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Candado (La boina azul) [Spanish]

Sigue la historia de Candado Barret, un niño de doce años con la mentalidad de alguien de cuarenta, frio, serio y sarcástico. Quien ahora tiene que soportar una guerra fría entre los dos entes más poderosos del planeta Gremios y Circuitos. Y la llegada de una nueva cara Hammya Saillim, quien vivirá en su casa ¿Cómo y cuando terminara Candado en tirarla por la ventana?

OtaKomic · Fantasy
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34 Chs

AJENO A LAS CONSECUENCIAS

El teléfono resonó a las 5:00 de la madrugada, un lugar poco adecuado en la habitación, sacándolo abruptamente de su sueño y revelando su ansia de vivir con ese rostro notoriamente demacrado. Candado, entre bostezos, descolgó el teléfono y atendió la llamada de uno de los seguidores de la agencia tricolor, Elías Vergara, conocido como el pino.

—¿Qué sucede? Son las cinco de la mañana, debo ir a la escuela en una hora. —Pues falta, te necesitamos.

Candado, molesto, encendió la luz, se frotó la cara, los ojos y la boca, y luego continuó.

—¿Qué ocurrió?

—Han atacado a la presidenta Julekha Chandra, es hora de que vengas aquí.

—Pero ya hablé con Rozkiewicz sobre este asunto.

—Hubo cambio de planes, ven lo más pronto posible.

—Es temprano.

—Y aquí también, ¿Pero ves que me estoy quejando? No seas payaso y ven.

—Por eso solo limpias las cagadas que hacen los Borradores, nunca vas a ascender.

—…

—¿Estás ahí?

—Lo siento, me quedé dormido escuchando tus discursitos.

—…

—¿Hola?

—…

—¿Candado estás ahí?

Luego, inflando sus cachetes de aire, dijo.

—¡EN SEGUIDA ESTOY ALLÁ!

En ese instante, se escucharon varios golpes detrás de la línea, ruidos como una silla cayéndose y el muchacho profiriendo maldiciones mientras se reincorporaba.

—Bien, ahora…

Candado colgó rápidamente el teléfono, manteniendo su actitud fría. Después de diez segundos, comentó.

—Je, pero qué torpe —luego mostró una sonrisa—. Es hora de trabajar.

Bajó de la cama, se dirigió al baño, encendió la luz y giró la llave, pero para su sorpresa, no salió agua.

—Oh vamos, no tengo tiempo para esto —luego golpeó tres veces con su dedo índice la llave, hasta que emitió un ruido extraño. Candado encendió su dedo y lo colocó en la canilla. Pero esta comenzó a vibrar y hacer ruidos extraños, y cuando Candado estaba a punto de tocar la llave, la canilla explotó y el agua terminó en su rostro, un chorro enorme que no parecía tener fin. Cuando finalmente se detuvo, Candado tomó la toalla y se limpió la cara.

—La… que me parió, asesinaré a Clementina.

Luego colgó nuevamente la toalla y salió del baño. Caminó hasta su cama y ahí se detuvo, levantó su brazo izquierdo y chasqueó los dedos, y, como siempre, las ropas volaron de su ropero hasta su cuerpo, usando exactamente la ropa que siempre lleva. Solo que, en lugar de su buzo, optó por su chaleco elegante rojo con botones blancos. Luego se puso su boina como accesorio final.

—Bien, estoy listo para el laburo.

Candado salió de su habitación y se dirigió hacia donde descansaba Hammya. Abrió la puerta con suavidad y se acercó a ella. Dormía plácidamente, con su rostro tranquilo y sereno sobre la almohada, abrazando a un oso de peluche y cubierta con frazadas, vistiendo pijamas verdes.

Candado se sentó en la cama y posó su mano en el hombro de Hammya.

—Niña, despierta, ya es hora de trabajar —susurró él.

Hammya hizo gestos con su cara, pero no se despertaba. Se dio vuelta y tomó el brazo de Candado.

—Niña, despierta, es hora de trabajar.

Hammya abrió momentáneamente los ojos, vio el rostro borroso de él, sonrió y volvió a cerrarlos.

Candado, ya desesperado, abrió y cerró sus manos repetitivas veces, señal clara de que estaba perdiendo los estribos. Luego alzó su mano izquierda, con el mecanismo en proceso, se acarició la nuca, inhaló y exhaló el aire que tenía dentro, y comenzó de nuevo.

—Niña —aclaró su garganta y continuó—, despiértate, hay que...

—No, Candado, no quiero comer morcilla.

—¡LA PU…! —Se tapó la boca y dio un grito mudo. Estaba claro que iba a explotar, pero rápidamente se tranquilizó, retiró sus manos de su boca, ajustó su corbata y continuó—. Nena, quiero que abras los estúpidos ojos que tienes, que muevas tus dos ineptas piernas y salgas de esta pieza, antes de que yo te saque a mi manera.

Hammya se dio vuelta y abrió los ojos.

—Buenos días, Candado —dijo ella con una sonrisa somnolienta.

—Buenos días. Ahora, hazme el maldito favor de levantarte.

—¿Por qué estás enojado?

—No lo estoy —se levantó de la cama y caminó hasta la puerta—. Vístete ahora; tendremos una larga y amarga mañana.

Candado cerró la puerta con fuerza y se encaminó hacia donde dormía Clementina. Se acercó a la sala, apartó un cuadro y allí estaba ella, dormida en la posición de un faraón egipcio. Candado colocó su dedo índice en su frente, y Clementina se despertó lentamente, emitiendo ruidos extraños. Abrió los ojos y ofreció un pronóstico.

—Carga al 100%, las mejoras están en funcionamiento —luego dirigió su atención a Candado—. Buenos días, señor. ¿Necesita algo?

—Sí, la verdad es que sí.

—Genial, huelo a peligro.

—Pensaba en descuartizarte.

—¿Por qué?

—Porque estuviste jugando con las cañerías.

—¿Yo?

—Sí, tú jugaste con las malditas cañerías.

—Fue un accidente.

Candado se llevó la mano a la frente.

—Olvídalo, no tengo tiempo para esto.

—¿Tiene trabajo por casualidad?

—Exacto —luego levantó su mano—. Acompáñame.

Candado y Clementina salieron del recinto y se dirigieron a la sala de estar. Se sentó en un sillón y miró a Clementina.

—Quiero que pases esta llamada a todos mis compañeros —luego levantó su dedo índice— sin excepciones.

—¿Se refiere a los que no están agremiados también?

—Exacto.

—Bien, entonces….

Candado levantó la mano.

—Me equivoqué, quiero que no venga uno.

—¿Quién, señor?

—Mauricio.

—¿Puedo preguntar por qué?

—No quiero que deje a Yara sola con esa gente extraña para ella. No tolero verla llorar; me parte el alma.

—Bien, eliminando a Mauricio de los contactos y…. listo —luego empezó a hacer ruidos chirriantes y continuó— localizados, ¿Dónde quiere que se reúnan?

—En la agencia Tricolor.

—Enviados. Solo hay que esperar a que sus comunicadores suenen.

—Brillante, ahora voy a esperar.

—No especificó hora, señor.

—No hace falta, todo saldrá bien —dijo Candado mientras chasqueaba los dedos, y de la cocina llegaba un termo y un mate.

—La vida es corta, para mí, es mejor disfrutarla mientras aún tenga tiempo.

—Señor, no debe ser tan negativo.

—No lo soy, solo digo posibles finales para mí en la vida. Puedo salir de la casa y que me atropelle un auto, o me puedo morir ahogado al momento que tome de mi mate. La vida es una continua lucha, el hecho de que estemos vivos nos hace victoriosos de la guerra.

—Señor…. —No pongas esa cara, Clem. Todavía estoy vivo, y vos también lo estás.

Clementina miró al suelo, decepcionada por lo que estaba escuchando de Candado. Claramente, él se estaba resignando en la lucha contra lo que lo estaba matando, lo que le daba a entender que estaba esperando la muerte (Tínbari) sentado. Aun así, Clementina levantó la cabeza y lo miró a los ojos, los mismos ojos que temía ver cuando le preguntaba sobre algo que lo incomodara o molestara.

—Señor, no tiene que decir eso. Usted tiene que librarse de lo que lo está matando. Candado bajó su mate y la miró a los ojos, y como era de suponerse, Clementina estaba aterrada.

