1 Capítulo uno.

Fecha: Agosto dieciséis, 2015. Hora: 6:35 de la madrugada.

Doy un profundo respiro mientras miro a un punto fijo del auto. Tengo sueño, mis ojos arden y luchan por mantenerse abiertos. Había olvidado esta terrible sensación.

— ¿Cómo te sientes? ¿Estás lista?

Elevo mi vista al escuchar a mi padre quien me mira a través del espejo retrovisor. ¿Mi estado no es lo suficientemente obvio? Estoy aterrada, nerviosa. Siento un gran peso en el cuerpo y mi estómago está revuelto.

— Ah, sí. Estoy bien.

Respondo de forma distraída, dirigiendo mi vista hacia el edificio a mi izquierda. Llegamos. Mi primer día de clases, mi último año de preparatoria y un intento por adaptarme al mundo después de cuatro largos años de aislamiento, ese es el objetivo. Bastante fácil... para alguien que no sea yo.

— ¿Llevas tus píldoras? No te olvides de tomarlas, si tienes algún problema no dudes en llamarnos —Indica mi madre, con cierta preocupación. Sólo asiento con la cabeza en respuesta —, Suerte hija, te amamos.

Trato de esbozar una sonrisa al despedirme, coloco mi bolso sobre mi hombro y salgo del auto desganada encaminándome hacia la entrada de la institución. El sueño se me ha ido y lo único que siento son náuseas, en cualquier momento voy a vomitar. No fue buena idea, no lo fue.

Luego de haber hecho una visita al sanitario más cercano para devolver el desayuno y consumir mis píldoras, tuve una corta visita a la oficina de la directora, recibí algunos libros, un interrogatorio, mi horario y el número de aula. La mujer fue lo suficientemente gentil como para acompañarme hasta el aula y apasiguar el posible regaño de mi profesor por los minutos de retraso. Al llegar, la directora puso una de sus manos en mi espalda y ejerció presión en un intento de que entrara, cosa que hice. El que me tocara otra persona que no era yo o mis padres, resultaba totalmente incómoda sin embargo, después de que alcé la vista, la sensación incomoda se minimizó y casi entro en pánico. Las miradas desinteresadas de los estudiantes se encontraban en mi dirección, casi me sentía como un blanco de misiles. Sabía que no necesariamente estaban mirándome a mí sin embargo, mi inseguridad me hacía pasar malos ratos.

Traté de calmarme y desvíe le vista en busca del profesor, ¿Debía quedarme allí o ir a un pupitre? Mi pregunta quedó al aire dentro de mi cabeza ya que el profesor se encontraba charlando con la directora. Trascurrieron algunos pocos minutos así y una vez que la mujer se dio la media vuelta para marcharse, la vista del profesor vino hasta a mí, frotó sus manos y dio un aplauso para atraer la atención.

— Demos la bienvenida a su nueva compañera, la señorita Maggie Morrison —exclamó con voz clara antes de posar una mano sobre mi hombro. Incomodidad—, traten de no darle problemas, ¿Algo que quieras agregar, Maggie?

Me limité a negar con la cabeza, en mi situación... No quería causar el ridículo al comenzar a tartamudear.

— De acuerdo por favor toma asiento y reanúdaremos la clase.

Agradecí antes de dirigime y tomar asiento en un lugar al azar, acomodé mis libros y esperé por las indicaciones del profesor quién se encontraba bastante distraído leyendo algo. El ambiente me hacía sentir incómoda, tenía las sensación de no pertenecer allí. Quizá era el resultado de estar tantos años involucrandome con personas mayores. Lentamente traté de echar un vistazo al sitio; habían unos veinte estudiantes, la mayoría hablando entre sí, aprovechando el tiempo muerto. Era la primera vez en años que trataba de convivir con gente de mi edad, incluso alguna que otra charla que escuchaba me resultaba absurda.

Di un suspiro luego de haberme acomodado mejor en mi asiento pronto mi vista se dirigió a mi costado derecho al escuchar un ruidito un tanto familiar. Provenía de un chico castaño quien mordía sus uñas y mantenía su otra mano apretada a su pecho. Parecía ansioso y fuera de sí. La voz del profesor me hizo desviar mi atención, cosa que fue buena sino, aquél chico se hubiese dado cuenta de que me quedé mirándolo tan indiscretamente. Que vergonzoso.

Las primeras clases transcurrieron a su tiempo y luego de que diera comienzo me dirigí a la cafetería tratando de pasar desapercibida entre tantos estudiantes, compré un par de panquecitos y algo de beber en caso de que ninguna de las mesas se encontrase vacía, podía irme a otro sitio.

— Hey —detengo mis pasos de golpe en cuanto un chico pelirrojo se me interpone en el camino—, eres la chica nueva de la clase, ¿No? ¿Por qué no te sientas con nosotros? Anda.

— Maggie —corrijo sin pensar antes de asentir con la cabeza en respuesta y tomar asiento un tanto insegura.

Me limito a almorzar mientras ellos charlan, los temas que tocan me son indiferentes. Incluso me siento como una anciana al no conocer las modas actuales y dejando eso a un lado, los chismes no se hacen esperar.

— ¿Hace cuánto te mudaste? —pregunta el pelirrojo, mirándome, logrando ponerme nerviosa. El mantener conversaciones con gente desconocida, no es lo mío.

