, inhaló profundamente y luego exhaló todo lo que tenía dentro. Acto seguido, metió su mano en su bolsillo y sacó una billetera que parecía pequeña a simple vista, pero al abrirla, reveló un fajo de billetes de cien pesos. Sacó un rollo de billetes del mismo valor, considerablemente grande. Luego, tomó la mano de Carolina y le entregó el dinero.

—Aquí tienes más de veinte millones de pesos.

—¿¡QUÉ COSA!? —exclamó sorprendida Carolina.

—Verás, para mí, el dinero no es más que un simple papel que sirve para darle un uso y nada más. En esta ocasión, lo he utilizado para ayudarlos.

—Pero...

—No digas nada, el dinero es tuyo y de tu familia. Paguen sus deudas, compren muebles y... —Candado la miró detenidamente y continuó—. Y también algo de ropa decente.

—No encuentro las palabras adecuadas para esto.

—No digas nada y punto.

—Pero sé lo que quiero. Voy a defender su nombre en la O.M.G.A.B. y en los Semáforos.

—Bien, gracias. Después de lo que me dijo Joaquín, estaría bien tener más aliados en los Semáforos, así que aceptaré tu ayuda.

—Será todo un honor seguirlo.

—Hablando de eso, tengo hambre. ¿Me pregunto si ya estará la comida?

—No sabía que mamá estaba cocinando, bueno, no en este preciso momento. ¿Vamos?

—Sí, vamos —luego miró a la pequeña Verónica y continuó—. ¿Vienes tú también, pequeña?

—Sí, claro.

Candado, Carolina y Verónica bajaron a la cocina, solo para ver la obra de arte que había hecho la madre: un estofado de arroz. Por la reacción de todos, parecía que hacía mucho tiempo que no comían de esa forma, incluso la cocinera estaba sorprendida de su propio arte culinario. Pero quedaron aún más sorprendidos cuando probaron el estofado; todos expresaron su alegría a través de sus papilas gustativas. Todos, excepto Candado, quien siempre mostraba la misma expresión en su rostro, haciéndole difícil a los demás adivinar su estado de ánimo. A pesar de eso, Candado era muy agradecido, elogiando la comida y a la cocinera en varias ocasiones. Al sentarse en la mesa, mientras observaba cómo Carolina, Verónica y Thomas estaban sentados junto a sus padres, sintió un destello de envidia por la unión de esa familia, a pesar de no tener dinero y estar al borde de la quiebra total. Sin embargo, seguían unidos tanto en la mesa como en la familia. Candado contempló a la familia reunida y comiendo juntos, algo que no había experimentado en años en su propia casa.

—¿Pasa algo? —preguntó el señor.

—¿Por qué lo preguntas? —respondió Candado.

—Has estado así por mucho tiempo y apenas has tocado tu comida.

—Oh, lo siento —Candado inclinó la cabeza, miró su plato y comenzó a comer—. El solo hecho de verlos me trajo recuerdos.

—¿Recuerdos? —preguntó Carolina.

—Sí, dolorosos y hermosos... recuerdos.

Tras esas palabras, Candado continuó comiendo y no dijo nada más. No elogió ni comentó nada más. No porque no supiera qué decir, sino porque no quería mostrar su lado sentimental, ya que parecía afectarle profundamente.

Cuando terminaron la comida, Candado se levantó, agradeció a la familia por invitarlo a su mesa y se dirigió hacia la puerta. Sin embargo, todos se pusieron de pie y lo acompañaron. Candado, al escuchar que todos estaban detrás de él, se volvió y los miró atentamente, luego mostró una sonrisa, esta vez con un poco más de entusiasmo.

—Muchas gracias por la comida.

—Vuelve cuando quieras —dijo la señora.

—Siempre serás bienvenido en esta casa —añadió el señor.

—Espero que volvamos a vernos —concluyeron los tres hermanos.

Candado hizo una seña con la mano y salió de la casa. No se fue solo con su habitual frialdad, sino acompañado por la alegría y el alboroto. Saber que había ayudado a una familia le dio esperanzas de reparar la suya.

Cuando salió, notó que Nelson lo estaba esperando en el frente del auto. Candado hizo una mueca y caminó hacia él, con las manos en los bolsillos, sintiendo la brisa de la tarde acariciando su flequillo y su cuerpo. A medida que se acercaba al auto, mostró una ligera sonrisa, porque sentía una gran satisfacción en su corazón. Candado entró al auto con una sonrisa en el rostro.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Nelson sorprendido.