—No sé lo que vos pensás, pero no me interesa. Te voy a dejar algo bien claro: yo jamás me rindo ante nadie, ni siquiera ante la muerte.

—Pero usted…

—¡SHHH! ¡SILENCIO! Nunca más vuelvas a tratarme como un pobre anciano al que no puede cruzar la calle, porque no soy esa clase de personas. Si quisiera librarme de este maldito veneno, lo hubiera hecho. Pero no hay forma, más que encontrar al maldito que me hizo esto.

—No veo que usted se esfuerce por encontrarlo.

Candado dio un golpe fuerte a la mesa con su mano.

—¡NO TE BURLES DE MÍ! —.Luego caminó hasta estar cara a cara con Clementina— déjame decirte algo, pedazo de chatarra. Vos no sabes nada de mí, nada. Crees que soy el mismo sumiso que lloraba y pedía ayuda a mamá. No.

—Para mí, siempre será el mismo niño amable y cariñoso que tuve el más grande honor de cuidar.

—Pues lo hiciste bien, pero ya no. Tú no estás las veinticuatro horas del día pegada a mi espalda. ¿Crees que no me esfuerzo en buscar al sujeto que me hizo esto? ¡TE EQUIVOCAS!

De repente, la bebé Karen empezó a llorar, y Candado miró al techo, se puso de pie y se acercó a ella.

—No te atrevas —luego cerró los ojos— no, nunca más vuelvas a entrometerte en mis cosas.

Luego se separó de ella y se dirigió hasta la habitación de su pequeña hermana. Cuando se fue, Clementina perdió el equilibrio y se cayó; sus sensores estaban al rojo vivo. Nunca antes estaba tan aterrada como era ahora, pero para su agrado, Hammya había escuchado parte de la conversación y estaba oculta detrás del muro que separaba la cocina de la sala. Hammya decidió dejarse ver para ayudar a Clementina a ponerse de pie.

—Señorita Hammya, no la detecté en mis radares.

—Seguramente debe ser por el miedo que estabas experimentando con Candado.

—Soy una tonta. Jamás dudé de él, y ahora lo hice. Soy una estúpida, ¿cómo pude hacer eso?

—Creo que todo el mundo sigue ciegamente a Candado.

—No debí meterme en sus asuntos. Qué estúpida.

—No, hiciste lo correcto. Te metiste en sus asuntos porque estás preocupada por él. Eres parte de esta familia lo suficiente como para preocuparte de esa forma. Eres como la hermana de Candado.

Clementina no contestó; solo se quedó procesando lo que le acababa de decir.

—No creo que yo sea tan cercana a Candado como para considerarme de esa forma.

—Eres su hermana y se acabó la historia.

—Sí, pero...

—Se terminó y punto.

Clementina quedó confundida con la ansiedad de ella de que sea desesperadamente la hermana.

—Bueno, no me opongo a eso. Soy, indirectamente, su hermana.

—Bien, ya que todo está arreglado, permíteme ayudarte. Por cierto, ¿qué ha pasado con esa actitud?

Clementina no quería responder a eso, aunque sería estúpido decirle que no, ya que ella volvería a preguntar. Así que decidió molestarle de la forma más íntima posible.

—¿Acaso te gusta Candado?

—No, claro que no —dijo tartamudeando.

—¿Entonces por qué te enfocas en ayudarlo todo el tiempo?

—Tú también lo haces.

—Sí, pero yo no lo hago por un interés amoroso, sino por un interés personal.

—¿Qué?

—Los humanos tienen motivos; yo, en cambio, tengo un protocolo. Si bien yo soy independiente de tomar las órdenes que yo quiera, me siento prisionera moralmente de la familia que me trató como un igual, y mi deber es ayudar a todos los que integren la familia Barret.

—Acabo de perder mi cerebro.

—Lo entenderás algún día; aquí, en esta casa, se aprenden nuevas cosas día a día. No sé por qué, pero es así.

—¿Eso me hará inteligente?

—No, solo te va a ayudar a que te concentres mejor.

—Bueno, yo...

—Pero no cambies de tema, te hice una pregunta.

—¿Pregunta? ¿Cuál pregunta?

—Por todos los bytes —dijo Clementina exaltada y continuó—, ¿si guardas un sentimiento romántico hacia Candado?

—Bueno, yo...

En ese momento, bajó Candado e interrumpió.

—¿Dijeron mi nombre?

—Sí, fui yo, pero no te estaba llamando, sino que estaba haciendo una pregunta.

Candado se acercó a ellas y preguntó.

—Y... ¿Qué clase de pregunta?

—Cosas de chicas.

—Entonces no me interesa.

Clementina aclaró la garganta y preguntó.

—¿Nos vamos ya, señor?

—Sí, nos iremos en taxi.

—Adivinaré, Nelson.

—No, su auto está algo averiado, y no podrá tenerlo listo hoy.

—¿Entonces en Uzoori? —preguntó Hammya.

—Exacto.

—Pero señor, Uzoori no puede volver por sí solo a casa.

—No pasa nada, él estará bien comiendo el abundante pasto que hay en la agencia, hasta que yo vuelva, claro.

—Pero hay espacio para tres.

—Sí, Uzoori es grande, cabrían hasta cuatro personas.

—Bien, por qué no, hagámoslo.

Candado subió hasta el establo, mientras que las demás salían de la casa a esperar que él bajara el caballo. Hacía mucho frío por la mañana; casi no había sol. Se escuchaban los ladridos de los perros, el ruido de los pájaros y uno que otro canto de un gallo que había por ahí cerca. El asfalto estaba húmedo y las calles también; parecía como si hubiera nevado.

Clementina y Hammya se pusieron a un costado, para no interponerse en el camino de Candado. Cuando el garaje se abrió, este salió con su caballo a paso lento; se veía que estaba aún dormido. Cada paso que daba era torpe, pero a pesar de eso, el caballo seguía adelante.

—Subid.

Candado tomó la mano de Clementina y la subió detrás de él; luego esta tomó la mano de Hammya y se sentó detrás de ella.

—Sujétense, por favor; habrá que llegar lo más rápido posible.

—A la orden.

Candado dio unos golpecitos al cuello del caballo, y este empezó a acelerar.

Los tres se fueron acompañados por la soledad y el silencio en las calles.

Luego de que el grupo se fuera del pueblo, terminaron llegando a la ciudad de Resistencia, donde sí se notaba el movimiento de las personas, gente que se dirigía a su trabajo. Candado iba tomando atajos para poder llegar más rápido. Hasta que por fin pudieron ver los muros de la agencia, ahora ya con más personal de seguridad. A medida que se iban acercando, Candado levantó la mano con su insignia, dejándoles el paso y la puerta libre.

En su interior estaban algunos de sus cuantos compañeros; aún faltaban algunos por venir. Los que faltaban eran Kevin, Martina, Anzor, German y Viki; el resto estaba ahí, charlando entre ellos, pero cuando vieron a Candado, se detuvieron y lo miraron.

Candado bajó de su caballo y ayudó a las niñas a bajarse de su corcel. En ese momento, Mario, el guardia que Nelson había salvado, saludó a Candado dándole un apretón de manos, tomó las riendas del caballo y lo llevó a una zona donde no estorbara. Luego, Candado se acomodó un poco, aclaró la garganta y se acercó a sus amigos.

—Saludos, hermanos.

—¿Se puede saber por qué nos despertaste a esta hora?

—Pucheta —luego se llevó la mano a los ojos y continuó—, silencio, no he terminado de hablar.

—Bueno, está bien.

—Cómo iba diciendo, me alegro que se hayan despertado a esta hora. Seguro muchos de ustedes se preguntarán por qué los convoqué aquí y la...

—Sí, quiero saber por qué estoy aquí —interrumpió Pucheta.

Candado desorbitó sus ojos momentáneamente mientras entrecerraba sus manos, pero luego de unos segundos se calmó, se acomodó la corbata y siguió.

—Prosigo, los he llamado aquí porque hay problemas en la ciudad de Buenos Aires y seguramente necesitarán nuestra ayuda, pero sé muy bien que esto no es como las demás situaciones que hemos tenido con enemigos pobres. Puede ser peligroso y...

—Candado —interrumpió nuevamente Pucheta.

—¡PERO LA PUTA MADRE! ¡¿QUÉ QUERÉS AHORA?!

Pucheta, entre risas y ahogos de la carcajada, dijo.

—Eso ya lo sabemos, lo que queremos saber es ¿qué tan peligrosa es la misión?