— Dos semanas.

— Vaya, ¿En serio? ¿Y por qué se mudaron?

Demonios, ¿Qué debo decir? Soy un asco mintiendo. Bajo la vista, ¿Debería decir la verdad?

— Ascendieron a mi padre en el trabajo y era necesario mudarnos hasta aquí.

Él asiente, parece satisfecho con mi respuesta. Las preguntas se acaban para mí lo cuál me deja más que tranquila, quiero irme.

— ¡Déjame en paz maldita sea!

Un fuerte grito lleno de ira luego del sonido de una bandeja metálica impactando contra el suelo me hace mirar a un lado, un tanto aturdida. Es el chico castaño, de mi clase, creo que el pelirrojo le ha puesto el pie para hacerlo caer, los demás ríen ante la situación y el castaño sigue su camino apretando los puños. Su bandeja se quedó allí con los restos de almuerzo esparcidos por el suelo.

— ¿Quién es él? —pregunto casi involuntariamente dirigiendo mi vista hacia mis compañeros de mesa quien aún no dejan de insultarlo y reír.

— ¿Quién? ¿Ticci-Toby? —me responde otro chico con una sonrisa burlona—, Está loco, es esquizofrénico y tiene esos... Extraños ataques de tics.

— Sí, dicen que estuvo en un psiquiátrico —susurró una chica a mi lado.

— Es mejor que no te involucres con él, podría hacerte daño.

Una intensa opresión se forma en mi pecho, ahora lo entiendo. Mis padres querían protegerme de tal clase de personas al mudarnos, pobre chico, debe vivir en un infierno y si ellos llegan a enterarse de causalidad de mi situación, harán lo mismo conmigo.

— ¡No puede ser! ¡Miren eso! —grita alguien—, ¡Ticci-Toby! ¡Ticci-Toby!

El sitio hizo eco a un extraño coro, la mayoría golpea la mesa y ríe a carcajadas. Lo único que logré ver fue al castaño salir del sitio con ambas manos puestas en su cabeza. Me siento terrible.

Las clases restantes terminaron rápidamente, la campana de salida sonó. Era hora de regresar a casa, tomé mis cosas y salí del aula esperando ver el auto de mis padres al otro lado de la acera, cosa que no sucedió. Esperé allí por unos treinta minutos, nunca llegaron y lo único que recibí fue una llamada e indicaciones par llegar a casa. Lo peor es que no puse atención y tampoco lo hice en el camino.

Eché un vistazo a mi alrededor, las afueras del instituto se encontraban vacías por lo que decidí aventurarme por las calles. Aquél era un pueblo tranquilo y era agradable caminar en soledad. Pensándolo bien, eran mis primeros momentos en soledad después de mucho.

Una silueta familiar se hizo presente en el camino, era el castaño se encontraba sentado en una acera con la cabeza agachada. Su mochila estaba a unos pocos metros de él, me pareció extraño. ¿Debía acercarme? Luego de algunos segundos debatiéndome, lo hice y luego me arrepentí por no saber qué decir.

— ¿Hola? —saludé con timidez—, Mi nombre es Maggie, estamos en la misma clase.

No recibí alguna respuesta por lo que me incomodé, demasiado. Estaba por seguir mi camino sin embargo un cosquilleo en mi estómago lo impidió, tomé aire y continué hablando;

— N-no quiero causar problemas pero soy muy distraída y creo que-...

— Vete.

Me interrumpió de golpe y a pesar de lo cortante que fue, su voz se encontraba temblorosa. Pronto alzó la vista, su nariz sangraba y tenía rojo el pómulo, alguien lo había golpeado.

— ¿Estás bien? —pregunté mientras sacaba un pañuelo desechable de mi bolso y lo tendía hacia él quién dudó un poco en acceder a tomarlo—, Creo que el hospital queda cerca, podría acompañarte...

— Estoy bien.

Terminé por asentir, sabía que no llegaría a más si él no me lo permitía. Me despedí con un ademán y di la media vuelta para seguir.

— ¿Qué es lo que necesitas?

— Estoy perdida. —respondí luego de detenerme.

— Estás bromeando, ¿No?

Tensé los labios y negué con la cabeza un tanto avergonzada. El castaño se levantó dando un suspiro y fue por su mochila antes de acercarse a mí, preguntó mi calle antes de caminar en silencio. Y sí, estaba perdida aunque según yo era sólo una excusa. Pasamos nuevamente por el instituto y fuimos por una calle alterna.

— Lamento mucho lo que ocurrió en la cafetería —murmuré, esperando a que no se lo tomara a mal. Él negó con la cabeza.

— No importa, todos ellos lo pagarán.

— ¿Karma? —mi entrecejo se había fruncido por instinto, aquello fue extraño.

— Algo así.

Nuevamente el silencio se habría hecho presente pero aún así no era tan malo, me sentía tranquila. Después de un par de minutos, una ligera risa me hizo mirarlo de vuelta. Él me miró y negó con la cabeza.

— Ni siquiera sabes como llegar a casa, ¿Y querías llevarme al hospital?

Me límite a encogerme de hombros y tratar de esbozar una sonrisa, que no resultó. No hubo una conversación después de aquello pero al menos, logré llegar a casa sin más contratiempos.

avataravatar