—Creo que sí. No sé cómo explicarlo, pero de alguna manera me siento feliz.

Nelson parpadeó repetidamente con asombro, levantó las cejas y miró el volante.

—Das miedo, muchacho —dijo Nelson mientras ponía en marcha el auto.

A partir de ese momento, Nelson supo por qué camino había optado Candado, y lo único que quedaba por hacer era observar.

Después de ayudar a la familia de Resistencia, Candado se dirigió nuevamente hacia la agencia tricolor, los Semáforos. El objetivo estaba claro: conseguir una audiencia con Chandra y lograr su perdón para poder ingresar a la O.M.G.A.B. e informar la situación que se estaba viviendo. Candado creía que podría llegar a un acuerdo con ella, ya que Chandra era una persona fácil de dialogar.

Continuaron en auto durante quince minutos más hasta llegar a los Semáforos o la agencia tricolor.

—Guau, han renovado este lugar, parece nuevo —observó Nelson mientras bajaba del auto.

—Así son ellos —comentó Candado mientras cerraba la puerta del coche.

La agencia estaba ubicada en un lugar casi desolado, sin ninguna casa alrededor, solo algunos árboles. Era como una fortaleza, con muros de concreto de entre nueve y once metros de altura que rodeaban casi cinco manzanas de terreno. Solo había una puerta de metal como entrada. En las afueras de la agencia, se podían ver cámaras de seguridad por todo el lugar, y en la entrada, dos guardias: uno adulto y otro adolescente, este último parecía estar en su primer día de trabajo. Dado que el muro era muy alto, apenas se podía ver la estructura del edificio, excepto algunas torres y el techo.

Candado y Nelson bajaron del coche y se acercaron a la entrada, donde los detuvo un policía veterano, un hombre mayor, corpulento, barbudo y con lentes.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó el guardia.

—Yo soy Candado Barret, y este señor a mi lado es Nelson Torres. Queremos tener una audiencia con los representantes de aquí.

—Lamento decirles que el presidente no está presente.

—¿Pero su vicepresidente sí?

—Sí, pero...

—Está bien. ¿Nos permites entrar? —interrumpió Candado.

—Está bien, después de todo, eres un representante de Argentina en la Organización Bernstein, así que pasa por favor.

El guardia ingresó a una cabina, tocó algunos botones y la puerta se abrió lentamente con un ruido molesto. Se podía notar que las manos de Candado temblaban detrás de su espalda debido al irritante ruido, mientras que Nelson se tapó los oídos. Cuando la puerta se abrió por completo, Candado levantó su boina en un gesto de saludo a los guardias y entró al recinto, acompañado de su amigo Nelson.

Dentro del edificio, todo era impresionante. Había mucha gente, principalmente niños y adolescentes. Había un área que parecía un aeropuerto y una plaza de descanso con una estatua blanca de Harambee dándole la mano a Alfonsín Dáydalo, el creador de los Semáforos. Se decía que Dáydalo, siendo un chico muy pobre, había llegado a lo más alto de los gremios debido a su deseo de ayudar a los demás. Uno de los problemas mortales que notó fue la falta de una patrulla para las actividades de mantenimiento de los gremios. Necesitaban a alguien que informara, redactara y resolviera problemas que pudieran surgir en otros gremios hermanos. Si la corrupción y el mal manejo en un gremio aumentaba, podría convertirse en un problema grave para los Circuitos. Así nacieron los Semáforos, una entidad que servía como los ojos y oídos de la O.M.G.A.B., asegurándose de que el trabajo de los gremios se llevara a cabo correctamente. También actuaban como refuerzos para sus hermanos en caso de ataques. Hoy en día, esta agencia tenía presencia en todo el mundo.

Alfonsín fue presidente de los Semáforos durante tres años, combatiendo los asaltos de los Circuitos, hasta que murió en combate a la edad de quince años. Su hermano menor, Ricardo Dáydalo, lo honraba todos los días, convirtiéndose en una figura legendaria tanto para los gremios como para los Circuitos. Para los gremios, era un guerrero leal y valiente, mientras que para los Circuitos, era un tirano mentiroso y una fuente de problemas. Sin embargo, para la agencia tricolor, seguía siendo el padre de los ideales de igualdad, fraternidad y libertad.