—¡¿POR QUÉ NO ESPERAS ENTONCES?!

—Porque es aburrido; una vez que hablas, no hay quien te pare.

—¡¿PARE?! ¡UN PARO CARDIACO ME VAS A DAR POR TU INSOLENCIA!

Los demás se reían de la situación, excepto Declan, quien estaba escuchando atentamente a Candado.

—Bien, creo que es hora de...

—Aguarda —dijo Clementina.

—¡MIERDAAAAA!

—Estoy sintiendo la aproximación de cinco personas —continuó Clementina.

Candado aflojó los hombros y se arregló la boina.

—Espero que ellos no interrumpan mis palabras —dijo él.

Luego de las cortas palabras de Candado, la puerta delantera hizo un ruidoso sonido al momento de abrirse, y de las afueras de los muros aparecieron cinco personas, conocidas para la mayoría de los presentes. Y para cuando las puertas se abrieron del todo, decidieron entrar, con Anzor a la cabeza. A su costado izquierdo estaba Kevin, encapuchado, y German, y de su lado derecho estaban Martina, también encapuchada, y Viki. Quienes se acercaron a Candado y al grupo.

—Disculpa por el retraso.

—No hay de qué —luego miró a los demás y continuó—bien, ahora que estamos todos reunidos, proseguiré…

—Espera —interrumpió Ana María Pucheta.

—¡TE VOY A SACAR LA LENGUA!

—Olvidé decirlo, buenos días Candado.

Su ojo izquierdo comenzó a tener un tic nervioso, obviamente lo había hecho a propósito solamente para molestarlo. Candado estaba a punto de perder los estribos, no sabía si quitarle la lengua o quitarle las cuerdas vocales, pero una mano tocó su hombro justo antes de hacerlo. Se trataba de Glinka, quien estaba acompañada de Antonela.

—Saludos, ¿Hay espacio para nosotras?

Glinka: Lara Talavera Glinka de ojos rojos (Dios sabe por qué), cabello blanco cenizo, nariz recta y firme, piel blanca, tiene una actitud honorable y dispersa por el aire, compañera de Joaquín, amable y de un enorme corazón, sus ropas son de unos pantalones largos de color blanco y botamangas grandes que cubren sus talones (Por alguna razón no se ensucia) zapatos violetas, camisa roja y con un listón blanco.

Poderes: La composición de la materia y todo relacionado con los metales.

Habilidad: Desconocida para Candado, pero conocida para Ruth, por lo tanto no se encuentra registros.

Antonela: De cabello negro y ojos celestes, muy brillantes, viste de ropas muy formales, como si fuera alumna de un colegio privado de color azul, medias blancas que llegaban hasta sus rodillas y zapatos negros. Debido a su seriedad, muchos le temen, pero tiene un gran corazón, es amiga de Candado y muchas veces cuida de que no se meta en problemas afuera de su pueblo. No le gusta que la traten con inferioridad.

Poderes: Psíquicos

Habilidades: Es buena en todo.

—Oh, son ustedes dos.

—Siempre con esa alegría, Candado —dijo Glinka sarcásticamente.

—¿Qué quieren?

—Lo que oíste, Candado, vamos contigo.

—Ni hablar.

—¿Por qué? —preguntó Antonela.

—Porque es peligroso.

—Si quieren puedo dar mi lugar para ustedes —dijo Matlotsky levantando la mano.

—Baja la mano, imbécil —dijo Candado sin mirarlo.

—Okey —dijo él mientras se achicaba ante Candado.

—Vamos, nuestros amigos están ahí.

—No es no, ¿qué acaso no lo entienden?

—No, porque tú no me das órdenes, así que iremos quieras o no.

—Ya veo —interrumpió Clementina.

—¿Qué cosa? —preguntó Glinka.

—No quieres que ellas vengan, porque son insoportables.

—No, no es eso, es que…

—¿Es que qué, Candado?

—Ay, a quién engaño, ambas son muy buenas peleando, y siempre se meten en problemas, lo que me cuesta a mí; cada vez que voy a algún lugar con ustedes, termino aumentando mis problemas.

—Pero… ¿Por qué no nos dijiste antes? —preguntó Glinka.

—Lo he hecho más de siete veces, pero jamás me escuchan.

—Qué bonita es la luna, ¿no? Antonela.

—Sí, es verdad.

Luego, Glinka miró a Candado.

—Perdón, ¿dijiste algo?

—Por favor, suban a otro avión o pueden irse al carajo.

—Parece que alguien tiene grandes deseos de matar —susurró Kevin a Martina.

—¿Vos crees?

—Ya da igual —dijo Glinka, luego miró a Antonela y continuó—. Vamos, subamos al avión.

Dicho esto, Glinka tomó de la mano a Antonela y se fueron corriendo al avión de Candado, dejando al grupo solo y confundido.

Candado hizo una mueca y levantó su brazo.

—Saben qué, subamos al puto avión antes de que me pegue un tiro.

—Ya escucharon a Candado, suban todos al avión —dijo Clementina mientras aplaudían.

—Vamo' loco, vamo' loco al avión.

—Matlotsky, cállate —luego lo tomó de la nuca—yo te ayudo a subir.

Y con una fuerza increíble, levantó a Matlotsky y se lo llevó adentro del avión, mientras que todos los miraban.

—¿Qué fue eso? —preguntó Kevin a Héctor.

—Ah, ellos son así siempre, dale, subamos al avión.

Kevin miró a Martina y se encogió de hombros, dándole igual la situación, y entró al avión junto con los demás.

Para cuando todos estuvieron adentro, Viki presionó un botón y la puerta se cerró, mientras que los demás se sentaban en sus asientos; claro que había más. Héctor estaba sentado en la sala de juegos hablando con Andersson y con los hermanos Bailak. Pucheta corría por todo el avión, jugando con Glinka y Pio; Anzor y Declan meditaban en sus asientos, hablando en su idioma; las mellizas también hablaban con Andersson, German leía las varias revistas de la O.M.G.A.B. donde cada una tenía el rostro de los presidentes. La de Candado mostraba el puño izquierdo levantado a la altura de su mejilla derecha, con su actitud seria y mirando al público con una frase diferente a la anterior: "La unión hace la fuerza, y ustedes hacen nuestra fuerza". Luego había otra de Yuuta, Kirinyaga, Shaoran, Banu, Jacqueline, Alejandra, Raúl, Armando y Aurora. La de Yuuta era con su mano en su corazón mientras miraba al cielo y con una frase que decía: "Nuestros corazones cambiaron al mundo, ayúdanos a que sigan latiendo". La de Kirinyaga era con sus ambas manos levantadas mientras miraba al público y con una frase que decía: "Harambee cambió nuestro mundo, ustedes también pueden hacerlo". La de Shaoran era de brazos cruzados mientras estaba de perfil, con una frase que decía: "Ustedes no son soldados, son nuestros hermanos". La de Jacqueline era de brazos cruzados mientras miraba al público: "No se queden sentados, levántense y luchen a nuestro lado". La de Alejandra era señalando con su mano derecha mientras que con la izquierda, la tenía en su cintura; su frase era: "Pelea y lucha por tus derechos, que nadie os pisotee". La de Armando era sentado en una silla, con su boina en su pierna mientras miraba al público con una frase así: "Nosotros somos defensores de sus patrias, pero ustedes lo son más". La de Raúl era con un puño en su pecho mientras miraba al público: "Nosotros damos la cara por ustedes, ¿y ustedes darían la cara por nosotros?". La de Banu era sentada en una silla y con ambas manos en su regazo, con una frase que decía: "Harambee luchó por nosotros y nosotros luchamos por Harambee". Y por último, la frase de Aurora, quien estaba en la misma posición que Candado, pero con su mano derecha y una frase diferente: "Ayúdanos a cambiar al mundo".

Claro que él no estaba leyendo todas a la vez; sólo leía la de Candado, mientras que su compañero, Lucas, leía la de Banu.

—Es increíble —dijo Lucas.

German bajó la revista y lo miró.

—¿Qué es increíble?

—Banu Fereshteh tiene un índice de aprobación del 79% de los votos en la isla de Kanghar.

—¡Es porque su actitud es adorable! —gritó Candado desde su asiento, que estaba muy lejos de ellos.

Antonela veía la tele con Viki y Carolina. Mientras que Candado estaba sentado, compartiendo asiento con Hammya, quien jugaba con una consola de Ana María, y Clementina, quien leía un libro, igual que la otra vez, solo que el asiento donde estaba sentado Nelson estaba vacío. Candado estaba recostado sobre su brazo en los apoyabrazos, postrando su cabeza en su puño y con un rostro demacrado.

—Odio el ruido.

—Entonces, vete a otra habitación —dijo Clementina sin mirarlo.

—¿Quieres que pida silencio? —preguntó Hammya.

—No, no hace falta.

—¿Por qué no va a dormir un rato? —preguntó Clementina.

—No, tampoco hace falta.

Hammya tomó la mano de Candado y lo miró, aunque este tardó en mirarla a ella.

—Ve a dormir, lo necesitas.

—Escucha a las señoritas, Candado —dijo Tínbari, parado en medio del pasillo mientras Pucheta lo atravesaba.

Candado acarició su cabeza y se puso de pie. Con las manos en los bolsillos, abandonó el pasillo para dirigirse a una de las habitaciones y descansar un poco, ya que estaba un poco agotado, y mucho. Abrió la puerta, caminó hasta la cama y se recostó en ella, pero esta vez, no se quitó la boina como las otras veces, y miró el techo.

—Odio esta cama, siempre me dan pesadillas cuando me acuesto aquí.

—Preámbulos y preámbulos, ¿Por qué no duermes de una vez y ya? Estoy interesado en lo que podré ver ahora.

—Espero que sea la última vez que duerma en una cama a estas alturas, es por eso que detesto los aviones, despiertan mis temores.

—Y por culpa de eso tienes pesadillas, sí eso ya lo sé, ahora duerme de una vez y diviérteme.

—Sólo digo que puede ser peligroso.

—¿Por qué no duermes de una vez?

—Porque estoy hablando contigo.

—Ya, y parece que el culpable soy yo, ¿verdad?

—Pues sí, así que cállate, necesito dormir un poco, si de verdad lo quieres.

—Bien, entonces yo estaré por ahí sentado.

—Por mí te puedes ir bien lejos, recontra mil lejos.

—Eso no va a pasar, y lo sabes muy bien.

Candado no respondió, solo quedó mirando al techo, con una sonrisa algo sínica, pero al final terminó por dormirse. Los sonidos del viento y de los motores lentamente fueron desapareciendo en la mente de Candado, dejándolo en paz y serenidad.

Sin embargo, eso no detuvo las pesadillas. Después de una hora, estas comenzaron a crecer cada vez más y más. La oscuridad comenzó a extenderse una vez más en sus pensamientos más profundos, pero cada pesadilla era diferente a la anterior. De vez en cuando aparecían, pero siempre se frecuentaban cuando dormía en el avión. Era como si esa cama funcionara de esa forma.

La transpiración recorría su cuerpo, forcejeaba en la cama. Una y otra vez repetía el nombre de Desza y de Pullbarey. Sus manos se encendían y se apagaban, y más de una vez quemó las sábanas. Esta vez, no podía controlarse. Los impulsos de aquel tormentoso sueño lo volvían loco, su cordura se estaba desvaneciendo lentamente. Tínbari observaba atentamente, con mucha ansiedad y preocupación.

—Vamos, vos podés, resiste un poco.

En el sueño de Candado, se encontraba en un paisaje sombrío, todo estaba muerto a su alrededor. Había fuego, sangre y putrefacción. Candado estaba parado en una pila de cadáveres, observando como el cielo era consumido por el trueno y por un extraño remolino que surcaba las nubes, tragándose todo a su paso, casas, cuerpos y edificios.

Pero luego de unos segundos, Candado comenzó a sentir la presencia de alguien. Miró a su alrededor, y por la espalda recibió una flecha, pero no sintió dolor alguno. Candado se volteó y se vio a sí mismo, solo que con tonos más oscuros, cabello muerto, boina negra, ojos rojos con sangre chorreante en ellos, piel inhumanamente blanca, como un muerto, y sus ropas eran iguales, solo que eran un poco más sombrías.

Nuevamente, Candado iba a pelear consigo mismo. Se quitó la flecha y corrió hasta su enemigo, sin titubear, corriendo por los escombros de lo que alguna vez fue un vecindario, hasta llegar a su enemigo. Pero al momento de llegar, este desapareció al frente de sus ojos, y no solo eso, sino que el paisaje sombrío se fue con él, dejándolo en una habitación oscura.

Armado con su facón y su poderosa flama, Candado comenzó a recorrer la zona, caminando hacia ningún lugar aparente. Pero luego de unos largos pasos, comenzó a escuchar una risa, y esa risa ya la conocía. En ese instante, comenzó a quemar todo lo que estaba a su alrededor, pero nada pasaba, y la burla seguía. Hasta que la misteriosa persona apareció en la espalda de Candado y le susurró.

—Fallaste, mi amigo.

Candado volteó y lanzó una llamarada muy fuerte. Sin embargo, Desza se seguía burlando de él. A cada paso que Candado malgastaba su energía, su cuerpo se iba deteriorando. Comenzó a escupir sangre y a perder el equilibrio, hasta llegar a arrodillarse y soltar todo lo que tenía dentro, tosiendo y escupiendo sangre.

—¿Qué te sucede, Candado? ¿Estás enfermo?

Él se puso de pie y miró a su alrededor, con la esperanza de encontrar a esa otra voz, pero era imposible para él. Todo era negro y oscuro, no podía verlos, y cada momento que escuchaba sus burlas lo ponía enfermo. No podía más, y empezaba a luchar a ciegas, dando golpes en falso.

Mientras en la realidad, Candado estaba descontrolado. Había roto un florero y un despertador, y entre los ruidos y destrozos que hacía, provocó que los demás lo escucharan. Sus compañeros ingresaron a su habitación; todos observaron a un Candado gritando de agonía, moviéndose de un lado a otro, soltando todo su dolor, sufrimiento y amargura.

Fue en ese momento que Kevin tomó los hombros de Candado, mientras Andersson sostenía sus piernas. Todos gritaban una y otra vez su nombre. Tínbari no estaba en su silla; en su lugar, estaba agarrando la frente de él.

—¡RESISTE! ¡YA FALTA POCO! —gritaba Tínbari.

Hammya, con ambas manos en la mejilla de él, gritaba su nombre, pero Candado seguía dormido y su sufrimiento aumentaba cada vez más.

En su sueño, esos contactos físicos daban una falsa impresión a Candado. En él, Candado estaba siendo acorralado por personas que eran sus más grandes enemigos: Jørgen, Desza, Ocho, Chesulloth, Azricam, Joel, Jane, Rose, Rŭsseŭs, Guz, Dockly e Isabel, agarrándolo de todos lados, imposibilitándolo para escapar.

—¡SUÉLTENME! ¡LOS VOY A LIQUIDAR!

—Inténtalo —dijo Desza.

Candado encendió su puño y le dio un golpe en la quijada, creyendo que había golpeado a Desza, cuando en realidad, el golpe lo recibió Kevin, quien retrocedió abruptamente y terminó en el suelo con sangre entre la nariz y sus labios.

—¡KEVIN! —gritó Martina.

—Viki, llévatela de aquí, es peligroso —respondió mientras se ponía de pie e intentaba nuevamente parar a Candado.

—Bien —Viki soltó a Candado y tomó a Martina de las manos y la sacó de ahí.

Mientras ella miraba con horror la escena.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó Andersson.

—Está teniendo una pesadilla, hay que despertarlo antes de que haga una locura —contestó Héctor mientras trataba de hacer algo para despertarle.

—¿Locura? —preguntó Carolina.

—Si esto sigue así, podrá destruir el avión —contestó Declan mientras lo tomaba de los brazos.

—Solo un poco más —susurró Tínbari.

Declan fijó su atención en el demonio.

—¡TÚ! Declan soltó a Candado y corrió hasta Tínbari, estampillándolo contra la pared, provocando que se sentara, y una vez en el suelo, Declan puso su espada en su cuello.

—Tú le hiciste esto, sabes muy bien que Candado no puede dormir en espacios aéreos, sabes que le provocan pesadillas, las cuales son muy perjudiciales.

—Vamos, ¿En serio piensas que me hará daño un escarbadientes?

—Eres el mal en persona.

—¡YA BASTA DECLAN! —grito Andersson.

—No te metas —dijo sin mirarlo.

—Escucha a tu amigo —dijo Tínbari de manera burlona.