Desde entonces, los Semáforos se habían dedicado a ayudar y defender a todos los gremios. Tenían un sistema de administración de justicia completamente independiente de la O.M.G.A.B. para garantizar que siempre se tomaran decisiones justas en casos de impunidad, castigo y expulsión. Candado Barret, Arce Catherine Lourdes y Cesar Chrome eran las únicas tres personas capaces de aplicar el castigo a los acusados, lo que los dejaba completamente indefensos en su vida cotidiana. Este sistema había sido establecido por el propio Alfonsín para administrar la justicia, ya que antes era realizado por un Bailak que había pasado su conocimiento a estas tres personas.

Candado paseó por los jardines de la agencia para matar el tiempo, ya que hacía mucho que no visitaba el lugar. En cambio, Nelson estaba totalmente fascinado por lo que estaba viendo, nunca antes había presenciado tantos cambios en la agencia.

—¿Te importaría si echo una mirada por allí? —preguntó Nelson.

—No, para nada, puedes ir.

Nelson se separó de Candado y desapareció en la esquina del edificio, donde había mucha gente. Candado caminó hasta la plaza donde todos se reunían, donde cada uno llevaba una banda en su brazo izquierdo de colores diferentes para indicar su rango, como blanco (Estudiante), rojo (Cabo), amarillo (Infantería o Capitán) y verde (El rango más alto de los Semáforos y el más difícil de alcanzar). En su camino se encontró con rostros conocidos y los saludó, a veces con señas y otras con un apretón de manos, hasta que decidió descansar en una banca que había por allí. Mientras estaba sentado, observó a su alrededor cómo todos se movían de un lado a otro, algunos charlaban y otros se quedaban quietos.

En ese momento, una voz familiar lo sorprendió.

—Nunca pensé que vendrías hoy.

Candado se volteó y vio a una persona conocida, Reinhold Krauser.

Krauser era una figura peculiar, sin ojos, orejas, nariz ni boca a simple vista. Su apariencia era la de un maniquí blanco, mitad humano y mitad monstruo. Vestía con elegancia, con pantalones marrones con líneas blancas, zapatos negros brillantes, camisa celeste de mangas largas, chaleco a juego con los pantalones, corbata negra y un sombrero a juego con su chaleco y pantalón, sin líneas blancas. Aunque parecía tranquilo, a veces podía ser burlón y sarcástico, pero en su mayoría tenía una actitud reservada. A pesar de su extraña apariencia, tenía la capacidad de ver, escuchar y comer a través de una boca que se abría en su lugar de origen. A veces, utilizaba su aspecto aterrador para intimidar a sus enemigos, desplegando su boca y cubriendo su cabeza, mostrando una lengua larga y áspera de color negro, dientes blancos y afilados. En otras ocasiones, usaba su boca para expresarse, ya que era lo único que tenía. Krauser a veces llevaba una gabardina marrón fuerte o roja, un pañuelo negro alrededor de su cuello, pantalones negros con botas de cuero negro y guantes de cuero marrón oscuro, junto con su característica venda verde en su brazo izquierdo.

En cuanto a sus habilidades, Krauser poseía un violín con el que podía inmovilizar a sus enemigos si llegaba a desafinar, pero también podía manipular tanto a amigos como enemigos como títeres cuando tocaba una melodía. Además, tenía la capacidad de crear tentáculos desde su espalda y controlarlos como si fueran brazos adicionales. Su poderosa mandíbula le permitía devorar objetos grandes como coches o tanques de guerra, y tenía la habilidad de regenerar extremidades perdidas. También era sorprendentemente bueno en la cocina y en la limpieza.

—Krauser, el maniquí andante, ¿cómo te trata la vida? —bromeó Candado.

—Muy gracioso, Candado. La verdad es que la vida me trata mucho mejor que a ti.

—Me lo imaginaba.

—¿Te importa si me siento? —preguntó Krauser.

—No, adelante por favor.

—Gracias —respondió Krauser antes de sentarse al lado de Candado.

—Dime, ¿cómo fue la inspección? —preguntó Candado.

—La verdad, fue muy bien, nunca pensé que terminaría tan rápido.

—Bueno, Joaquín te tiene mucha estima, no me extrañaría que lo hiciera rápido.