—Haces más daño a Candado que protegerlo, me das asco.

En ese momento, Candado soltó un grito de agonía. Declan, al escuchar esto, soltó su espada y corrió hasta donde estaba su amigo.

—Tiene que despertar, está dañándose así mismo, puede morir.

Hammya, al escuchar esto, trató de despertarlo de todas las formas posibles.

—Candado, soy yo, Hammya, tu amiga.

—¡LIBÉRENME! —gritaba él dormido.

—Ya, despierta por favor, te necesitamos de regreso —dijo Clementina.

Candado comenzaba a encender sus ambos puños, y ya comenzaba a ser difícil sostenerlo.

—No podremos retenerlo por más tiempo —dijo Declan.

—¡RESISTAN! —gritó Kevin.

Hammya comenzaba a asustarse, sin embargo, siguió intentando.

—Candado despierta, todos te estamos esperando, no debes dejar que eso te consuma, es un sueño, no es real —dijo Anzor.

Y lentamente Candado iba escuchando las voces de sus compañeros, pero la que más resaltaba en esa situación, era la dulce voz de Hammya, quien suplicaba que abriera los ojos. Pero a medida que iba luchando con su pesadilla, más dolor le causaba. Hasta que su cuerpo colapsó, su pecho se levantó en el aire y dio un grito desgarrador, sus ojos se volvieron violetas, su voz se fue volviendo más grave a medida que su grito seguía, el cielo de la mañana cambió de color, dejó de ser celeste a ser violeta, causando terror a todos los presentes.

Desde las afueras del avión, Pullbarey, quien estaba sentado en un sillón y con un libro de biología en su regazo, levantó sus ojos y miró al cielo. Aunque su ubicación era en un hotel de Buenos Aires, pudo ver un poco de esa energía e incluso, pudo sentirla. Cerró el libro, lo puso a un lado y caminó hasta la ventana enorme del hotel, colocando su mano derecha en el vidrio mientras que la otra estaba en su espalda.

—Conque, has vuelto —luego volteó y gritó—. ¡GREG! ¡PREPARA EL AUTO! Vamos a cazar a cierta persona.

Fue en ese instante que tendría un encuentro cara a cara con Candado, y lentamente, la situación estaba cambiando para su beneficio.

Mientras por los aires, Candado seguía sufriendo sus malestares, después de que sus convulsiones cesaron, Kevin convirtió su palma en una extraña energía blanca, que terminó golpeando su pecho con todas sus fuerzas, causando que Candado se despertara violentamente. Cuando este estuvo despierto, todos se relajaron; Kevin se tumbó en el suelo y se recostó en un mueble que había allí.

—¿Por qué no hiciste eso desde un principio? —preguntó Matlotsky mientras inhalaba y exhalaba salvajemente.

—Porque no se quedaba quieto.

Luego todos se pusieron de pie y se acercaron a Candado, quien estaba despierto y sentado sobre la cama, mirando hacia el techo. Aunque se había despertado, sus ojos seguían siendo violetas. Nadie se acercó; todos tenían algo de miedo, hasta que Tínbari fue el primero en acercarse. A su espalda estaba Hammya, Declan, Kevin y Clementina, quienes caminaban detrás de Tínbari. Este colocó su mano normal en el hombro derecho de Candado, pero no reaccionó y seguía mirando al techo. Cuando Tínbari sacudió su hombro para que reaccionara, Candado comenzó a hablar en una extraña lengua, una lengua desconocida para todos, pero conocida para Kevin. Este, muy alarmado y sorprendido, se puso de pie y caminó hasta él.

—Está hablando Belelayko, nuestro idioma. ¿Cómo es posible? Sólo yo y Martina hablamos ese idioma.

—¿Qué dice? Tradúcelo, pronto.

—En seguida.

Y entonces, continuó; todo lo que Candado hablaba, lo traducía él.

—Las campanas ya sonaron, los diez grandes han de regresar a sus destinos, las flores que caen en los arroyos serán la advertencia de los presentes, los cielos comenzarán a desprenderse y la luna se teñirá de la sangre de los incrédulos. La oscuridad irá de la mano con el sufrimiento. No existirá otra palabra que no sea la de él. La tierra y la lluvia serán el alimento de los perdedores. Los banquetes de la alianza oscura serán vuestra perdición. Nadie saldrá y nadie entrará. Todos ustedes son los hijos de uno de las miles del camino que hay en el mundo. No se rindan y no se arrodillen. Que toda vida se levante y luche por el terror que vendrá.

—Ha valido la pena —dijo Tínbari.

Luego de que Candado terminara de hablar en ese idioma, sus ojos se apagaron y se desvaneció en los brazos de Tínbari, aunque los únicos que no conocían a Tínbari eran los hermanos Bailak, quienes creían que este estaba flotando.

—Hammya, no sabía que tenías esas capacidades —dijo Martina en forma de elogio.

Lo había dicho porque Candado estaba en esa posición al frente de Hammya.

—Eh, no, no, no, no soy yo, es él.

—¿Y quién es él? —preguntó Kevin.

—Bueno, él, no lo podrán ver, debido a que ustedes no tocaron a Candado —dijo Héctor.

—¿Qué crees que hice cuando Candado estaba convulsionándose? Lo agarré de los hombros, porque te aseguro que no utilicé mis poderes mentales para detenerlo.

—Sí, ¿pero acaso tocaste su piel?

—Bueno, no. ¿Acaso tengo cara de manoseador de hombres?

—No me refiero a eso.

—¿Entonces qué? En ese momento, Candado se despertó.

—Por favor, ya cállense los dos, son insoportables.

En ese instante, Tínbari lo soltó y cayó al suelo.

—Eres un…

—Cálmate —dijo Clementina mientras lo ayudaba a ponerse de pie. Y cuando se reincorporó, se acomodó la corbata, la boina y preguntó.

—¿Qué ha sucedido?

—¿No lo recuerdas? —preguntó Lucas.

—Si fuera así, entonces no preguntaría.

—Tuviste una pesadilla —dijo Declan.

—Ah, ya veo —luego aclaró la garganta e hizo unas señas con sus manos—bueno, no hay nada que ver así que, afuera.

—No, creo que no, acabaste de hablar mi lengua.

—¿Qué? Lo siento, pero yo no hablo Belelayko, Kevin, sería imposible.

—Claro que es posible —dijo Martina.

—No, es improbable, primero y principal porque su cultura se perdió así como su idioma, por lo tanto, es imposible que yo pueda hablar así.

—Creo que hay cosas que no sabes de tu cuerpo, Candado —dijo Tínbari de manera burlona.

—Cierra la boca —luego volteó y lo miró—conozco mi cuerpo mejor que nadie.

—Parece que no.

—¡SILENCIO!

—¿A quién le gritas?

—A Tínbari, ¿Qué no te das cuenta, cabeza de nabo?

—¡PUES LO SIENTO! ¡PERO NO TODO EL MUNDO PUEDE VER A ESA PERSONA!

—¡NO ME LEVANTES LA VOZ!

—Rompiste mi cara cuando estaba ayudándote, tarado.

—¿En qué momento? Yo no te hice nada.

—Sí lo hiciste.

—Entonces, ¿Dónde está la herida?

—Soy un Bailak, por lo tanto me curo por sí solo.

—¡¿Y DE QUÉ TE QUEJAS?! ¡PELOTUDO!

—Creo que deben calmarse los dos —dijo Tínbari.

—¡YA! ¡CÁLLATE!

—¡NO DIJE NADA!

—¡NO ERA PARA TI!

—¡DEJA DE GRITAR!

—¡VOS NO ME GRITES!

Y en esa conversación caliente, saltó Declan en el medio para evitar una posible batalla.

—Suficiente —luego miró a Candado—señor, debe calmarse, yo le explicaré todo.

Declan llevó a Candado fuera de la habitación y se sentaron en la habitación de al lado, y ahí charlaron sobre lo que ocurrió mientras estaba dormido. Le contó todo, sus pesadillas, la agresión física de Kevin, las palabras que pronunció en Belelayko y su grito de dolor. Candado iba escuchando punto por punto, no podía creer lo que estaba diciendo, Declan nunca mentiría, por eso Candado estaba sorprendido, pero después de que él terminara de contar todo, Candado lo miró, con su misma expresión de siempre.

—Vaya, creo que le debo una disculpa a Kevin.

—Si hay algo que aprendí, es que todos cometemos errores, pero muy pocos lo reconocen. —¿Quién te contó eso?

—Fue usted.

—Oh, vaya, no me acordaba.

—Puedes disculparte con él ahora, después de todo es tu amigo.

—Gracias Declan.

—No hay de qué señor.

Luego se puso de pie y se fue de la habitación, para sentarse en los asientos que había en el pasillo, para terminar de leer la revista publicitaria de la O.M.G.A.B.

Mientras que por otro lado, Candado también se puso de pie y se dirigió hasta el cuarto donde estaba Kevin y Martina, en un principio no quería abrir la puerta y se limitó a postrar su mano en el picaporte, pero después de meditarlo unos segundos, decidió abrirla y entrar. Kevin y Martina estaban charlando con Hammya y con Andersson, el resto del grupo ya no estaba. Cuando la presencia de Candado fue notable, este se acercó y lo miró de arriba abajo, inhaló un poco de aire y dijo.

—Lo siento—luego se sacó la boina—me exalté un poco contigo.

—¿Un poco no más?

—Bueno sí, me exalté bien feo, pero el tema es que quiero disculparme.

—Está bien, no pasa nada, yo no debí, también, alzar la voz.

—Oh, que monada—dijo Hammya.

—¿Quieres que te tire del avión?—preguntó Candado fríamente.

—No.

—Entonces cállate.

Luego se escuchó una voz robótica en la habitación.

—Su atención por favor, dentro de unos minutos aterrizaremos en la estación de los Semáforos de la ciudad de Buenos Aires.

—Me salvé—susurró Hammya.

—Diablos, otra vez llegué tarde—maldijo Candado.

—Bien, creo que la hora del trabajo se acerca—dijo Andersson con una sonrisa.

El avión terminó aterrizando en la zona acordada, donde Rozkiewicz, Sofía y Celeste los esperaban a que él llegara y los refuerzos, cuando la nave aterrizó al frente de él, más o menos veinte metros, la puerta se abrió y el primero en salir fue Candado con las manos en los bolsillo, quien al poder distinguirlo, levantó mano al cielo, en forma de saludo. Luego bajó las escaleras y se dirigió hasta él para estrecharle la mano.

—Hola amigo.

—Hola Candado, me alegro de que estés aquí.

—Bien ahora que te veo el rostro, te importaría contarme un poco de lo que está ocurriendo, no me diste mucha información ese día que hablamos por teléfono.

—Sí, seguro—luego puso su mano en la espalda de Candado y lo guío por la zona—por aquí por favor.

Mientras que ellos dos recorrían la zona, sus amigos bajaron del avión y estiraron las piernas, Kevin y Martina habían ocultado sus rostros al momento de bajar, aún no confiaban en el resto de los gremiales, y mucho menos los Semáforos. En ese momento, habían aparecido unas tres figuras, que resultaron ser, Ramiro Zicman, el presidente de los Semáforos de Buenos Aires, luego a su derecha estaba Franco Pérez Lauren, el maestro de la banda roja, y Alejandro Fischer, el maestro de la banda amarilla. Quienes iban a saludar a los refuerzos.

—Saludos—dijo Ramiro mientras le daba la mano a Kevin.

—Hola.

—Mi nombre es Ramiro, soy el presidente de esta sección, me alegro conocerlo señor…

—Soy Baltazar.

—Bien Balta, estos son mis compañeros.

—Franco.

—Es un honor.

—Y Alejandro.

—Hola, mucho gusto—dijo con una voz refinada.

—Veo que son partidarios de Barreto.

—Pelee con él por las elecciones presidenciales, lo cual yo gané.

—Sin embargo no le sirvió, ya que ganó Julekha—dijo Alejandro.

—Sí Ramiro, eres un perdedor.

—¿Quién es presidente de la agencia en Buenos Aires? ¿Eh?

—Bueno, vos, pero…

—Así que cállate.

—¿Vamos hacer lo mismo?—preguntó Alejandro.

—En fin, me alegra tenerlos aquí, tuve una conversación con Barreto hace unas horas, me dijo que está hasta el cuello con una infracción.

—Sí, es verdad, rompió una norma de la agencia—dijo Héctor.

—No es habitual ver que un presidente rompa una norma—dijo Ramiro.

—Yo sabía que era un corrupto—dijo Franco.

—Para ti, todos son corruptos—dijo Alejandro.

—En realidad, no es así.

—Bueno, todavía falta mucho para atrapar a los enemigos, así que vamos a comer y a beber.

—Es muy amable por su parte, señor Ramiro—dijo Martina.

—Gracias, siempre lo he sido.

Por otro lado, Rozkiewicz hablaba con su amigo sobre los problemas que habían tenido últimamente, por ejemplo; la rebelión de los Borradores, el grupo extremista de los Circuitos se sintieron indignados al ver a la presidenta de los Semáforos caminando por sus zonas, pero también contó lo sobre Desza el profanador. Y con el sólo hecho de escuchar el nombre de aquel asesino, se le iluminaron los ojos.

—¿Desza está metido en esto?

—Como lo has oído, el malnacido ese, está metido en este asunto.

Candado se llevó la mano al mentón y pensó un rato, para luego decir.

—Tal vez, no sea tan así.

—¿Qué insinúas? Yo lo vi.

—No dudo que lo hayas visto amigo, pero me has dicho que viste a Desza entre la multitud —luego llevó sus manos a la espalda y comenzó a jugar con sus dedos—pero ¿Has visto a esa multitud ayudarlo a él?

—No, pero….

—Exacto, no es así —luego su dedo pulgar comenzó a tocar su dedo mayor—si piensas un rato, puedo decir que Desza incitó a una violencia para su beneficio, usando el caos, estarían muy ocupados para pelear como para prestarle atención a ellos —luego su dedo se detuvo en el índice—pero, conociéndote, estoy bien seguro que alguien como tú, pudo notarlos en la multitud.

En ese momento, Rozkiewicz comenzó a recordar lo sucedido, ahora que lo decía Candado, sí, él pudo observar a Joel y Jørgen en aquella trifulca, en ese momento había pensado que ellos harían una trampa a Krauser, pero se equivocó, y ahora que lo meditaba, ellos en ningún momento se habían movido de sus lugares, sólo observaron. Era como si estuvieran esperando el momento preciso para moverse.

—Tenes razón, los noté, pero…. No me atacaron.

—Vos no eras su objetivo —luego metió sus manos en los bolsillos.

Luego los ojos de Rozkiewicz se desviaron para terminar mirando el suelo.

—¿Qué sucede?

—Hay algo que no te dije por teléfono.

—¿Y qué es?

Rozkiewicz se dio vuelta y puso sus manos detrás de su espalda.

—Acompáñame —dijo él con una voz triste, que apenas se pudo notar.

Luego se adelantó y Candado lo siguió. Ambos caminaron hasta una casa que había por ahí a la vuelta de la agencia, en ningún momento Rozkiewicz habló, sólo caminó hasta llegar a la casa. Donde entró sin pedir permiso, era como si se tratara de la suya. El lugar estaba limpio y bien aseado, no había desorden, pero no tenía casi muebles. Rozkiewicz caminó hasta una habitación que tenía una cortina en ella, él se detuvo al frente, luego miró a Candado, colocó su mano en la cortina, y la hizo a un lado con todas sus fuerzas.

Adentro, había algo que dejó a Candado casi perplejo, pero su actitud seguía igual. Su amigo y compañero, Nicolás Cabaña, estaba conectado a un respirador, estaba parcialmente desnudo, tenía vendas por todo su pecho, y conectado a unas máquinas. A su lado estaban, Leandro, quien estaba de espalda y en ningún momento volteó para mirar quién era el que había entrado, Krauser quien estaba recostado por un muro sentado y con una banda roja en sus manos, perteneciente a Nico, Esteeman, quien estaba inspeccionando las máquinas y una persona femenina que Candado no conocía.

Candado casi no podía creer lo que estaba viendo, pero después de un rato miró a Rozkiewicz y preguntó, de una manera indiferente y poco comprensible.

—¿Qué ha ocurrido?

—Johan nos traicionó —dijo Esteeman.

Candado se miró los dedos y dijo.

—Era obvio, después de todo, era un mercenario, es una verdadera pena que haya decidido trabajar para aquellos que lo han intentado matar.

Krauser apretó con fuerza la banda.

—Hijo de puta —maldijo él enrabiado.