—¿Tú crees?

—Claro, después de todo es tu amigo, ¿no?

—Bueno, creo que sí, pero es demasiado blando. A propósito, ¿conoces a esa chica muda que está con Joaquín? Me recuerda a Clementina.

—¿Ruth? Bueno, no he hablado mucho con ella, pero creo que es buena persona.

—¿Y Moneda?

—Ese es un tiro al aire, un loco de la guerra, pero su locura parece ser su fuerte, ya que no le teme a nada, y la verdad eso nos sirve mucho.

—¿Has sabido si Joaquín ha venido?

—No, no ha regresado, pero está Rozkiewicz.

Candado se cubrió la cara y dijo.

—No, la verdad no quiero hablar con él, es muy gritón y esa clase de gente me pone nervioso.

—Bueno, la verdad, le encanta hacer eso, pero descuida, él te conseguirá todo lo que necesitas.

—Si me lo pones así, entonces....

—¿Entonces qué?

—Bien, ya lo he decidido, voy a ver a Rozkiewicz.

—Reza para que no grite.

—Y tú vendrás conmigo.

—Oh no señor, no tengo intenciones de ir.

—¿Y si te regalo un alfajor?

—Dos.

—Hecho, ahora ven.

Candado y Krauser se levantaron del asiento y se dirigieron al edificio, caminando uno al lado del otro como camaradas, aunque Krauser solo decidió ir por conveniencia. Cuando entraron, el ambiente estaba muy limpio y la fragancia del aire era fresca. Tenían aire acondicionado y había recepcionistas a la entrada con un cartel del logotipo de los Semáforos, que era un escudo estilo medieval con los tres colores. Afortunadamente, estaban bastante distraídos como para notar la presencia de ambos. Candado y Krauser tomaron el ascensor y subieron hasta el último piso del edificio. Aunque formalmente tenía doce pisos, salieron del ascensor y tomaron el único camino derecho que había en ese piso. Les esperaba una puerta muy grande, y Candado no tocó con delicadeza, sino que le metió un puñetazo para que se escuchara su llamada.

—Tranquilo Candado, vas a romper la puerta —dijo Krauser con preocupación.

Antes de que Candado pudiera contestar, la puerta se abrió, revelando una sala grande con cinco personas. Dos de ellas eran mujeres, una estaba sentada al frente en un sillón blanco, bien vestida y con anteojos oscuros. Los otros cuatro estaban sentados, pero miraban hacia Candado, lo que insinuaba que estaban en una reunión importante.

—¡CANDADO! ¿Qué tal? —exclamó Rozkiewicz mientras se quitaba los anteojos oscuros.

—Buenos días, señor presidente.

—¡MANIQUÍ! Bienvenido.

—¿Interrumpo algo?

—Eh, no, justamente estábamos hablando de vos.

Candado caminó hacia el frente para poder ver los rostros de las personas con las que estaba hablando Rozkiewicz.

—Los presento, él es Candado Barret, representante de la O.M.G.A.B. y nuestro campeón en todos los de la…. ¡ARGENTINA CARAJO! —exclamó Rozkiewicz mientras se arrimaba al hombro de Candado.

—Saludos —respondieron todos al mismo tiempo.

Candado decidió empezar con el primer sillón, una mujer joven con un báculo en la mano, un pajarito en la cabeza y vestida con túnicas verdes y rojas.

—Hola, soy Sofía Ibarra Zapirón, mucho gusto.

—Vaya, he oído hablar de usted, la dríade de la Argentina, una de las mejores en el control de la naturaleza.

—Prefiero llamarlo cooperación mutua.

Candado tomó la mano de Sofía y le dio un beso en la contrapalma.

—Mis respetos hacia su pueblo, ustedes son los únicos que siempre nos han ayudado a nosotros, los gremios.

—No hay de qué.

Luego, Candado liberó la mano de Sofía y se dirigió al que estaba a su lado, un niño joven con pantalones vaqueros, una campera de cuero negro y unas extrañas hombreras de clavos bastante afilados. En su pecho, llevaba un emblema de un cactus rojo.

—Buenas tardes, señor, mi nombre es Walter Dussek.

—Vaya, Walter, el niño que maneja los cactus a voluntad. Es muy famoso en el norte debido a sus poderes con la arena y la magia Rekla' darica. Es un honor para mí que esté en los Semáforos.