Candado lo miró por un momento, pero después su atención se concentró en aquella mujer misteriosa que no le dirigió la mirada, a pesar de estar en una posición que podría notarle.

—Disculpe, ¿quién es usted?

—Pierdes tu tiempo —dijo Leandro, luego volteó y continuó—. No ha dicho ninguna palabra desde que llegamos.

—Pensé que era un familiar o una amiga de él, por lo cual permití que pasara —dijo Rozkiewicz.

—Esa niña no me agrada —dijo Tínbari, mostrando una leve sospecha.

Candado puso sus manos en los bolsillos y salió de la habitación, no sin antes murmurar algo que nadie escuchó, excepto Tínbari.

—A mí tampoco me agrada.

Pero antes de que pudiera alejarse del lugar, Rozkiewicz salió de la casa y se le acercó.

—¿Qué quieres ahora? —preguntó Candado mientras tomaba un frasco con el líquido del Bari.

—Olvidé decirte otra cosa.

—¿Qué?

—Julekha Chandra quiere verte.

—Vaya, será interesante saber qué querrá decirme ahora —luego lo miró—, llévame allí entonces.

Rozkiewicz llevó a Candado ante Chandra, la presidenta de los Semáforos. Aunque el lugar donde se reunieron estaba lejos de ser humilde, Candado decidió establecer una conversación con ella. Si bien Candado la conoció como una persona cargosa y terca, sabía que si lo citaba de esa forma, era muy serio.

Candado entró a la casa, donde, mires por donde lo mires, era para personas de mucho dinero. Este decidió no prestarle atención y se dirigió hasta la habitación donde estaba ella. Candado abrió la puerta suavemente, asomó la cabeza y, afortunadamente, estaba ahí, sentada mientras leía algunos informes de lo que estaba pasando. Su rostro de preocupación estaba presente en cada paso que leía los informes. Su preocupación era tal, que ni siquiera notó a Candado, quien estaba al frente de ella. Y cuando él tuvo la oportunidad, aclaró la garganta y dijo.

—Veo que la situación te ha demacrado, ¿no?

Julekha levantó la cabeza.

—Has llegado —dijo ella con su acento nepalí.

Julekha: Una adolescente de dieciséis años de edad, de cabello celeste y ojos negros, su piel es morena. Viste ropas regionales de esa nación (Nepal) de colores claros. Casualmente tiene una actitud muy optimista de la situación, así como también su manera de ser es demasiado imperativa, burlona y de un carácter que solo Dios puede aguantar.

Poderes: Los relámpagos.

Habilidad: Por suerte, ninguna.

—Sí, tenía que venir después de todo. —Gracias a Dios que has venido. —Sí, yo también me alegro de venir.

—Gracias a Dios.

—Ya cállate.

—Sí, perdón, creo que me entusiasmé un poquito. Candado hizo una mueca y continuó. —Dime, ¿para qué me necesitas?

—Es terrible, Candado, secuestraron a mi amigo y vicepresidente de los Semáforos.

—¿Ah? ¿Rem Koirala?

—Sí, él, durante el ataque, se lo llevaron, dijeron que querían que les entregara la llave—luego se exaltó—está en peligro y todo por mi culpa si no hago algo pronto lo asesinarán y.... Candado puso sus manos en sus hombros y la tranquilizó.

—Cálmate, por el amor de los cielos, eres una presidenta, iré a salvarlo y volveré con él, pero con una condición.

—¿Cuál?

—Que regreses a Joaquín de nuevo a sus tareas.

—¿Qué Joaquín? Tengo miles de Joaquín.

—No te burles de mí, lo conoces muy bien niñita.

—Bien, bien, lo haré, pero sálvalo.

—Hecho.

Luego se dio vuelta y se largó por donde vino, y cuando estaba a medio camino, se detuvo y dijo.

—Chandra, no te preocupes, todo saldrá bien, así que relájate.

—Bien, lo intentaré.

Candado mostró una sonrisa y siguió caminando. Al salir, Rozkiewicz lo estaba esperando afuera.

—¿Y bien? ¿Qué te dijo?

—Han secuestrado a su novio, creo que será hora de ir a salvarlo.

—Conociéndote, diría que hiciste un acuerdo ¿verdad?

—Sí —luego metió su mano en su bolsillo y sacó un caramelo—podría decirse que sí—luego se lo comió.

—¿Y bien? ¿Cuál es?

—Bueno, dentro de unos días ya no serás presidente de nuevo.

—¡ME DESTITUYERON! ¡¿CÓMO ES POSIBLE?!

—Oh no, claro que no, solo que ya conseguí que Joaquín vuelva a su cargo.

—Uf, menos mal, pensé que me despidieron.

—Créeme, es muy difícil deshacerse de las plagas.

Luego puso las manos en los bolsillos y se fue.

—¡¿ME LLAMASTE PLAGA!?

Después de que Candado se reuniera con Chandra, se dedicó a investigar un poco dónde estarían ocultos, hasta que recibió una llamada de Desza solicitando que se les entregue lo que habían ordenado. Candado rastreó la llamada con Clementina y enseguida consiguió las coordenadas de esa llamada. Para cuando ya supo el lugar donde se escondían, Candado se reunió con su equipo, más el de Rozkiewicz, en un gran salón del edificio Semáforo.

—¿Están todos? —preguntó Candado a Rozkiewicz.

—Sí, claro.

—Bien, podemos empezar. En ese instante levantó la mano Pucheta.

—Candado, tengo una duda. Candado se tapó la cara, como si tuviera un dolor de cabeza, y se atrevió a preguntar.

—¿Qué querés?

—¿Por qué estamos aquí?

—Para poder hablar sin interrupciones, ¿Está bien?

—Sí, ya lo entiendo.

—Bien, creo que es hora de hablar de nuestra misión.

—Pero….

—¡SI HABLAS UNA VEZ MÁS TE ARRANCARÉ LA LENGUA!

Pucheta guardó silencio y se sentó.

—Gracias—luego se acomodó la corbata y continuó—bien, tenemos una crisis, el vicepresidente Rem Koirala ha sido secuestrado, y es nuestra misión salvarlo.

—Pregunta.

—¿Cuál es tu pregunta, Lucas?

—¿Los Testigos estarán presentes?

—Claro que sí, después de todo, ellos fueron los que lo secuestraron.

—Eso será magnífico—dijo Leandro mientras jugaba con su navaja.

—Sí, claro—luego aclaró su garganta y continuó—los objetivos son claros, salvar a Rem y salir, punto y se terminó, no más discusión. Sé que muchos de ustedes quieren vengarse por el incidente de Resistencia, pero no es el momento ni el lugar, matarlos no les traerá de nuevo a la vida. Debemos capturarlos y hacerlos hablar.

—Es injusto, ¿Insinúas que hay que dejarlos vivir después de lo que nos hicieron?

—No, Krauser, te equivocas. Yo no soy Jean Valjean o San Francisco de Asís. Si los asesinan, entonces no podré recopilar información que me compete a mí, no es por moral, más bien beneficio propio.

—¿Por qué dice eso? Usted es la persona más amable que he visto—dijo Carolina.

—Porque ustedes se lo merecían, pero yo soy de esas personas que le encanta hacer sufrir a las personas que han hecho atrocidades.

—¿Y si se arrepiente?—preguntó Anzor.

—En ese caso, le perdonaría.

—¿Y si….?

—Bueno ya, ¿Vamos a concentrarnos o vamos a hablar de mi vida personal?

—Lo segundo—dijo Ana María.

—Nunca lo pensé de vos, ya tengo un dolor de cabeza llamado Matlotsky, no necesito otro.

—Me resigno a guardar en silencio.

—Más te vale—luego se acaeció sus ambas sienes mientras tenía los ojos cerrados y continuó—bien, creo que ya todos entienden la idea.

—…

Candado, de forma irritada, continuó.

—Bien, el que no entendió que levante la mano.

En ese instante, quien alzó la mano fue Matlotsky. Candado cerró los ojos y se atrevió a preguntar.

—¿Qué no entendiste?

—¿Haremos la misión o hablaremos de tu vida?

Candado mantuvo sus ojos bien abiertos por tal pregunta, pero luego de unos segundos, comenzó a reírse sarcásticamente, para luego mostrar su aspecto frío y malévolo.

—Alguien golpéelo.

Kevin y Declan le dieron un puñetazo/paliza a Matlotsky.