—Je, sí, aunque es la primera vez. El mérito no es solo mío.

Candado estrechó la mano de Walter Dussek.

—Bienvenido al Chaco.

—Gracias. ¿Cactus?

—Eh, no.

Luego continuó y se encontró con el tercer sillón, donde había un hombre con aspecto elegante y muy pálido. Parecía que era su primera vez en un lugar como el Chaco. Vestía de blanco de pies a cabeza, tenía un pañuelo celeste envuelto en su cuello y medallas que cubrían parcialmente su pecho. Llevaba un sombrero con una pluma roja en él.

—Saludos, señor Candado, mi nombre es Johan M. Debe estar halagado por mi presencia.

—¿Y quién es este pelotudo? —preguntó Candado mientras miraba a su alrededor.

—El señor Johan es un caza recompensas, es neutral —explicó Rozkiewicz.

—Soy demasiado valioso como para ensuciarme las manos con migajas. Es solo el hecho de estar aquí, lo que le da brillo a esta pocilga.

Candado estaba teniendo una severa crisis de nerviosismo en su ojo derecho. Nunca antes había visto tanto egocentrismo en una sola persona, a tal punto que solo de seguir escuchando sus palabras le provocaba un dolor de oído terrible. No podía creer que estaba a punto de romperle la cara a un invitado importante. Ni siquiera eso, Candado no podía decir la palabra "invitado importante". Primero muerto que antes decir eso. Sin embargo, Candado mostró una falsa expresión de gusto y, de manera respetuosa, le dio la mano.

—Es un... —Candado cerró su ojo izquierdo y miró hacia arriba, como si estuviera pensando en qué decirle, luego continuó—. Gusto de tenerlo aquí.

—¿Gusto? No, doy más que eso, doy prestigio a este establecimiento cutre.

Candado apretó con fuerza la mano de Johan hasta causarle dolor.

—Lo mismo digo.

—No me dolió, hago ejercicio.

Candado cerró los ojos, contuvo el aire y luego exhaló profundamente.

Luego se dirigió al último asiento, donde estaba una niña bastante formal, con una actitud noble, vestida con ropas celestes, rojas y amarillas en un diseño que Candado nunca había visto. Llevaba una tiara con un diamante verde en el centro de su cabeza como adorno, tenía el cabello corto y guantes blancos, y su rostro reflejaba la ternura de una niña inocente.

—Buenas tardes, señor Candado, mi nombre es Cantero Amana Agostina.

—Vaya, perdóname, pero no te conozco.

—No hay problema, es muy común que pase eso. La verdad, no me importa ser famosa.

—¿Qué es esa humildad?

—La verdad, no soy humilde, solo soy una persona normal que hace su trabajo para ayudar a los demás. Es lo que hacen los gremios, ¿no?

Candado quedó totalmente desconcertado por lo que acababa de oír. No podía creer que alguien como ella no se considerara humilde, sino simplemente una trabajadora gremial normal que se dedicaba a ayudar a los demás.

—Bien, creo dos cosas, o eres una ilusa o de verdad eres un ser humanitario.

—No, no, para nada. Es de verdad, solo me dedico a ayudar a los demás en nombre de Harambee y de los gremios.

—Tomaré la iniciativa de ser un ser bondadoso. —Candado le dio un apretón de manos y continuó—. Mucho gusto, espero que nos llevemos bien.

—Para que sepas un poco más, Candado, ella pertenece a la oligarquía de Buenos Aires y es amiga de una amiga tuya.

—¿Quién?

—Sara de Holy Truth.

—No puedo creerlo, parece que al final hiciste una amiga. Para completar, ella es hija de una familia de clase alta con un corazón de oro, o mejor dicho, de platino.

Johan levantó la mano e interrumpió la conversación.

—Disculpen, pero yo también soy humilde.

—¿Usted? —preguntó Candado de manera asqueada.

—Sí, soy el más humilde de todo el universo. Soy el mejor en ser humilde.

—Debe ser increíble en ser bueno en ayudar a los demás, ¿no? —preguntó Cantero.

—Ja, reconoces mi grandeza, pequeña. Los que me siguen siempre son recompensados.

—Esto se está yendo por las ramas —dijo Walter.

—¡ORDEN! Por favor, necesitamos hablar sobre estos temas, así que por favor escúchenme. Los he llamado porque se avecina una guerra con los Circuitos.

—¿Guerra? ¿Con los Circuitos?

—Exacto, señorita Sofía, se avecina una guerra y es nuestro deber pararla, así que…

Candado golpeó la mesa con su puño.

—¡NO!

—¿Qué te sucede? —preguntó Johan.

—Ustedes no lo entienden, los Circuitos son inocentes, ellos no tienen nada que ver en esto.

—Eso es gracioso, los Circuitos ¿Inocentes? Imposible —dijo Rozkiewicz.

—Esperen un momento, siempre es bueno escuchar las opiniones de los demás.

—Sofía tiene razón, hay que escucharlo —recomendó Cantero.

—Explícate, por favor —dijo Krauser mientras colocaba su mano en el hombro de Candado.

—Bien, esto es lo que sé.

Candado comenzó a contar todo lo que había pasado en los últimos días. Les habló de los Testigos y de las personas que lo habían atacado, mencionando sus nombres: Guz, Jane, Joel y Rose. También les explicó el propósito de su existencia y su posible táctica para desencadenar una guerra entre los gremios y los Circuitos. Les habló de la misión de traer de vuelta a la Tierra a su líder, Tánatos. Detalló cada paso y cada punto de información relevante. Los demás escucharon atentamente cada palabra que salía de sus labios.

Cuando Candado terminó su explicación, todos comenzaron a reflexionar sobre lo que había contado. Sin embargo, no fue suficiente para convencer a algunos de ellos.

—Es una locura —se preocupó Rozkiewicz.

—No puedo creerlo —se alarmó Cantero.

—Creo que ellos serían el mejor postor —expresó Johan de manera desinteresada.

—Debe haber un error, no es posible que...

—No hay error.

Dijo una voz misteriosa, y todos voltearon para ver quién estaba hablando. Era Joaquín, acompañado por Moneda, Ruth, Clementina, Hammya y Héctor.

—¡BARRETO! ¿¡CÓMO ANDA!? —gritó Rozkiewicz.

—Qué retraso mental, por Dios —dijo Johan.

—¿Ustedes tres qué hacen aquí?

—Venimos a ver para que no te metieras en problemas, Ernést —dijo Héctor.

—¿Ernést? Oh, ya veo, te descendieron, ¿no es así? —se burló Joaquín.

—No, solo está de vacaciones, dentro de unos días podrá volver —aclaró Clementina.

—Bueno, bueno, dejando eso aun lado, ¿Cómo sabes que lo que dice Candado es cierto?

—Mi querido amigo, tengo las pruebas conmigo, ¿Ruth, me harías el honor?

Joaquín extendió la mano derecha, y Ruth le entregó unos documentos.

—Bien, damas y caballeros.

—Aquí, está la prueba —dijo Joaquín mientras sacaba unos cuantos papeles de la carpeta y los deslizaba por la mesa.

—¿Quiénes son ellos? —preguntó Sofía.

—Buena pregunta, mi señora. Ellos son los Testigos.

—Jørgen Czacki, Rŭsseŭs Andrea, Guz, Joel la Valle, Rose la Valle, Jane la Valle, Amasai Chesulloth, Azricam Betah, Dockly Fernando e Isabel Castillo, ¿quién carajo son estos? Son extraños —dijo Rozkiewicz.

—Esos son los que conforman actualmente los Testigos.

—¿Cómo conseguiste esto? —preguntó Candado mientras sostenía una de las hojas.

—Fue gracias a William.

—Debí imaginarlo. ¿Dónde está ahora? Ese desgraciado me debe dinero.

—Lamento comunicarte, Candado, que está en el sur ahora, y no vendrá por unos días.

—Es increíble este lugar —dijo Hammya.

—¿Por qué ella está aquí? Sólo causará problemas —dijo Candado, pero nadie lo escuchó.

—Vaya, qué cabello hermoso —dijo Cantero.

—¿Cooperas con la naturaleza? —preguntó Sofía.

—Vaya, parece un cactus —comparó Walter.

—Es hermosa —dijo Johan.

—Bueno yo…

—¿Podemos concentrarnos?

—Escuchen a Candado, después hablarán con la nueva.

Todos aceptaron la propuesta de Krauser y le prestaron atención.

—Bien, ¿esto es todo, Joaquín?