—Gracias, sus acciones serán recompensadas más tarde—luego se acomodó la boina y miró a todos nuevamente—bien, es hora de cumplir la misión, por Harambee.

—¡POR HARAMBEE!

Después de que Candado diera tan conmovedor discurso (sarcasmo), decidieron seguir las coordenadas de Clementina. Primero, visitaron la casa, Leandro y Frederick, para inspeccionar cómo sería la zona, la entrada y la posible salida por si todo saliera mal. Luego, enviaron a Clementina y a Hammya (por capricho más que por otra cosa, ya que le estaba dando un terrible dolor de cabeza) para que visualizaran el área y le dijeran cómo estaba estructurada la casa desde su interior. Y por último, Celeste y Arce harían guardia y se encargarían de contar todo lo que estaba pasando, sin mencionar que si los objetivos seguían ahí, así que Clementina fue enviada también.

La operación se llevó a cabo hasta el atardecer. Como la casa estaba en medio de la nada, bajo un puente y casi sin civilización alrededor, fue sencillo realizar la operación. Cuando cayó el sol, Candado y los demás prepararon el asalto a la casa. No sería fácil, pero tampoco lo sería para los Testigos. Con el equipo especializado, estaban acorralados, era hora de la caza.

Candado reunió a todos los presentes y explicó la estrategia. Todos la entendieron a la perfección, salvo Matlotsky, a quien tuvo que explicarle más de tres veces. Pero más allá de eso, todo salió perfecto. El plan fue el siguiente:

Dada la amplitud de la casa, la operación sería sorpresa. Gracias a la tecnología y habilidades de Héctor, Andersson y Lucas, pudieron fabricar una especie de capa protectora. Con ella, los Testigos no podrían sentir las fuerzas mágicas que emanaban. Clementina, Candado y Matlotsky no llevaron mencionadas capas, ya que Clementina y Matlotsky no tenían poderes, uno era un robot y el otro un humano común y corriente. Candado, por su parte, poseía un Bari que ocultaba su magia a la perfección, razón por la que era inatrapable.

Cuando cayó la noche, Candado lideró al equipo. Se encargarían de acabar con Desza y su equipo de una vez por todas. El grupo rodeó la casa, esperando las órdenes de Candado, quien conocía la ubicación exacta de la puerta principal. Sacando su facón, Candado dio la esperada orden del ataque, y sus compañeros irrumpieron en la casa como si fueran policías, destrozando todo a su paso.

Volcando libreros, muebles y cualquier otra cosa en su camino, buscaban a los Testigos. Mientras tanto, Candado recorría la casa con las manos detrás de la espalda, caminando tranquilamente, buscando a su manera a los malnacidos. De repente, una persona escondida detrás de un muro saltó y disparó a Candado con un arma grande y balas gruesas, incrustándolas en su pecho y haciéndolo volar contra una pared. Cuando Esteeman intentó encargarse de la situación, Candado extrajo una segunda pistola y le disparó en el tórax, sacándolo fuera de la casa. Luego recargó las armas y gritó.

—¡SEÑOR, ES HORA DEL ATAQUE!

Luego salió por la ventana para seguir disparando al resto de las personas que estaban afuera. Declan llegó a cortar las balas que se dirigían a él o a cualquiera de sus amigos, incluyendo a Hammya, quien se sintió disgustada y se lo reprochó.

—Sé más cuidadosa, estúpida.

A lo cual ella afirmó con la cabeza. Luego corrió a toda velocidad contra la persona que estaba disparando, Dockly. Antes de poder llegar, una segunda persona interrumpió el combate. Declan pudo ver claramente quién era: Jørgen Czacki. Este frenó su estocada con su brazo derecho mientras se disponía a perforarle el pecho con el otro, pero Declan, especializado en combate, logró pararlo a tiempo. Antes de que Jørgen pudiera hacer algo, apareció Anzor y, con su espada, detuvo un posible ataque mortal hacia Declan. Jørgen usó su velocidad y los atacó a ambos, tomó los brazos de Anzor y lo elevó por los aires, estrellándolo en el suelo, pero se había olvidado de Declan, quien estaba a una distancia crítica a sus espaldas. Su velocidad no podría salvarle, hasta que apareció Isabel, quien, usando sus poderes de la tierra, frenó a Declan y lo alejó de Jørgen.

—Gracias por eso —dijo Jørgen mientras pegaba su espalda con la de ella.

—No hay de qué, para eso estoy yo.

—¡RÍNDANSE! ¡ESTÁN RODEADOS! —gritó Rozkiewicz.

Y al momento de decir eso, una bala rozó su mejilla.

—¿Esa respuesta te sirve? —preguntó Dockly mientras recargaba su arma.

—Sucios, mal nacidos, ¡HÁGANLOS TRIZAS!

Las órdenes volvieron a hacerse claras, y nuevamente se lanzaron hacia ellos. Pero cuando creían que la batalla la tenían ganada, surgieron los refuerzos de los Testigos de la Tierra. Todos fijaron su atención en Desza, cuya risa mentalmente inestable sonó como un eco por todo el lugar, surgiendo de los escombros con un megáfono en la mano.

—Damas y caballeros, les agradezco que hayan aparecido en este nuevo capítulo de la historia nacional Argentina. Vean y presencien la destrucción —luego rompió en carcajadas y continuó— de esta ciudad —después volvió a reír.

En ese instante, se lanzaron hacia Krauser y Rozkiewicz, pero sus lacayos no se lo permitieron. Rŭsseŭs quemó el suelo para que nadie se les acercara, Sofía, al ver a la mujer que la había humillado, fue la primera en ir tras ella, Frederick fue tras Dockly y Walter fue tras Joel.

—Son demasiados, señor —dijo Jørgen mientras peleaba con Anzor, Héctor, Declan y Ana María Pucheta.

—No os preocupéis, ya pensé en esto —luego volvió a reír.

Luego aplaudió con fuerza, y al hacerlo, Clementina sintió algo en sus sensores, estos le avisaban de un peligro enorme. Luego miró la estructura de la casa.

—¿Bombas? ¿En qué momento? —luego corrió hacia él—. ¡CANDADO, SAL DE AHÍ AHORA!

Pero la casa explotó antes de que pudiera llegar a él. Todos los que estaban cerca de la casa fueron despedidos por la ola expansiva, permitiendo a Desza y a su equipo huir de la escena, mientras dejaba escapar una macabra sonrisa. Dejando al grupo abatido y sin esperanzas de seguir peleando, ya que Candado había muerto. Pero cuando todo parecía perdido, una figura surgió entre las llamas en dirección hacia ellos. Afortunadamente, no le pasó nada, pero se encontraba disgustado.

—Han destruido toda la información que poseían, maldición.

—¿Qué hacemos? —preguntó Walter.

—Los cazaremos, ¡ES HORA DE QUE PAGUEN!

Dichas estas palabras, Candado y el resto los persiguieron; era hora de que pagaran por sus crímenes.

Ya en el camino, Desza había dado la orden de que se separaran, y cada uno se fue por su lado. Estaba claro que habría un lío muy grande. Como la ciudad era grande, donde habían huido parecía un poblado. Les fue más fácil esconderse, pero gracias a Clementina, pudieron perseguirlos a cada uno de ellos. El equipo se dividió para capturarlos, pero Candado, Krauser y Rozkiewicz querían el premio mayor: Desza.

Las calles estaban bien iluminadas. Todos sabían el caos que se avecinaba, pero eran incapaces de pararlo, más que tratar de arreglar lo que él hacía.

—¡SON DEMASIADO LENTOS! —gritó Desza, mientras corría por los techos de los edificios.

Candado y el dúo lo seguían tras de él, cada uno con su propio objetivo: justicia, venganza y odio. Estos tres sentimientos serían un calvario para cada uno de ellos, ya que jamás se rendirían hasta atraparlo.

Pero a medida que Desza iba corriendo, se dio cuenta de que todo esto sería demasiado aburrido para él. Decidió oprimir un botón que tenía guardado entre su cinturón, causando una ola de explosiones por todo el lugar. Todo el equipo fue testigo de la catástrofe que se estaba deleitando delante de sus ojos. Las explosiones se alzaron y masacraron a muchas personas del lugar; el fuego comenzó a hacerse cada vez más fuerte y a cobrarse a los desafortunados civiles, causando la ira de todos los presentes y alimentando cada vez más sus objetivos. La rabia se despertó una vez más en el equipo. El caos había comenzado.