—No, todavía falta saber quién es su líder, no he tenido éxito, pero sé que a su líder lo llaman el profanador.

—¿Alguien más tiene esta información? —preguntó Rozkiewicz.

—Sí, de hecho, Maldonado me robó los informes.

—¿¡QUÉ!? —exclamaron todos.

—Lo que oyeron, Maldonado me robó los informes.

—Eres estúpido o qué, ¿Cómo se te ocurre dejar estos documentos sin protección?

—Héctor Ramírez Bonamico Mateo, genio en todo lo que tenga que ver con la informática y las matemáticas. Sé lo que hice y soy consciente de la situación, pero esto fue necesario para la causa.

—¿Por qué dar esa información a nuestros enemigos? —preguntó Héctor.

En ese momento, Johan levantó las piernas sobre la mesa e interrumpió.

—Lo que él hizo es inteligente.

—¿De qué hablas?

—Supongo que él dejó los escritos solos en una mesa y en una oficina con llave, para que los robaran al día siguiente.

—¿Lo hiciste a sabiendas? —preguntó Moneda.

—Claro que lo hice, fue mi plan después de todo.

—No entiendo ¿por qué lo hiciste?

Candado quedó totalmente pensativo desde el momento en que él dijo que había hecho a sabiendas su negligencia, pero después de tanto pensar, encontró una respuesta certera a la situación y al plan de su amigo.

—¿Compartiste indirectamente información con los Circuitos?

—¿Qué cosa? —preguntaron todos al mismo tiempo, exceptuando a Johan.

—Oh, Candado lo ha descifrado, eres bueno, aunque no tanto como yo.

—Cierra la boca, Johan —dijo Sofía.

—¿Por qué lo harías? Vos sabes muy bien que son nuestros enemigos centenarios —exigió Rozkiewicz.

—Piensen un rato, ¿de qué nos sirve ocultar información a aquellos que son enemigos de nuestros enemigos? Creo que es hora de compartir información de los Testigos si queremos vencerlos o si no, seremos divididos y todos moriremos.

—Fue muy inteligente de tu parte, Joaquín.

—El mérito no es mío, señorita Cantero, la idea me la dio Sofía, indirectamente.

—¿Cómo?

—En uno de sus discursos, usted dijo: "El dolor de aquellos que son inmortales ha llevado a la guerra y la muerte a incontables de inocentes, para justificar lo injustificable, los Circuitos gobernaron tres años enteros porque no fuimos capaces de permanecer unidos".

—Ese es el discurso que di en el día de los caídos, hace más de un año.

—Exacto, ese discurso me enseñó algo importante. En tiempos de guerra, hay que estar unidos y, en este caso, nuestros enemigos son los Testigos y no los Circuitos.

—Pero lo que hiciste es ilegal.

—Lo sé, Rozkiewicz, por eso esto quedará entre nosotros.

—¿Qué te hace pensar que lo haré? —preguntó Johan.

En ese momento, todos, exceptuando a Cantero, sacaron sus armas y las apuntaron al cuello de Johan.

—Está bien, cerraré la boca.

—Bien, con eso cerramos este caso —dijo Clementina.

Todos se rieron, exceptuando a Candado, que solo permaneció en silencio mientras miraba por la ventana enorme que había en la sala. Joaquín lo siguió detrás de él y puso su mano en su hombro.

—Dime, ¿qué necesitas? Cuando llegué aquí, los guardias me hablaron de que vos me estabas buscando.

—Necesito que me hagas un favor.

—¿Otro? Vaya.

—Necesito que me consigas una entrevista con Chandra.

—¿La presidenta? ¿Y qué quieres con ella?

—Es sobre el tema de mi situación.

—Será difícil, veré qué puedo hacer.

—Gracias, Joaquín, eres un amigo.

Después de decir eso, Joaquín notó algo afuera de la ventana.

—Mira a ese chico rubio de allí, ¿Dónde lo había visto? Parece que viene hacia aquí.

Desde la ventana, Candado trataba de ubicarlo. Era un chico de más o menos catorce años que caminaba con las manos en la espalda, vestido de negro y que lentamente se acercaba a la puerta de los muros.

—Es… creo que es —Joaquín abrió lentamente los ojos del asombro, como si hubiera visto un fantasma.

Candado frunció el ceño y abrió la boca. Era claro que estaba muy sorprendido.

—Es… ¡DESZA!